CINE › “LA MONTAÑA DE LOS LAMENTOS”, DE LA DIRECTORA JAPONESA NAOMI KAWASE
El film de la realizadora puso una nota especialísima en una competencia oficial que hoy anunciará sus premios, y en la cual hay un pronóstico abierto para varios títulos. Entre ellos no puede contarse a Promise me This, la nueva película de un Emir Kusturica cada vez más agotado.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Es verano. Un bosque en la montaña. El sonido de las cigarras atraviesa el silencio. El viento mece las copas de los árboles, hasta tornarlos vivos, amenazantes. En ese laberinto hecho de distintos matices de verde, dos personajes se abren camino, empeñosamente, con obstinación. El que va adelante es un hombre viejo pero fuerte, decidido. No habla, sólo camina sin cesar, cargando una mochila como una penitencia. Cuando parece que va a perder el rumbo se detiene, mira a su alrededor como un poseído, elige finalmente una dirección y continúa su marcha, como un soldado. Atrás, penosamente, pidiéndole que la espere, que ceda en el ritmo de sus pasos, va una chica joven, magra, en apariencia frágil, pero fuerte como un tallo de bambú. El es Shigeki; ella, Machiko. Lo que apenas estaba previsto como un paseo por los alrededores de una casa de retiro para ancianos –él como paciente, ella como acompañante terapéutica– se convierte en un viaje sin concesiones, una búsqueda íntima, personal del lugar donde elaborar el duelo por un ser querido, por la tierra que alberga no sólo la tumba de la mujer que amó Shigeki sino también sus mejores recuerdos, que el hombre lleva en sus ojos, sin necesidad de que el cine le preste unos flashbacks.
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En el último día de la competencia oficial llegó a Cannes Mogari no mori (“La montaña de los lamentos”), la nueva película de la gran directora japonesa Naomi Kawase (Nara, 1969). Ninguno de sus films se estrenó comercialmente en Argentina, donde en los últimos años se ha perdido el hábito del cine japonés, al menos en sus salas comerciales. Pero casi toda su obra –que es mucha, entre films documentales y de ficción– se ha conocido gracias al Festival de Mar del Plata, al Bafici, al DocBsAs. Hay en el cine de Kawase una sensibilidad muy especial, a flor de piel, pero siempre seca, austera, ajena a cualquier infección sentimental. Ya desde sus documentales en primera persona, que buscaban la figura ausente de su padre, o trazaban el retrato de su abuela, el de Kawase es un mundo familiar, hecho de lazos, de afectos que no se pueden expresar en palabras. Con su primer film de ficción, Suzaku, que reelaboraba estos temas, ganó la Cámara de Oro a la mejor ópera prima aquí en Cannes, en 1997. Con Shara (2003) volvió al festival, en competencia. Y ahora con este film –sólido como la montaña que lo alberga, vivo como la naturaleza que lo habita– está perfectamente en condiciones de llevarse alguno de los premios principales de la edición del 60º aniversario de Cannes, que se entregan esta noche.
No es el caso de Promise me This (Prométeme esto), la nueva película de Emir Kusturica, también en competencia. El huracán balcánico –doble Palma de Oro en Cannes, primero con Papá salió en viaje de negocios (1985) y diez años después con Underground– llegó una vez más a la Croisette con su sonido y su furia, pero su película parece el cuento de un loco, que no significa nada. Hace tiempo que el director de Tiempo de gitanos se viene reciclando a sí mismo. Sus dos largometrajes anteriores, Gato negro, gato blanco (1998) y sobre todo La vida es un milagro (2004) ya lo mostraban agotado, girando sobre sí mismo, apelando al ruido y al exceso como una forma de esconder su estancamiento. Desde entonces, se puso a trabajar en un documental sobre un personaje que supone a su (des)medida: Maradona. Con esa película debió haber estado ahora en Cannes, pero los problemas de salud del Diego, sus veleidades, su inconstancia complicaron la producción. Mientras tanto, Kusturica apeló a su bolsa de retazos y sacó esta promesa que no es tal, una comedia coral que el press-book describe como “divertida, emotiva, romántica, colorida y poética”, sin poder cumplir con ninguna de estas cualidades, al punto de que el distribuidor que históricamente ha estrenado sus films en la Argentina esta vez decidió no tomar la película.
La sorpresa de ayer en Cannes fue la aparición, a último momento, sin previo aviso (no figura en el catálogo y recién ahora se incorporó a la página web) de un documental ruso que sonó en el Palais des Festivals como una bomba: Rebelión, el caso Litvinenko. Realizado por el cineasta Andrei Nekrasov (que supo ser asistente de Tarkovski), el film es una investigación periodística sobre el asesinato de Alexandr Litvinenko, el ex agente del servicio secreto ruso que murió en noviembre del año pasado en Londres después de haber sido envenenado con Polonio 210, una sustancia radiactiva. Lo que viene a descubrir esta investigación es algo que podía suponerse a través de la lectura de los diarios pero que el documental enuncia de manera categórica, apelando a cintas y documentos que dejó el propio Litvinenko y otros agentes arrepentidos: que el FSB (la agencia de seguridad que reemplazó a la KGB) es un nido de escorpiones, que los atentados con bombas en Moscú atribuidos a terroristas chechenos fueron perpetrados por el servicio secreto ruso para reiniciar la guerra con Chechenia y que detrás de estas maniobras está nada menos que el presidente Vladimir Putin, a quien el film acusa de estar vinculado con el lavado de dinero, el tráfico de drogas y la malversación de 850 millones de dólares que a comienzos de los ’90 envió en ayuda alimentaria la comunidad europea y nunca llegaron a destino.
¿Y los premios? Se anuncian esta noche y son varios los candidatos que suenan a Palma de Oro, entre ellos No Country for Old Men, de los hermanos Coen, y 4 luni, 3 sptamini si 2 zile, del rumano Cristian Mungiu. Pero no es cuestión de adelantar pronósticos, el jurado tiene la última palabra.
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