CINE › “LA CONQUISTA DEL HONOR”
El desembarco en Iwo Jima le sirve a Clint Eastwood para un film lleno de preguntas.
› Por Luciano Monteagudo
En el comienzo fue una fotografía. La tarde del viernes 23 de febrero de 1945, cuatro días después del sangriento desembarco de la infantería de marina de Estados Unidos en Iwo Jima (un enclave aparentemente irreductible de la armada imperial japonesa), el fotógrafo de guerra Joe Rosenthal escuchó decir en la playa donde se apilaban muertos y heridos que la bandera con las barras y estrellas flameaba en lo alto de Monte Suribachi, al sur de la isla. Comenzó la ascensión y para cuando llegó a la cima, descubrió que la bandera original ya no estaba allí (había sido reclamada como recuerdo por un oficial de rango) pero que, ya con la posición tomada y sin enemigos a la vista, otros soldados se disponían a enarbolar otra bandera, de mayor tamaño, que pudiera ser vista desde la costa. Decepcionado por no haber podido captar el momento original, en pleno combate, Rosenthal se conformó con registrar el segundo izamiento. Lo que jamás imaginó es que esa instantánea de una acción banal no sólo le valdría el Premio Pulitzer y consagraría como héroes a esos soldados de retaguardia: también llegaría a convertirse en uno de los mayores iconos de su país durante el siglo XX, una imagen capaz de motorizar como ninguna sentimientos patrióticos (se reprodujo en periódicos, revistas, posters y estampillas) y convertirse en el símbolo de la determinación y el coraje del ejército estadounidense.
La conquista del honor (un título que tergiversa e incluso traiciona el original: Flags of our Fathers/ Las banderas de nuestros padres) parte de ese episodio para profundizar en un tema que ha sido siempre una preocupación en la obra de su director, Clint Eastwood: la pregunta por la construcción de la figura del héroe. ¿Qué es un héroe? ¿Cómo se alimenta su leyenda? ¿De qué está hecha? ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de mito? De una u otra manera, desde sus spaghetti westerns con Sergio Leone, estos interrogantes planean en la filmografía de Eastwood, tanto actor como director, y forman el núcleo de aquella que hasta hoy sigue siendo su película consagratoria, Los imperdonables (1992).
A partir de un libro testimonial de James Bradley, hijo de uno de los tres marines que fueron fotografiados por Rosenthal, el film de Eastwood se hace una y otra vez –obsesivamente, como si no hubiera otras– estas preguntas. Se diría incluso que la película toda está construida como un gran signo de interrogación, como una puesta en crisis de los lugares comunes con los que se ha venido alimentando el ideario bélico estadounidense. Por ejemplo: a diferencia de lo que sucedía en Rescatando al soldado Ryan, de Steven Spielberg (que aquí se desempeña como coproductor de Eastwood), la bandera como signo de patriotismo es constantemente puesta en cuestión, desde el título mismo de la película. Es más, Flags of Our Fathers es casi una respuesta al Soldado Ryan, con la que ha sido comparada por la maestría (y también la ferocidad) con que ambos films reconstruyen respectivamente los desembarcos en Iwo Jima y Normandía. Mientras que Spielberg contribuye a consolidar la iconografía bélica y sentimental del soldado norteamericano, Eastwood en cambio la pone bajo la lupa y expone los mecanismos (e incluso los azares) con que se elabora.
Esto no implica que La conquista del honor pueda ser despachada fácilmente, de manera simplista, como “una película antibélica” (a su vez un lugar común de la crítica) o una invectiva contra la política militarista de Bush en Irak (aunque sus cuestionamientos lleguen en un momento decisivo de la intervención estadounidense en Medio Oriente). Como director, Eastwood siempre ha sido –y sigue siendo– lo suficientemente complejo y sofisticado como para evitar e incluso trascender esos esquematismos o dejarse manipular por uno u otro bando (una paradoja significativa: tanto Página/12 como la Embajada de Estados Unidos auspiciaron sendos preestrenos de la película en Buenos Aires). Su película apunta más a fondo, al núcleo de su tema, a la contradicción esencial entre hombre y héroe.
No por ello La conquista del honor es un film plenamente logrado. La ambiciosa estructura, dividida en tres tiempos narrativos diferentes que se van desarrollando simultáneamente, no siempre se articula de manera fluida y más de una vez el relato se empantana. Por un lado, hay un tiempo presente, el del hijo del marine que lleva a cabo la investigación para su libro; por otro, están las sulfurosas arenas negras de la isla volcánica de Iwo Jima, donde los soldados viven o mueren de acuerdo con un designio caótico, arbitrario, que no necesariamente tiene en cuenta su valentía o su destreza militar; y finalmente están los soldados John “Doc” Bradley (Ryan Phillippe), Rene Gagnon (Jesse Bradford) e Ira Hayes (Adam Beach), convertidos de la noche a la mañana en celebridades públicas y utilizados por la Casa Blanca como marionetas, para levantar en casa la moral de la población y vender bonos públicos que permitan mantener la maquinaria bélica en funcionamiento. En estos tres planos, hay momentos mejores y peores, pero para juzgar en plenitud La conquista del honor habrá que esperar un mes más, cuando se estrene Cartas desde Iwo Jima, su contraparte, en la que Eastwood filmó la misma batalla y sus consecuencias pero desde el punto de vista japonés.
Mientras tanto, parece pertinente una evocación. En El pudor de la historia, Jorge Luis Borges advertía sobre las llamadas fechas históricas: “Yo he sospechado que la historia, la verdadera historia, es más pudorosa y que sus fechas esenciales pueden ser, durante largo tiempo, secretas”. Según Eastwood, algo semejante podría decirse de sus héroes y sus símbolos.
8-LA CONQUISTA DEL HONOR
(Flags of our Fathers)
Estados Unidos, 2006.
Dirección: Clint Eastwood.
Guión: William Broyles Jr. y Paul Haggis, basado en el libro de James Bradley y Ron Powers.
Fotografía: Tom Stern.
Música: Clint Eastwood.
Intérpretes: Ryan Phillippe, Jesse Bradford, Adam Beach, John Benjamin Hickey, John Slattery, Barry Pepper.
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