CINE › LA MARCHA DE LA COMPETENCIA
Pulqui, un instante en la patria de la felicidad busca reconstruir el símbolo del sueño peronista. El telón de azúcar contrapone los días dorados de la Revolución joven con el “Período Especial”. Y ambas marcan un punto alto en el Festival.
› Por Horacio Bernades
Es curiosa la coincidencia en el Bafici, de dos documentales que se preguntan, cada uno a su manera, por las fusiones y confusiones entre quimeras y logros, entre sueños y realidad política. Entre Historia y Mito, en suma. Por un lado, en la Selección Oficial Internacional se presenta El telón de azúcar, melancólica visión del desarrollo de la Revolución Cubana, a cargo de alguien que creyó en ella y ahora ya no sabe. Por otro, en la Selección Oficial Argentina hace su aparición Pulqui, un instante en la patria de la felicidad, donde el artista plástico Daniel Santoro intenta concretar un sueño a escala. El sueño consiste en reponer, de modo simbólico, un símbolo de otro sueño: el de la patria feliz del primer justicialismo, esa que se habría desplegado entre el ’45 y el ’55.
“Hace veinte años esto era un Paraíso”, dice sin vueltas la voz en off de Camila Guzmán Urzúa, realizadora de El telón de azúcar. “No existía el dinero ni la religión, la gente era feliz.” Ese Paraíso sobre la tierra del que habla Guzmán Urzúa es la Cuba de los años ’70 y ’80, cuando ella y la revolución fueron jóvenes. Hija del excepcional documentalista chileno Patricio Guzmán (el de La batalla de Chile, el de Salvador Allende), Camila nació en México, en el exilio. De allí rumbeó a Cuba junto con sus padres, a vivir lo que ella misma define –o recuerda– como los años dorados del sueño socialista en la isla. Los años anteriores a la caída del Muro de Berlín, cuando junto con el derrumbe de la Unión Soviética vino el de la economía cubana, dando inicio al llamado “Período Especial”. Ese en el que empezó a faltar nafta, pan y jabón, y tanto la comida como los baños y las guaguas (los colectivos cubanos) comenzaron a escasear. Ese que dura hasta hoy.
Recorriendo los lugares de ayer (algunos de ellos hoy en ruinas), entrevistando a los viejos amigos (la enorme cantidad de los que se fueron, los pocos que quedaron) y abriendo el ojo ante la Cuba de hoy –con su gente colgada de las guaguas, sus escolares que recitan consignas oficiales, sus jineteras y cometeros–, Guzmán Urzúa da testimonio de una caída en la que el sueño da paso a la realidad. Con lo cual El telón... se tiñe de melancolía, de desesperación incluso. A su turno, lo que parece interesarle al artista plástico Daniel Santoro no es tanto la existencia real del primer peronismo, tal como lo transmiten hasta aquí los manuales escolares de la época y la tradición oral, sino su carácter de sueño, de mito, de imaginario colectivo. En la reconstrucción de ese mito, en su paráfrasis y refundación por otros medios consiste el arte de Santoro, lleno de Evitas buenas y niños y descamisados felices. Ese arte encuentra en Pulqui... otra vía de concreción.
En lugar de pintar el ideal justicialista aquí se trata de ponerlo a volar. Lo que se propone Santoro es construir, en escala de 1 a 2, una imitación del Pulqui, avión supersónico que el general Perón mandó a hacer en 1951. Versión aeronáutica de la Tercera Posición o, como lo llama Santoro, Objeto Volador Justicialista, el artista pide ayuda a su amigo Miguel Biancusso, escenógrafo, ingeniero y peronista de barrio. Juntos se ponen manos a la obra en un tallercito de Valentín Alsina, con el documentalista Alejandro Fernández Mouján (realizador de Espejo para cuando me pruebe el smoking, donde filmaba a otro artista, Ricardo Longhini) rodando una aventura que se asume como juego, simulacro e intento de restauración simbólica.
Con un final que pone en cuestión el carácter de utopía retro que el asunto podría hacer pensar a primera vista, un excepcional montaje y una puesta en escena de la Arcadia peronista que podría provocar los éxtasis de Leonardo Favio, Pulqui... es un documental mayor, uno de los puntos más altos de la representación argentina en esta edición del Bafici. Representación a la que hace honor El asaltante, debut de Pablo Fendrik y segundo título local en competencia en la Selección Oficial Internacional, tras la presentación hace unos días de El desierto negro. Filmada casi en un impromptu hacia fines del año pasado, mientras su director esperaba reunir los fondos para la que debió haber sido su ópera prima, la resolución formal de El asaltante aparece en perfecta correspondencia, tanto con el modo en que fue producida como con los hechos que narra.
Basada en un caso real de la crónica policial y filmada en un límpido formato digital de alta definición, la película de Fendrik narra un extraño raid delictivo. Lo que lo vuelve extraño es el carácter de su protagonista, a quien encarna el notable Arturo Goetz, recordado por su papel de padre en Derecho de familia. De saco y corbata, modos amables y condición de señor burgués, el tipo se larga a asaltar un par de escuelas privadas. Hay un par de sorpresas que la película reserva para el final y ninguna de ellas resuelve el enigma de cómo y por qué, que queda flotando como gigantesco interrogante.
La peculiaridad de El asaltante es que está narrada casi en tiempo real, con Goetz siempre en cuadro y apostando a la máxima continuidad espacial. Es por esa razón que está llena de largos planos-secuencia (el primero, de casi 10 minutos, es de antología) con cámara en mano (excepcional trabajo de Cobi Migliora, director de fotografía de Mundo Grúa, La libertad y Los muertos). Todo esto no tiene nada de frívolo o exhibicionista, ya que lo que se pretende es “pegar” al espectador a la cada vez más nerviosa y transpirada carrera al vacío del protagonista. Vaya si Fendrik lo logra.
El telón... se verá por última vez el jueves a las 21, en el Atlas Santa Fe 2. Pulqui..., hoy a las 14.15, en el Hoyts 11, y el jueves a las 20, en el Atlas Santa Fe 1. El asaltante, hoy a las 18 y el jueves a las 13.45, ambas en el Hoyts 9.
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