CINE › ALEJANDRO GONZALEZ IÑARRITU, NIÑO MIMADO EN HOLLYWOOD
Después de Amores perros y 21 gramos, el director mexicano tuvo en Babel la oportunidad de cruzar a superestrellas como Brad Pitt y Cate Blanchett con actores no profesionales de Marruecos, en un complejo entramado visual y narrativo. La apuesta salió bien, aunque él mismo reconoce que “aparentemente todo me va bien, pero mantener estable el avión es bien difícil”.
› Por Lola Huete Machado *
No es la felicidad, sino el dolor, lo que nos hace iguales: eso sostiene Babel, la última película del mexicano Alejandro González Iñárritu sobre familia y relaciones, su tema más querido. Babel pone el cierre a una trilogía que incluye Amores perros y 21 gramos: una obra compuesta que se fue desplazando de escenario al ritmo del espíritu nómada de su director: México, en la primera; Estados Unidos, luego; el mundo entero, en esta entrega de título bíblico y ambiciosa estructura, en la que participaron desde una superestrella como Brad Pitt hasta actores no profesionales. Rodada en cuatro países, Babel cuenta otras tantas historias en varias lenguas y culturas, explora tres niveles de relaciones entre sus personajes (lo local, lo nacional, lo global) y plantea una realidad: es mucho más lo que une a la gente de este mundo que lo que la separa. La infelicidad, la incomunicación, la incapacidad de amar o ser amado devastan a todos, en todas partes. Babel ya tiene sus diplomas: en el pasado Festival de Cannes su director se llevó la Palma de Oro. El jueves, la Asociación de la Prensa Extranjera le dio el espaldarazo de siete nominaciones a los Globos de Oro: film dramático, director, tres actorales (Pitt, la mexicana Adriana Barraza y la japonesa Rinko Kikuchi), al guión (Guillermo Arriaga) y la música, del argentino Gustavo Santaolalla.
En Babel se vive la odisea de un matrimonio norteamericano (Brad Pitt y Cate Blanchett) que intenta solucionar su distanciamiento con un viaje al desierto; la de una familia marroquí víctima de la incomunicación; la de una mexicana (Barraza) y su sobrino (Gael García Bernal) que no atienden a nacionalidades ni fronteras, y la de un padre japonés (Koji Yakusho) y su hija sordomuda y adolescente (Kikuchi), ricos, solos, condenados al silencio. En una habitación del Covent Garden, horas antes de la presentación de su criatura en Londres, Iñárritu, de 43 años, habla con gusto y en extenso. “No hay conexión formal entre las historias, pero sí emocional. Ese fue el ejercicio más difícil: ¿cómo hacer de estas historias en cinco lenguajes, en tres continentes, una sola película en donde los personajes no se ven físicamente? Fue bonito. Encontrar una gramática visual y construir un todo”, dice, y se emociona, y dispara una reflexión tras otra.
Optimismo. “¿Soy más optimista ahora, eso se refleja en Babel? No estoy seguro. Oscar Wilde decía que la diferencia entre un optimista y un pesimista es que éste es un optimista bien informado... Es verdad que cada film me ayudó a exorcizar algo.”
La muerte. “Tengo una niña de 11 años y el segundo fue Luciano, que murió. Vino mal, con afección pulmonar... una experiencia muy dolorosa para mí y mi esposa. Luego llegó el tercero, Eliseo, que está vivo, gracias a Dios, y es un puro terrorista. Tiene nueve años. A él y a mi hija les dedico Babel. Amores perros se la dediqué a Luciano; 21 gramos, a mi esposa. Y Eliseo nació con la misma enfermedad; estuvo un mes entre la vida y la muerte, fue traumático, pero sobrevivió. Y como dice mi padre: ‘El doctor le puso demasiado oxígeno a este cabrón’. No para, es un loco encantador.”
La familia. “Es mi obsesión. En la familia se encuentra la raíz de todo drama humano. Y el lugar en que me encuentro ahora es raro: en medio de dos espejos. Miro hacia arriba, a mi padre, y veo cómo me convierto cada día en él. Y me aterra. Miro hacia abajo y veo a mi hijo transformándose en mí. Con todas esas bondades y limitaciones de las que es tan difícil escapar. ¿Me aterra? No, la relación con mi padre fue buena. Pero hay cosas que no me gustaría repetir. Hay cierta inevitabilidad en la repetición. Estamos predeterminados, desde que Adán y Eva fueron corridos del paraíso. Hay mucho ahí dentro, una relación de poder. Y a través de ese microcosmos se puede observar el mundo, el macrocosmos.”
Futuro. “¿Y ahora qué, tras la trilogía? Cada final representa un principio. Uno no puede escapar a su sombra. Es como la voz de uno. Por más que cantes una canción u otra, tu voz es tu voz. No podré escapar de mí mismo, de lo que me gusta hacer. Y quiero parar, no hacer nada; dedicarme a lo que he descuidado, lo personal, lo familiar.”
