CINE › RAUL PERRONE HABLA DE “CANADA” Y LA RETROSPECTIVA DE SU OBRA
El film que presenta mañana nació en el Bafici anterior, cuando Perrone se cruzó con una atípica pareja y surgió una historia.
› Por Oscar Ranzani
La nueva película de Raúl Perrone nació de una historia de amor real: Heber Huang y Jacqueline Cordero son novios y hacen de novios en Canadá, largometraje del cineasta emblema del cine independiente que participa de la competencia argentina en el Bafici. La idea surgió hace un año, durante la edición anterior del Festival. Después de que el director de La mecha presentó su film Tarde de verano, cruzó Corrientes, fue a cenar con su equipo a un restaurante chino y, al ver a Heber, supo que nacía una ficción. “Empecé a pensar una historia con él y con su novia y terminó resultando Canadá”, dice Perrone y destaca que le resultaba interesante trabajar “con esas cosas humanas e ir improvisando y armando una película a partir de una anécdota muy chiquita, que era la de un tipo que le ocultaba a su novia que se iba a ir a otro país”.
A partir de entonces y fiel a la idea de trabajar sin un guión ortodoxo, Perrone tuvo un trabajo arduo con el joven chino. “Fue muy difícil porque él no entendía nada”, afirma el realizador sobre el protagonista que no habla un castellano fluido. Entonces, todo se complejizaba, sobre todo por la particular manera de trabajar de El Perro, prácticamente sin ensayos. “La sorpresa de él es verdadera”, dice Perrone sobre las reacciones del protagonista y asegura que el “efecto realidad” le resultaba “sumamente difícil de lograr, pero sumamente interesante a la hora de verlo”. A pesar de las dificultades, Perrone asumió el compromiso y puso en marcha el desafío que se había planteado. De la pareja protagónica lo cautivó “la estética. Me gustaban mucho como pareja. Me parecían muy raros los dos. Es como una antipareja. Me gustaba mucho cuando ella le hablaba, cómo se preocupaba por él y qué historia iba a contar de ellos. Eso fue lo que más me motivó a hacer la película”, reconoce el director.
Canadá se divide en dos partes. Una en la que, alrededor de la naturaleza, Jacqueline le cuestiona a Heber estar pensando en irse a vivir a Canadá para reunirse con su hermana que vive allí. La segunda transcurre en la ciudad, cuando a Heber le diagnostican una escoliosis debido a los trabajos que realiza, y muestra el peregrinar de la pareja por los hospitales de Ituzaingó, la tierra prometida de Perrone. “Yo voy contando lo que tengo ganas: puede ser un viejito de ochenta y cinco años como puede ser una pareja de jóvenes, como puede ser una vida adolescente. Cuento lo que en ese momento tengo ganas de contar”, asegura el director de Peluca y Marisita.
–Hay dos tiempos en la película: uno más contemplativo y otro más rítmico, desde el punto de vista occidental. ¿Había una idea suya de reflejar la tensión entre la vivencia oriental y la occidental?
–La idea era esa. La cosa contemplativa creo que está en muchas de mis películas, y si me remonto en el tiempo está en la trilogía. Hay una cosa de plano secuencia de contemplar a esos pibes a ver qué hacían. Con el tiempo fui desarrollando otras cosas que están en La mecha y en otras películas. Hay toda una cosa pero también podría ser con dos pibes argentinos, tranquilamente. Por ahí en la segunda parte es la realidad cruda. A pesar de que es medio misterioso y extraño al principio, también está al final toda la realidad, que es la que golpea y es dura. Esa es la gran diferencia.
–A la vez, la diferencia entre esos dos tiempos está marcada por los contextos. Uno es la naturaleza y otro la ciudad. ¿Estos tiempos y estos contextos son también reflejos de los estados de los personajes?
–Tiene que ver. Es una película que tiene que ver con los tiempos, con los cuerpos, el amor, el desarraigo, la traición. Todo lo del principio hasta parece soñado: en ese bosque no encantado pero en una paz idílica, de alguna manera. Todo lo otro es cuando salís y te chocás con la realidad: Pum. Tampoco es una película de denuncia. No es que en los hospitales se da la típica cosa de que no los atienden. Van, los atienden, ocurre lo que tiene que ocurrir, pero es más duro. Heber va incrementando su dolencia y, a su vez, ella tiene dos dolencias: la de él y la de si lo llega a perder, que es lo que más la trauma en toda la película.
