CINE › ENTREVISTA A FERNANDO MARTIN PEÑA, DIRECTOR DEL FESTIVAL
› Por Horacio Bernades
“Me parece que salió bien, creo que estuvo más equilibrada que la del año pasado”, contesta el director del Bafici, Fernando Martín Peña, cuando, recién concluida la novena edición del festival, se le pide un balance. Es el tercer año en que Peña está a cargo de uno de los dos festivales de cine más importantes de la Argentina (el otro es el de Mar del Plata), desde que fue nombrado en el cargo tras la remoción de su anterior director, el crítico de cine Eduardo Antin, más conocido por Quintín.
A los 38 años, Peña desarrolla una labor múltiple, sumándole, al cargo de director del Bafici, el de programador del área cine del Malba, conductor del programa de televisión Filmoteca (que se emite todos los días, en las trasnoches de canal 7), preservador de material fílmico y presidente de Aprocinain, asociación civil sin fines de lucro que apunta a la creación de una Cinemateca Nacional. Proyecto que, aunque convertido en ley hace años, espera una reglamentación definitiva. Y que se posterga tanto como cierto permiso municipal que en la tele de los años ’60 solicitaba Joe Rígoli, esperando plantar un simple arbolito en la puerta de la casa. “Con Pino Solanas, que es como el alma mater del proyecto, estamos viendo qué hacer para reimpulsar el proyecto por enésima vez. Tal vez juntar firmas sirva para algo...”, se queda cavilando Peña, en un salón del Hoyts Abasto.
Curiosamente o no tanto, la pregunta inicial por el Bafici fue disparando todas las demás cuestiones, como ese juego de pelotitas de acero en el que basta golpear una para que se inicie un movimiento continuo, en el que indefectiblemente todas se entrechocan. A lo largo de la charla y a partir de la experiencia del Bafici, Peña planteó deudas pendientes, relacionadas tanto con la programación y exhibición de cine de arte en la Argentina como con la preservación del material fílmico. Y con la necesidad de una cinemateca que conserve, repare y aloje la memoria guardada en celuloide, no sólo el que se produce aquí sino también el del resto del mundo.
–¿Cómo ve al Bafici?
–Me parece que el festival sirve para suplir la falta de oferta de lo que puede llamarse cine de calidad, o de arte, que se observa a lo largo del resto del año en la cartelera porteña. Claro que es un poco absurdo concentrar en menos de quince días una oferta de casi trescientos largometrajes, como sucedió en esta ocasión, pero eso tiene que ver con que durante el resto de la temporada estas películas no aparecen en las salas. Entonces, como es la única forma que el público tiene de llegar a ellas, nos vemos obligados a traerlas. Aunque, repito, me parece que es bastante irracional que sea así.
–¿Le parece que el Bafici podría hacer algún aporte para resolver este desbalance?
–Lamentablemente, no me parece que dependa de nosotros sino de las autoridades que rigen el cine, ya que a los distribuidores parece no interesarles traer este tipo de películas. O es un negocio que no les cierra.
–¿Qué se le ocurre que se podría hacer?
–Para mí la intervención del Estado en defensa del cine argentino debería atender tres aspectos: producción, exhibición y preservación. Actualmente, se cubre la primera de esas facetas, gracias a una política de créditos y subsidios que permite que se pueda filmar en la Argentina, donde hacerlo es tan caro como en todas partes del mundo. Pero están faltando las otras dos patas del asunto.
–¿Qué podría hacer el Estado en términos de exhibición?
–No veo por qué el Estado, como parte de su política de protección, no puede generar un circuito propio, destinado a programar la clase de cine que las salas comerciales se niegan a proyectar. Podría tratarse de una inversión exclusivamente estatal o de un sistema mixto, asociado con capitales privados. Eso permitiría subsanar ese desequilibrio del que hablábamos, en el que hay por un lado un festival de cine que arrastra un montón de gente durante unos pocos días (nuestros cálculos indican que este año se vendieron unas 260.000 entradas, un 10 por ciento más con respecto al año pasado), y en el resto del año, un páramo.
–Pero también sucede que las mismas películas que en el Bafici la gente se mata por ver, después se estrenan y no va nadie.
–El tema es que no se puede explotar de la misma manera un producto de Hollywood y una película de arte. El éxito de los tanques de Hollywood se define en el primer fin de semana, cuando esas películas están en condiciones de llevar una cantidad importante de gente, gracias a toda la maquinaria de promoción previa que están en condiciones de montar. Pero una película de arte, de la que normalmente se estrenan un par de copias, no suele estar en condiciones de generar esa expectativa. Por eso requiere de otros tiempos, no puede jugar su suerte en un par de fines de semana. Nosotros en el Malba programamos esta clase de cine a lo largo de un mes, y eso da tiempo para que se arme el boca en boca que se necesita. Y hemos podido comprobar que a muchas de esas películas les va mejor en el Malba que en una sala “normal”, por la sencilla razón de que las sostenemos durante más tiempo.
–Igual, ahora no es lo mismo que en los años ’60 o ’70, donde el público tenía el hábito de ir a ver Bergman, Leonardo Favio, Torre Nilsson o Fellini.
