Vie 16.09.2005
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CINE › “LOS ROMPEBODAS”, DE DAVID DOBKIN, UNA TIPICA COMEDIA AMERICANA

El imbatible club de los colados

La película es una acumulación de gags, de tenor y efectividad diversos. Los chicos quieren divertirse, y divierten a medias.

Por Diego Brodersen

No se trata de romper nada, en absoluto. Quizá el título “Los colados” hubiera sido más fiel al original, porque de eso justamente se trata. Los treintañeros interpretados por Owen Wilson y Vince Vaughn despliegan en su tiempo libre un hobby tan peculiar como extravagante: colarse en toda clase de casamientos y disfrutar de la comida, la bebida y la música ajenas parece mantener en forma a este par de adolescentes tardíos, aunque el fin último de cada incursión consista en llevarse a la cama a alguna invitada deseable. Para ello John y Jeremy deben no sólo organizar una estratagema de encantamiento colectivo sino vigilar a conciencia sus espaldas, so pena de ser descubiertos como los convidados de piedra que realmente son.
Así es que en la última de estas efectivas autoinvitaciones Jeremy conocerá a una jovencita de aspecto virginal y apetencias insaciables, mientras que John quedará encandilado por la belleza de Claire (Rachel McAdams, protagonista de la reciente Vuelo nocturno). Las dos ninfas resultan ser hermanas de la novia e hijas de un prominente político interpretado por Christopher Walken (en principio, un suegro mucho más temible que cinco De Niros) y, para apilar problema sobre problema, Claire ya está comprometida con un pretendiente tan creído como insoportable. Cuando el contingente se traslade a una mansión de campo para continuar los festejos llegará la hora de enfrentar una buena cantidad de vueltas de tuerca, aderezada con una verdadera batería de gags de tenor y efectividad diversos, que inevitablemente girarán alrededor de lo sexual, el slapstick más visceral o bien una combinación de ambos.
En muchas de las comedias norteamericanas recientes, con las cuales Wilson y Vaughn tienen una estrecha relación personal y profesional, la estructura episódica proporciona la base para que los gags, tanto visuales como verbales, sean disparados al espectador en forma persistente y sin pausa. Comedia de acumulación contra una más tradicional comedia de construcción. En ese apretujamiento de situaciones, suspensos y remates conviven tanto la genialidad humorística como el tedio del chiste redundante. En Los rompebodas los golpes, vómitos y arranques de efusividad verbal son efectivos a medias e incluso varios personajes secundarios parecen estar diseñados como simple mecanismo transmisor para un gag de existencia previa a la escritura del guión. Como contraparte, resulta casi imposible no admirar la comicidad absurda del personaje interpretado por Will Ferrell, quien cerca del final aparece para encarnar al creador de la cofradía de los colados, suerte de gurú que, cansado de las bodas, ahora se dedica a intervenir funerales porque “el dolor es el afrodisíaco más poderoso: las mujeres se ponen muy cachondas durante los entierros”. El dúo central, por su parte, vuelve a demostrar sus sobradas dotes para el timing cómico; sin ellos el film dejaría de funcionar desde el minuto uno.
Si el saludable y catártico ataque al buen gusto y el tono irrespetuoso para con ciertas instituciones parecen ser el eje de atracción de Los rompebodas, el conservadurismo echa sus raíces en el último tramo de la historia, otra marca registrada de gran parte de la comedia contemporánea (existen notables excepciones como la negrísima Malos pensamientos (1998), de Peter Berg o Zoolander (2001), de y con Ben Stiller, que lleva al límite del absurdo su final en apariencia tradicional). Aquí, la historia de amor puro, casi platónico, entre John y Claire, vuelve a confrontarnos con la necesidad de dejar atrás la adolescencia para comenzar a pensar en boda, familia y descendencia. El final feliz no tarda en llegar y, en la sala de cine, queda flotando la pregunta: ¿cuán divertido puede resultar colarse en un casamiento cuando se lo hace acompañado de pareja estable?

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