Vida norteamericana. “Sigo viviendo en Los Angeles. Pero algo cambió después de hacer Babel. No sé si podría regresar a mi país ahora. Me gusta vivir como nómada, me hace ser más consciente, más sensible, estar más pendiente, más incómodo. Y esa incomodidad, de la ansiedad que crea, de la inseguridad, es productiva. No me paraliza: por el contrario, me inspira, me provoca la necesidad de crear.”
Un régimen fascista. “Una pesadilla: En EE.UU. se vive bajo un régimen que me recuerda al gobierno de mi país en los ’70, cuando crecí. Un régimen político que manipulaba, controlaba los medios, la libertad de expresión, al individuo. Un sistema fascista. Me recuerda lo que está pasando en el mundo. Ese mensaje de EE.UU. de si no eres como yo estás en contra de mí, dicho por ese personaje tétrico... Se ve en las fronteras, en cómo están influidas hoy por esa paranoia que hace de la otredad una cuestión de criminalidad. Es tremendo.”
El estado del mundo. “Babel es oportuna por lo global, pero... no me puedo explicar cómo un país inventado sobre la emigración, que siempre presumió de su condición, ahora cierre la puerta a sus vecinos. Es propio del nacionalismo. Y cuando empieza a crecer es la semilla del fascismo. Es el momento de salir corriendo. Lo más triste es que los mismos mexicanos muchas veces cierran la puerta a sus compatriotas. Se produce un fenómeno del mexicano que llega y se desprende de sus raíces, se avergüenza de ellas, y se asimila a otra cultura. En Los Angeles viven cinco millones de mexicanos y no hay ni un centro social, no hay un club México, no quieren hablar español. Y votan por los republicanos, para que no lleguen otros, por si les quitan lo que sus abuelos ganaron.”
Viaje en común. “Mis hijos jugaban en los pueblos marroquíes con los niños de allí sin hablar su lengua, y se reían todo el día. Y uno se da cuenta entonces de que somos los adultos los que establecimos prejuicios que no existen en realidad, que nos han ido alimentando barreras vía la religión, los gobiernos, los padres; nosotros con nuestra estúpida forma de asumir o decidir o juzgar cosas bajo un solo punto de vista, sin observar el otro.”
La fe. “No creo ser muy religioso. Sí trato de desarrollar una vida interior, una espiritualidad. Estoy formado dentro de una familia con visión católica de la vida, con lo bueno y lo malo. Yo trato de tener una perspectiva personal de una relación con un ser superior. Me parece importante sentir que hay algo más, que no puedo controlarlo todo, que hay alguien escribiendo el guión. En los actores trato de buscar una vida interior. Que no sólo haya una experiencia terrena, hecha de huesos, carne, mocos. Yo asistí mucho a terapias. Con 25 o 30 años sufrí ataques de pánico. Le echo la culpa a que leí mucho existencialismo y los existencialistas me dieron una cosa muy bonita: cuestionarme la razón de la vida. Pero te meten en un viaje bien difícil, sin salida. Y esas terapias de grupo, las emociones en carne viva, me nutrieron, me permitieron entender de dónde vienen nuestros comportamientos y heridas. Eso me ayuda al dirigir actores, al crear personajes.”
Miedo universal. “Filmando Babel aprendí que las necesidades, las cosas más profundas de los seres humanos, son bien parecidas; la vulnerabilidad, la fragilidad, la de nuestros seres queridos. El miedo a la pérdida y la imposibilidad, en este tren de vida que llevamos, de expresar amor, darlo o recibirlo. Estamos fajados por una dinámica que no nos permite ver el sentido real de la vida. Y cuando tienes un hijo, la fragilidad se multiplica. Ya no se vive igual. Es curioso tener esa bendición y al tiempo esa conciencia de pérdida.”
La nave vuela. “Aparentemente todo me va bien, pero mantener estable el avión es bien difícil. Y es verdad, está de moda desestabilizarlo todo casi sin luchar: ante la menor dificultad abandonamos el barco, la familia, la pareja... Hay una cuestión adictiva en eso: la falta de compromiso y responsabilidad.”
Influencia social del cine. “¿Dañino? A la gente que no tiene formada una personalidad le afecta, sí, todo lo que ve en la pantalla. Cuando era chico veía Rocky y me iba a correr y tomaba huevos. ¿Y las chicas, con todos esos finales románticos? Cierto es que estamos como perdidos. Por eso me impresionó tanto conocer las comunidades marroquíes del sur del Sahara. No tienen nada, lo dan todo, no tienen esa necesidad de consumir. En nuestra sociedad hay un sobreestímulo de necesidades que hacen que tu existencia esté medida en base a posesiones, a éxitos.”
El valor del fracaso. “El fracaso está muy devaluado. Me lo decía Paul Laverty, guionista de Ken Loach. Charlamos de eso hace poco: del fracaso se aprende mucho más que de nada, te hace más sabio, más terreno, más profundo. Y ahora todo es girar y girar en torno del éxito, a la fama; la fama como objetivo en sí, no como reconocimiento. Un mundo al revés.”