–Es verdad, no es lo mismo. Hay que recrear ese hábito, y una de las formas de hacerlo es reconstruir el mercado de cine de arte, generar una sinergia que lo motorice. Eso es lo que hace el Bafici todos los años y lo que un circuito específico estaría en condiciones de conseguir.
–¿Usted plantea un sistema así sólo para las películas argentinas o para el cine de calidad en general?
–Lo planteo en general. Es como la Biblioteca Nacional: uno va ahí y no encuentra sólo literatura argentina, ahí está toda la literatura universal. Un circuito de cine de arte debería funcionar igual que la Biblioteca Nacional.
–En el Bafici acaba de tener lugar una primera experiencia piloto de proyección digital en Argentina, con resultados asombrosamente buenos. Las diferencias con la proyección en 35 mm se reducen cada vez más. ¿Esa podría ser una solución para un circuito como el que usted plantea?
–Me parece que la proyección en HD todavía es muy cara. En un futuro sí, puede ser una solución. Pero sólo para proyectar películas filmadas y terminadas en digital, que es lo que hicimos en el Bafici. No estoy de acuerdo con proyectar en video películas filmadas y terminadas en celuloide, como se hace ahora en el circuito comercial. No me parece correcto. Si un director pensó su película en 35 mm, hay que proyectarla en 35 mm.
–Queda por ver el tema de la preservación, la tercera pata que usted mencionaba antes.
–Para preservar es esencial la existencia de una Cinemateca Nacional. Y no va a haber cinemateca hasta que no se reglamente la ley respectiva. Es increíble que un país como Argentina, con un presente cinematográfico tan rico como su pasado, no cuente con un organismo de este tipo. No hablemos ya de países como Francia, Alemania o Estados Unidos. Ni siquiera México o Brasil, que tienen cinematecas-modelo. El tema es que incluso países que casi no tienen cine propio, o que es muy escaso, como Bolivia, Perú, Colombia o Chile, cuentan con sus cinematecas. Y Argentina no la tiene. ¿No es increíble?
–Hay un tema que sigue siendo necesario aclarar, porque se manejó de manera muy confusa y su propia resolución parece algo imprecisa: el asunto de la quita de apoyo al Bafici, por parte del Incaa. ¿Se puede pasar en limpio qué fue lo que pasó y cómo se resolvió?
–A ver. Todos los años, desde que existe el Bafici, el Incaa colabora con un aporte de 350.000 pesos. Ese aporte se vuelca a la producción del festival, para lo cual se requiere contar con ese dinero en enero o febrero, que es cuando hay que afrontar la mayor parte de los pagos. En octubre del año pasado, representantes del festival se reunieron con las autoridades del Incaa, como todos los años para la misma fecha, y ahí se encontraron, para nuestra sorpresa, con que se les dijo: “Este año el presupuesto es cero”. Así, literalmente. Les pedimos que lo repensaran; quedaron en hacerlo. Pero nunca volvieron a llamar, por lo cual en noviembre y diciembre pedimos nuevas reuniones, sin obtener respuesta. En enero de 2007, cuando presentamos una nota por mesa de entradas, se nos responde que ya es tarde, porque el presupuesto se cerró a fines del 2006, y deberíamos haber solicitado el aporte antes de esa fecha.
–Pero ustedes lo habían solicitado...
–Sí, claro. Pedimos la misma suma de siempre, esos 350.000 pesos de los que le hablé, a los que desde hace unos años se les suman 160.000 pesos más, que se destinan a la competencia de películas argentinas. Aclaro esto porque en algún momento se dijo que habíamos pedido un 50% más que de costumbre, lo cual no es verdad.
–¿Y cómo terminó la cosa?
–Cuando todo este desencuentro se hizo público, Silvia Fajre, ministra de Cultura del Gobierno de la ciudad, se reunió con Jorge Alvarez, presidente del Incaa, y llegaron a un acuerdo para que finalmente el Incaa aportara lo mismo que todos los años.
–¿Cuándo se produjo esa reunión?
–El martes 27 de marzo, una semana antes del comienzo del festival. Yo me enteré por los diarios.
–Pero ahora el festival ya terminó. ¿Cómo y cuándo se va a efectivizar el aporte?
–No tengo idea, nadie se reunió oficialmente conmigo para hablar del tema. Obviamente, al no concretarse el aporte en enero o febrero, como todos los años, no llegamos a pagar los gastos previos y tuvimos que manejarnos con un presupuesto más reducido. Nos vimos obligados a traer menos invitados que de costumbre y a levantar alguna sección del festival. Teníamos previsto hacer una retrospectiva completa dedicada a Nagisa Oshima, el director de Furyo, pero tuvimos que suspenderla.
–¿Y ahora?
–Ahora esperaremos, para ver cuándo contamos con ese dinero, que nos permita cubrir gastos ya realizados. Y necesitamos saber, obviamente, qué va a pasar en el 2007, porque sin previsibilidad no se puede trabajar. Si el Incaa va a postergar su aporte todos los años, dejándolo para después del festival, no es grave, pero necesito saberlo con anterioridad. Eso sí: sería un disparate que el instituto que rige el cine argentino dejara de apoyar a un festival como el Bafici, que, todos estamos de acuerdo, es esencial para la difusión de nuestro cine. Esperemos que prime la sensatez.
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