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Domingo, 20 de mayo de 2007

CINE › LA PROYECCION DEL DOCUMENTAL EN LA SELVA DEL CHAPARE

El día que “Cocalero” llegó al corazón de los cocaleros

Alejandro Landes presentó su film junto a Evo Morales en el “Coliseo”, precisamente uno de los puntos centrales de la película. Para muchos de los campesinos fue su primer contacto con el cine.

 Por María Zacco

Desde Chapare, Bolivia

“No pensé que era tan feo”, bromeó el presidente de Bolivia, Evo Morales, apenas finalizó la première del documental Cocalero, proyectado en un rincón del Chapare, en plena selva boliviana, ante más de 2500 campesinos que experimentaban por primera vez la magia del cine. Asombro, silencio, silbidos, risas y hasta algunas lágrimas se conjugaron cuando muchos de ellos se reconocieron en la pantalla, en un inédito acontecimiento celebrado en el emblemático “Coliseo”, un galpón semitechado donde se llevan a cabo las reuniones sindicales de los cocaleros. No es un dato menor: el lugar se encuentra en la localidad de Lauca Ñ, a 170 kilómetros de la ciudad de Cochabamba, cuna de la resistencia campesina y bastión político del líder cocalero.

La risueña declaración de Morales revela que el presidente no perdió la espontaneidad que exhibía en sus épocas de candidato presidencial y que quedó registrada en Cocalero, a pesar de haber recorrido un largo camino desde entonces. Y es, también, un indicio del curioso efecto del cine cuando funciona como espejo. Todos los aplausos fueron para Evo, gran protagonista de la ópera prima del director ecuatoriano Alejandro Landes, que registró en el film imágenes íntimas e inéditas de los últimos 80 días de la campaña electoral del entonces diputado del Movimiento al Socialismo (MAS). El mismo hombre que logró convertirse en el primer mandatario indígena de Bolivia, defendiendo los cultivos de coca y la nacionalización de los recursos naturales. Profeta en su tierra, es admirado por los campesinos –no tanto en los sectores conservadores–, mientras despierta una creciente curiosidad en algunos países de Europa e incomodidad en los Estados Unidos por su simpatía hacia Fidel Castro y Hugo Chávez.

Aunque deben ser incontables las veces que el presidente boliviano se vio en fotos o en las pantallas de televisión, en esta ocasión se preocupó especialmente por su imagen. En realidad, antes que “feo” se sintió algo intimidado, porque era la primera vez que se veía a sí mismo y en público de un modo tan íntimo, relajado y despojado de esa sutil coraza de cortés desconfianza en la que se ampara cuando se presenta en sociedad. En ese sentido, Landes destacó que “fue importante tener la posibilidad de presentar un retrato muy humano de Evo en un entorno donde sólo se llevan adelante acciones partidarias: el presidente demostró una gran valentía al asistir a la función sin saber de qué se trataba el documental”. Ese costado íntimo de Morales es el que más se destaca en Cocalero, la coproducción argentino-boliviana que se estrenó esta semana en las salas comerciales porteñas.

A medida que avanza la película, el espectador va descubriendo al hombre-niño juguetón que existe tras la figura del primer mandatario. Es la faceta que mejor conocen los campesinos del Chapare, que lo siguen llamando “el Evo”. Aquella “armadura” del ex líder cocalero cede frente a los pobladores del Chapare, con quienes sigue manteniendo un vínculo tan leal y cercano como en aquellos días previos a las elecciones de diciembre de 2005, ya que regresa periódicamente para rendir cuentas de su gestión y hasta para supervisar las reuniones sindicales. Incluso esa noche, tras la exhibición del film, llevaba una carpeta en la mano y se disponía a retomar la discusión de algunos temas locales con los campesinos. Pero cuando los flashes comenzaron a dispararse y la prensa se abalanzó sobre él para preguntarle su opinión sobre el documental de Landes, desistió. “Compañeros, venía preparado para discutir las cuestiones del día, pero veo que los papparazzi no nos van a dejar”, dijo.

