CINE › PUNTOS ALTOS, Y NO TANTO, EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL
La película catalana La línea recta y la francesa Avida superan en interés a la ópera prima mexicana Familia tortuga.
› Por Horacio Bernades
Juego de opuestos en la Selección Oficial Internacional del 9º Bafici. Por un lado, la película catalana La línea recta, que le da una vuelta de tuerca a uno de los temas más persistentes de toda la competencia –la desmotivación juvenil–, tratándolo con total falta de concesiones. Por otro, la francesa Avida, intento de restaurar una tradición cinematográfica perdida desde hace casi un siglo: el dadaísmo humorístico, de la manera en que la dupla Buñuel-Dalí lo encaró en Un perro andaluz. Además, en estos días termina su recorrida por la Selección Internacional la mexicana Familia tortuga. Pero este aviso no debe entenderse como recomendación, ya que se trata sin duda del film más débil que haya programado esta sección a lo largo de todo el festival.
Si a la también catalana y desoladora Las horas del día se le eliminan los crímenes, si a la desesperante Rossetta (hermanos Dardenne) se le anula la cámara en mano y las corridas de la protagonista, si a ciertos exponentes del realismo inglés (Saturday Night, Sunday Morning o Pobre vaca) se les lima la sordidez, de todas esas maneras puede llegar a obtenerse algo parecido a La línea recta. Formado en la carrera de dirección del American Film Institute, La línea recta es la ópera prima de José María de Orbe, cuyo apellido materno es Klingenberg. Filmada en un barrio obrero de las afueras de Barcelona, la película no abandona jamás a Noelia, una chica de la que lo poco que se sabe es que no tiene nada. O eso parecería, al menos. Noelia trabaja por las noches en una estación de servicio y más tarde le suma las tardes, volanteando a domicilio. No tiene novio, amigas, celular ni PC y vive con una señora que podría ser su madre, una tía o la persona que le subalquila.
Así de parca y seca es La línea recta. Tanto como su protagonista, que parece encerrada en una falta de opciones tal vez producto de su juventud, de su condición de pobre, de ambas cosas, o quizá de su propia desmotivación. Situada a una distancia del centro de Barcelona que parecería medirse no en kilómetros sino en años luz, los exteriores parecerían para Noelia tan ajenos y anónimos como cada interior. Tan poco hospitalarios como la gente con la que se cruza. Con una única excepción, la de cierto compañero de trabajo, a quien de todos modos la chica (que perfectamente podría ser virgen) mantiene a raya. La diferencia con otras películas de jóvenes-zombis que el Bafici dispensa con generosidad –diferencia esencial– es que a De Orbe el vacío que muestra no parece contagiarlo, sino desesperarlo.
No apuesta a la desesperación sino al jolgorio surrealista Avida, dirigida a cuatro manos por los debutantes Benoît Delépine y Gustave de Kervern. No sólo el blanco y negro o un cameo del guionista Jean-Claude Carrière –-representante de Buñuel sobre la tierra– hacen pensar en Un perro andaluz. Las referencias buñuelo-dalinianas se multiplican a lo largo de la película, desde el comienzo –en el que, a falta del famoso ojo cortado, una boca engulle papas fritas de copetín– hasta el final, donde se expone un cuadro que imita los del hombre del bigotazo ascendente. Como en las películas de Buñuel, se despliega aquí un bestiario que incluye alimañas (como las de La Edad de Oro o Tierra sin pan) y avestruces, como el del final de El fantasma de la libertad. Por otra parte, bastaría recordar el anagrama a que André Breton sometió el nombre de Salvador Dalí (Avida Dollars) para sonsacar de dónde viene el título de la película, que también cuenta con cameos de Claude Chabrol y la kaurismäkiana Kati Outinen. Además de un imperdible Fernando Arrabal, dispuesto a suicidarse embanderillando un rinoceronte para unirse con su cofrade del Teatro Pánico, el recientemente fallecido Roland Topor.
En verdad, la energía cómica y anárquica se le va agotando a Avida en el curso del metraje. Con lo cual lo que comienza como máquina dadá demasiado pronto se pone a ratear, hasta terminar en una marcada desaceleración creativa. Una madre muerta, un padre intentando negocios non sanctos que no prosperan, un hijo gay reprimido, una hija que cada tanto se fuma un porro o roba alguna chuchería y un tío discapacitado que ocupa el lugar de la madre consagran a la película mexicana Familia tortuga como fundadora de la disfuncionalidad familiar light. Con una extensión inversamente proporcional a su interés (139 minutos), aunque durara dos horas menos la ópera prima de Ruben Imaz Castro no mejoraría. Parece filmada por una computadora, programada tal vez en alguna escuela latinoamericana de corrección cinematográfica.
La línea recta se verá hoy a las 17.45, en el Hoyts 12, y el domingo a las 17.30, en el Atlas Santa Fe 2. Avida, hoy a las 17.30, en el Hoyts 10, y el domingo a las 16.45, en el Hoyts 12. Familia tortuga se exhibe por última vez hoy a las 16.15, en el Atlas Santa Fe 1.
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