Fiel al “cine ansioso”, como alguna vez se lo definió simpáticamente, Perrone estrena en esta edición del Bafici otra película: La Navidad de Ofelia y Galván. “Quería cerrar una trilogía con Galván que empezó con Late corazón y con La mecha, que dan cuenta del paso del tiempo de una persona y una familia”, afirma sobre las películas, en las que el protagonista no es otro que su suegro de 87 años, Don Nicéforo Galván. En este caso, junto a su mujer Ofelia, suegra de Perrone. Pero como El Perro no podía formar un equipo, se las arregló con una cámara de fotos digital. “Fui con la idea de hacer fotografías y empecé a filmar, a colocar la camarita arriba de tacitas, y terminé haciendo una película. Como la cámara filma veinte minutos, descargaba y filmaba, descargaba y filmaba.”
–¿En La Navidad de Ofelia y Galván se complementan la ficción y el documental?
–Yo no creo que haga documental. Me acuerdo de cuando hice Labios de churrasco, en 1994, y las reseñas de las críticas en Montevideo decían: “Perrone deja la cámara y parece que se va. Eso está registrado de manera casi documental”. Yo no filmé nunca de otra manera, así que no sabría decir eso. Voy en busca de creerme lo que hago, voy en busca de sorprenderme por primera vez. Y esa es mi manera de trabajar. No podría ensayar porque me aburro. Entonces, si eso está emparentado o a vos te hace pensar que es un documental, bueno, quizá tengan razón mis laburos, si yo te hago creer eso. Lo que digo es que no me gustan las películas impostadas, me gusta creer en los personajes que veo. Si hay algo que me saca de caja es cómo hablan los tipos en las películas. Me gusta creérmelos, me gusta estar presenciando una conversación como ahora.
Los amantes del “cine joven” de Perrone como Labios de churrasco, Graciadió y 5 pa’l peso tienen una buena noticia: estas películas podrán verse desde mañana y durante todo abril en el Malba, previa presentación en DVD. Integran la mítica “trilogía de Ituzaingó” y reflejan conversaciones y situaciones de jóvenes del conurbano que no eran los típicos estereotipos que mostraban ciertos programas de TV sobre la juventud. “La trilogía tiene que ver con un cuerpo de obra. No me gustan las películas que se juntan y se dice ‘bueno, vamos a sacarlas’. Tienen que hablar de algo que las una. La trilogía estaba unida. Las películas se pueden ver individualmente, pero creo que se entienden mucho más si se las ve una detrás de la otra.”
–A la distancia, ¿cuáles marcaría como las principales similitudes y diferencias entre las tres?
–Las volví a ver ahora para la edición y me pareció que seguían siendo películas frescas, que seguían teniendo ideas interesantes. Muchas ideas me siguen gustando. Quizá pulí mucho más mi estilo porque laburo con tecnología de alta complejidad. Pero en un momento en que no había nada, creo que tienen cosas muy interesantes y un valor documental: ahí están para que la gente las vea.
–¿Existía la necesidad de hablar de una juventud que no se veía en la televisión?
–Sí, estaba cansado de ver cosas en TV donde los barrios tenían adoquines, porque veía eso en las películas del 900. Todos los barrios eran San Telmo. Y empecé a pintar una iconografía de casas bajas, a poner pibes caminando en la calle o sentados en el cordón de una vereda, a poner pibes en terrazas que me parece que no existía en el cine argentino en ese momento. Fue el documento de una época.
La Navidad de Ofelia y Galván se proyecta hoy a las 20.30, en el Hoyts Abasto. Canadá se exhibe mañana a las 21, el sábado a las 12.45 y el domingo a las 17.15, en el Hoyts Abasto. La trilogía en DVD Labios de churrasco, Graciadió y 5 pal’peso se presenta mañana a las 18 en el Malba y se podrá ver todos los sábados de abril.
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