La rutina es abrumadora. Dos veces por semana, Maïté –una mujer joven, bella, taciturna– visita a su marido Vincent en prisión. Le lleva ropa limpia, se lleva la sucia y cambian un par de palabras tensas a través del aséptico locutorio que es su único espacio en común, su sólo medio de comunicación. Aunque nunca lo dice, la sola idea de que esa vaya a ser su vida por los próximos siete años parece haber derrumbado la voluntad de Maïté. Ella también se siente prisionera de esa situación. Un día, un desconocido la aborda a la salida de la cárcel. Se llama Jean: le propone llevarla a la ciudad en coche. Maïté vacila, pero se deja hacer y le ofrece desganadamente su cuerpo, se convierte en su amante. Con el correr del tiempo, los encuentros se repiten –parcos, tristes, en la anónima incomodidad del asiento del auto, rodeados de un paisaje gris, invernal– hasta que un día Maïté descubre que Jean es guardia en la prisión y que conoce demasiado bien a Vincent. A partir de allí, el deseo, los juegos de poder y la culpa serán los motores de 7 años, la promisoria ópera prima de Jean-Pascal Hattu, un ex asistente de André Téchiné, que recién a los 44 años logró filmar su primer largo como guionista y director.

Filmada en escenarios naturales, con un presupuesto modestísimo para los estándares de Europa (poco más de 300 mil euros), 7 años va trabajando su material con el mismo cuidado y precisión con que Maïté se ocupa de la ropa de Vincent. En principio, esa ropa es la que alimenta la circulación del deseo: a través de los olores de uno y otro que se cruzan en direcciones opuestas –el perfume, la transpiración– Maïté y Vincent se las ingenian para sublimar sus pulsiones sexuales. Pero la aparición de Jean viene a quebrar esa relación e introducir un elemento de sospecha, de duda. ¿Quién es Jean? ¿Qué representa? ¿No será que a través de su cuerpo se está expresando también Vincent? ¿Cuál es la relación entre esos dos hombres? ¿Cómo oscila el poder entre ambos? ¿Quién disciplina a quién?

Jean-Pascal Hattu dice haber llegado a 7 años a través de un conocimiento minucioso del entorno carcelario, primero a través de un amigo preso y luego a través de un documental que realizó para la TV sobre una mujer que trabajaba como guardia penitenciaria. Esa fuerte base documental se percibe en su primera ficción, pero no necesariamente la determina: hay una fuerte voluntad de Hattu de ir construyendo las relaciones entre sus personajes, de ir formando figuras triangulares en las que cada vértice sea capaz de adquirir un peso distinto, insospechado según las circunstancias. Por el contrario, la puesta en escena es siempre simple, despojada: Hattu no utiliza grúas ni travellings, sus planos son fijos y se nutren únicamente de la luz ambiente, que no embellece a sus personajes. Su enfoque es frío, su método observacional.

Esta distancia le permite a 7 años ir más allá del mero triángulo amoroso para referirse a un tema más complejo, que el film sin embargo nunca alcanza a desarrollar en profundidad: hasta qué punto la institución penitenciaria inventa dificultades para cancelar la sexualidad al mismo tiempo que genera, por sustitución, una erotización de los menores detalles y actitudes. En el manejo de actores, Hattu se luce con el sensible trabajo de Valérie Donzelli como Maïté y de Cyril Troley como el vacilante Jean, capaz de proveer a su personaje de la ambigüedad necesaria para introducir un elemento de tensión en el relato. Por el contrario, el Vincent de Bruno Todeschini es más unidimensional, esquemático, no sólo por una actuación más convencional sino también porque la película misma no le da ese marido preso –en quien se intuye una violencia sorda-– la misma posibilidad de desarrollo que a los otros dos personajes.

7-7 AÑOS

7 ans Francia, 2006

Dirección: Jean-Pascal Hattu.

Guión: Jean-Pascal Hattu, Gilles Taurand y Guillaume Daporta.

Fotografía: Pascal Poucet.

Música: Franc Delabre.

Intérpretes: Valérie Donzelli, Bruno Todeschini, Cyril Troley y Nadia Kaci.