Era imposible. El Coliseo dejó de ser por un día ese espacio íntimo de reunión al que todos están acostumbrados y se convirtió, tal como había prometido Landes, en el escenario del estreno del film en el país, para llevarlo de vuelta “al corazón de los protagonistas”. En el evento, denominado por el cineasta “Cocalero para los cocaleros”, no hubo trajes de gala, reflectores ni alfombra roja. El colorido lo aportaron los agricultores, con sus prendas típicas y las banderas whipalas, que con los colores del arco iris son emblema de las culturas andinas y de su resistencia a la colonización española. Los campesinos también engalanaron la proyección con sus reacciones, cuando se reconocieron en el film. Una mujer de unos ochenta años, sentada en el piso junto a su hijo, miraba atentamente una secuencia sobre la cosecha de la coca, una actividad que conoce muy bien, hasta que una imagen la asaltó: era ella misma, recolectando esas hojas con silenciosa paciencia. Al reconocerse entre las mujeres, comenzó a reírse a carcajadas, olvidando su timidez por unos segundos.

La previa

Desde las once de la mañana, en el galpón semitechado que resguardaba del sol implacable, los cocaleros llevaban a cabo una de sus habituales asambleas. Muy compenetrados con su tarea, observaban de soslayo al director del film y a los técnicos que instalaban los equipos de proyección y las pantallas. Para ellos, para quienes el duro trabajo en el campo nunca los aleja del Chapare, el cine era una experiencia completamente nueva. Y no sólo porque se trataba de la primera vez que iban a asistir a una función, sino porque ellos mismos iban a verse reflejados en la pantalla.

La novedosa experiencia se sumaba a las expectativas que generaba para los lugareños y la prensa la llegada del presidente boliviano a Lauca Ñ, quien confirmó su asistencia a último momento. Hacia el atardecer, el Coliseo de los cocaleros –donde además transcurre buena parte del documental– estaba repleto de gente. Muchos de los hombres y mujeres que habían participado de la asamblea sindical conservaron su lugar en las gradas de cemento, ubicadas hacia los costados de la pantalla. Los que fueron llegando después se ubicaron en las sillas de plástico blanco dispuestas en el centro del predio. Familias enteras acudieron a la cita, preparadas para la ocasión: en lugar de pochoclo, llevaban bolsas de hojas de coca para pijchar (mascar) durante la función. Mientras los niños correteaban alrededor de los fotógrafos, algunos adultos, de pie frente a la pantalla blanca, la observaban con la misma concentración con la que se aprecia una pintura en un museo.

De pronto las banderas comenzaron a agitarse y cuando estallaron las cuecas del grupo musical Arawi ingresó, entre aplausos, Evo Morales. Fue al encuentro de Landes, que lo esperaba de pie frente a la pantalla para estrecharle la mano. “Espero que no te metas mucho conmigo, pues sino los compañeros que están aquí te van a colgar”, le murmuró al cineasta entre risas Morales, que desconocía el contenido del documental.

Aunque el tono fue jocoso, la advertencia impuso cierta tensión en el ambiente justo unos minutos antes de que comenzara la función. Por otra parte, el culto a Evo, que es venerado por los lugareños como si fuese una deidad, resultaba por momentos intimidatorio. Las mujeres se acercaban al presidente boliviano para colocarle guirnaldas de flores y para bañarlo en papel picado, mientras los hombres lo rodeaban para saludarlo.

Escenas cruciales

El silencio fue total durante los primeros diez minutos del documental. Hasta que se lo vio a Morales –en una de las escenas más hilarantes– manteniendo un particular intercambio de opiniones políticas y estéticas con su peluquera, mientras le cortaba el pelo. La gente sonreía tímidamente y muchos espectadores estiraban el cuello, tratando de encontrar en la oscuridad el rostro del presidente boliviano para estudiar sus reacciones.