La banalización de la violencia. “Me decían que Amores perros era Pulp fiction, que Tarantino... Pero yo trato la violencia en mis películas como una consecuencia. Me molesta su banalización. Me parece una estupidez que los tipos maten a diestra y siniestra y hagan un chiste de eso y el público se ría. Me aterra. Yo no puedo. Viví en un país violento, fui asaltado, mi familia fue asaltada. No me parece que la violencia tenga que provocar risas. Nunca. La muerte de un personaje tiene que tener un peso dramático en una obra, doler, si no se deshumaniza. A menos que estés haciendo una sátira.”
Contemplar lo creado. “Cuando vi Babel la primera vez sentí tal compasión... Me di cuenta de que estaba por encima de mí. Si la película no trasciende al creador, no hay nada. Llegó un momento en que mis miserias, mis preocupaciones, mis limitaciones estaban rebasadas. Y de veras, me golpeó muchísimo cuando la vi; no paraba de llorar, allí en la sala junto a Gustavo Santaolalla.”
El rodaje impacta en otros. “Filmas en Marruecos, convives con la gente de allá, luego recoges los trastos y te olvidas. Sí, horrible. Es verdad que he tenido contacto con los niños que actúan en Babel, con Boubker y Said, en Cannes. Y además, juntamos un dinero para darlo al pueblo (Taguenzalt) y cuando dos documentalistas regresaron allí seis meses después descubrieron que ya tenían luz, y ¡estaba plagado de parabólicas! Me dolió mucho. Me dije ‘¿hicimos bien?’. Pero también ‘¿quién soy yo para juzgar lo que hagan ellos con la luz?’. Son esas contradicciones que uno tiene. A Said y Boubker queríamos pagarles el estudio, en inglés, una herramienta para salir al mundo. Uno de ellos no quiso, Said el mayor, es muy rebelde. Se compró una moto con el dinero que ganó; el otro adquirió una computadora. Eso habla de cómo es cada uno.”
Los orígenes. “Yo soy una oveja negra en mi familia, no sé de dónde salí. Mi padre es un comerciante, un guerrero. Lo admiro. Creo que lo terco y obstinado que soy se lo debo a él. Lo perdió todo cuando tenía 38 años y cinco hijos. Nos quedamos sin un centavo, pobres, pobres. Lo que pelearon mis padres fue por la educación; rogaron en los colegios y nos becaron. Nunca tuvimos un lujo, ni un viaje, nada. Creo que mi obsesión de moverme viene de ahí: mi primer vuelo lo tomé a los 18 años, me lo pagué yo siendo lavacoches. Luego me fui en un carguero, de fregasuelos, crucé el Atlántico, llegué a Barcelona. Estuve dos meses por Europa con 350 dólares. Regresé en ese mismo carguero.”
Sufrir el montaje. “Disfruto al hacer la música, fue lo primero que hice en cine, y editar la película me encanta. Ahí es donde la descubro, donde juego. Cuando filmo cuando no lo paso bien. Me obsesiono. Soy meticuloso, neurótico, perfeccionista. No quedo satisfecho nunca. Y eso me llena de sentimientos desagradables. Pero es así, un mecanismo que me fuerza a sacar lo mejor de mí y de otros.”
Escenas de amor. “Esa parte en la que Brad Pitt ayuda a orinar a su mujer la tenía ya en Amores perros, y la dejé fuera; es una recuperación. ¿Es un acto de amor extraordinario? Sí, y un drenaje. Ella se deja ir; hay una necesidad de vaciarse emocionalmente, de limpiarse, de lo físico a lo espiritual. Hay ahí algo de animal y de erótico. Eso me gustaba. Y en Babel yo mismo me vacié de muchas cosas. En el cine, para mí, las historias son ganchos donde en lugar de colgar la ropa cuelgas los temas de los que quieres hablar. La historia es el pretexto para explorar.”
Formatos. “Filmé en 16 y en 35 milímetros. Entrábamos en pánico Rodrigo Prieto (director de fotografía) y yo; no sabíamos si iba a funcionar. Y funcionó. En Babel me liberé. Sobre todo en la historia de la chica japonesa. Y esos espacios que creé, la escena del helicóptero en Marruecos o la de la boda de Amelia en la frontera mexicana, el momento de Chavela Vargas o el de la discoteca en Tokio... Era como entrar en la cabeza del personaje y el cine es eso, lo que sucede entre líneas. Había algo mágico. Me gustaba la idea de combinar el hiperrealismo y lo interior.”
En equipo. “Tuve el privilegio de trabajar con la misma gente desde hace 15 años; con Rodrigo y Brigitte Broch, incluso antes de ser director. Los admiro a todos tanto... Siempre digo que hacer cine me ayuda a ser mejor persona. Me olvido de mis estupideces, de mis preocupaciones, de mí y de mi neurosis. Me preocupo de otros. El trabajo es una terapia. Por eso hago cine; si no, me tiraría por la ventana.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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