Lunes, 12 de marzo de 2007 | Hoy
CINE › UN FILM ALEMAN LEVANTO EL NIVEL DE LA COMPETENCIA OFICIAL
La película Madonnas, de la realizadora bávara Maria Speth, se lució en la muestra marplatense, ubicándose artísticamente por encima de La peli, la brasileña O maior amor do mundo y Khadak, filmada en Mongolia.
Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
Una estupenda película alemana levantó el nivel de la Competencia Oficial de Mar del Plata, que en sus primeros días no estaba dando lugar a grandes satisfacciones. La salvadora resultó ser Madonnas, de la realizadora bávara Maria Speth, que en febrero se presentó con muy buena repercusión en el Festival de Berlín y ahora, en Mar del Plata, ayudó a compensar los tropiezos de la brasileña O maior amor do mundo, la coproducción europea Khadak (enteramente filmada en Mongolia) y la argentina La peli, ambicioso pero malogrado opus cinco del rosarino Gustavo Postiglione.
La protagonista de Madonnas es Rita, una chica apenas treintañera que no sólo tiene cinco hijos de distintos padres, sino que además suele dejarlos al cuidado de la abuela. Esta, a su vez, cumple el encargo tan a disgusto como el que siempre parece haber mostrado frente a su propia hija. Mientras tanto, Rita deambula de aquí para allá, en una fuga hacia adelante cuya repetición y circularidad hacen pensar, desde temprano, que difícilmente la cosa encuentre alguna resolución. No hay duda de que a la película le vendría muy bien un recorte de unos veinte minutos sobre su duración de dos horas redondas. Pero en términos narrativos y estilísticos, Madonnas muestra, de parte de una directora que recién va por la segunda película, una madurez y rigor realmente infrecuentes.
No parece para casual que, en el papel de padre abandónico de la protagonista, aparezca en un par de escenas el extraordinario Olivier Gourmet, actor fetiche de los hermanos Dardenne. El carácter de dilema moral que la película de Speth plantea, sumado a su sequedad y dureza, la emparientan con películas como El hijo y El niño. Pero así como los Dardenne nunca dejan de imbricar sus dramas íntimos con el entorno social, Speth prefiere focalizar sobre la interioridad de los personajes, sus complicadas relaciones sentimentales, el seno íntimo de lo familiar. Ciertas escenas en las que Rita y su amante circunstancial discuten, mientras alguno de sus hijos festeja frente a la tele y otro se entrega a un momento de ternura, demuestran no sólo el generoso abanico emocional que la película despliega, sino también el magistral control del plano que la directora exhibe.
No se le puede negar coraje y voluntad de ruptura a Gustavo Postiglione, que lo único que conserva de sus películas anteriores en La peli son sus actores de confianza, esa banda rosarina integrada por Carlos Resta, Raúl Calandra y Héctor Molina, a quienes en esta ocasión les suma nombres más famosos. Darío Grandinetti, Norman Briski, Jazmín Stuart y hasta Natalia Oreiro aparecen en el elenco de la nueva película del realizador de El asadito y El cumple. La otra sorpresa es la participación de Diego Lerer, colega del diario Clarín, quien aquí hace de... crítico de cine. Sí, La peli es una de esas películas en las que un realizador reflexiona sobre su propio oficio, teniendo como protagonista a un alter ego que –como lo indica la línea que recorre desde Cautivos del mal hasta La noche americana, pasando por 8 y ½ y El desprecio– atraviesa un estado de crisis que le pone el mundo patas arriba.
Atravesada por ciertas decisiones estéticas no precisamente justificadas (tres actores distintos representan tres fases en la caída del protagonista; en algún momento se combina, sin necesidad, color y blanco y negro), el problema fundamental de La peli es no sólo que no da la sensación de ser más que un mero apéndice de todas las películas mencionadas, sino que cuando finalmente parecería encontrar una forma adecuada (una larga confesión de pareja en plano secuencia, claramente tomada de Paris, Texas) lo único que aparece en boca de los personajes son los más adocenados clichés románticos.
Nuevo film del veterano Carlos Diegues, en O maior amor do mundo José Wilker (el Vadinho de Doña Flor y sus dos maridos) compone un personaje que parece construido en contra del que lo hizo famoso. Se trata de un astrónomo reprimido que, tras largos años de trabajar en Estados Unidos, vuelve a Brasil por dos razones: va a recibir una condecoración de manos del mismísimo Presidente de la República y... está por morirse. Motivo por el cual intentará un regreso al origen, buscando a su madre, a quien jamás conoció. Realizador de películas como Bye Bye Brazil y Deus é brasileiro, Diegues intenta abarcar lo íntimo y lo político, el presente y el pasado, lo realista y lo esotérico, el drama y el culebrón, el folklore y la ópera y la historia entera del último medio siglo de vida brasileña. El resultado no podía ser otra cosa que un fárrago.
En cuanto a Khadak, transcurre en Mongolia pero está codirigida por un realizador belga y su coequiper británica. Ambos parecen rendirse frente a lo popular-esotérico, encarnado en el protagonista, un muchacho cuyos ataques de epilepsia lo hacen tener visiones de hechos que, fatalmente, acaecerán. Una hechicera opera milagros y funciona como guía y salvación del protagonista, a partir de determinado momento arrancado de su ámbito salvaje y traspolado a la civilización. Junto con ello, el relato se va hundiendo cada vez más en la alegoría, la simbología y el realismo mágico, sepultando para siempre ciertos momentos bien narrados.
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