Pero las risas estallaron sin pudor frente a la imagen de Evo en ropa interior: “Mire, compañera, ese cuerpito”, decía el entonces candidato presidencial mientras invitaba a las recolectoras de coca a bañarse en el río para mitigar el agobiante calor del Chapare. Esa faceta juguetona, de solterón pícaro, está tan presente en la cinta como la de niño travieso. Es precisamente el estilo vérité del documental, filmado con cámara en mano y sin narración en off, el que le otorga un tono fresco que permite presentar los hechos con una candidez poco vista en este formato.

“Sabía que los campesinos son muy sensibles y podían reaccionar frente a situaciones que no encajasen con su mirada sobre la figura de Evo. Pero cuando escuché las primeras risas, me relajé”, confesó más tarde Landes. A partir de ese momento, silbidos, aplausos, suspiros y risas acompañaron cada momento de la película. Y no faltaron las lágrimas de quienes se reconocían a sí mismos y a sus vecinos en las imágenes proyectadas: “Nunca pensé que iba a verme en una película”, confió, azorado, un anciano, mientras se tapaba el rostro con un pañuelo.

Los jóvenes, en cambio, se emocionaron con las escenas del trabajo proselitista de la campaña. Especialmente las imágenes que reflejan las interminables jornadas en las que las mujeres del Chapare les enseñaban cómo votar a sus compañeras, que no sabían leer ni escribir. Morales mantuvo una sonrisa estática durante la proyección del film. Aun en los momentos más álgidos, en los que algunas secuencias lo mostraban a él o a sus colaboradores en situaciones críticas. Como una escena en la que se veía a Leonilda Zurita, senadora suplente del MAS, luchando, muerta de risa, con una calculadora para hallar una diferencia en un balance contable, que no logró resolver. “Vi a algunos compañeros y compañeras desorientados en la película y me doy cuenta de que tenemos muchas cosas por mejorar”, reflexionó muy serio Morales al finalizar la función.

Zurita, que estaba cerca de su jefe, miraba a la nada con cara de circunstancia. Más tarde, expresó su preocupación por esa escena, aunque estaba feliz porque vio reflejado su trabajo y el de sus compañeros durante la campaña electoral de 2005: “La película intenta hacer conocer la situación que se vive aquí en el trópico, y cómo nos preparamos para llegar donde estamos”, resumió.

Sin embargo, Landes afirmó que nunca pretendió hacer un film partidario que relatara la evolución política del Movimiento al Socialismo o trazara una autobiografía política de Morales. “Intenté hacer un retrato humano e íntimo del entonces candidato a presidente”, definió. En los entretelones de campaña, el espectador descubre al hombre tras la figura de Evo Morales, con sus bondades y contradicciones. Y esas imágenes bucólicas que lo muestran compartiendo momentos con los campesinos del Chapare permiten trazar un recorrido entre aquel ignoto dirigente cocalero, que en 1997 llegó al Parlamento y reforzó su papel de líder de la resistencia campesina contra el plan antidrogas del entonces presidente conservador Hugo Banzer, y el actual jefe de Estado, para comprender su particular modo de hacer política.

“A mí lo que más me emociona es estar cerca del pueblo”, dijo Morales perseguido por una nube de papel picado, mientras intentaba desplazarse entre los campesinos que, felices, se acercaban a saludarlo. Las tímidas voces quechuas y aymaras se perdían entre los sonidos de tarkas, kantus y lechewaynos –instrumentos típicos del altiplano– que anunciaban el inicio del baile. Un aplauso interminable acompañó a Evo hasta la salida del coliseo, que fue despedido por los cocaleros al grito de “Kawsachun coca! Vañuchun yanquis!” (¡Viva la coca! ¡Mueran los yanquis!). Final épico para una jornada inolvidable.

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Una escena previa a la proyección del documental en la selva boliviana: los cocaleros en pleno y Evo Morales al frente.
 
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