Lun 28.05.2007
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CINE › LA PALMA DE ORO FUE PARA “4 MESES, TRES SEMANAS Y DOS DIAS”

El cine rumano alcanzó su consagración internacional

La película de Cristian Mungiu se llevó la máxima distinción y California Dreamin’, de Cristian Nemescu, obtuvo el primer premio en la sección “Una cierta mirada”. El festival, signado por la controversia política, terminó ayer.

› Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes

El cine rumano se consagró ayer como el gran ganador de la edición del 60º aniversario del Festival de Cannes. En la competencia oficial, la película 4 meses, tres semanas y dos días, de Cristian Mungiu, se llevó la Palma de Oro, máxima distinción del cine mundial, mientras que California Dreamin’, de su compatriota Cristian Nemescu, ganó el primer premio de la sección oficial paralela “Un certain regard” (ver aparte). Este doble pleno en Cannes no hace sino confirmar el momento de apogeo que vive el nuevo cine rumano, un país que hasta hace un lustro parecía no existir en el mapa cinematográfico internacional y que gracias a films como La noche de Lazarescu (2005), de Cristi Puiu, y Bucarest 12:08 (2006), de Corneliu Porumboiu –ambos premiados también aquí en Cannes y ya estrenados en Buenos Aires–, se viene instalando con una rapidez y una fuerza insospechadas.

La decisión del jurado –presidido por el director Stephen Frears e integrado, entre otros, por sus colegas Marco Bellocchio y Abderrahmane Sissako, más el actor Michel Piccoli, la actriz Maggie Cheung y el último Premio Nobel de Literatura, el turco Orhan Pamuk– no dejó de ser audaz, por varios motivos. En primer lugar se trató de una competencia pareja, la mejor que ha tenido Cannes en varios años, repleta de directores de primer nivel, que estaban en condiciones de pelear el primer premio. En ese contexto, otorgarle la Palm d’Or a un director joven (39 años), que llega por primera vez a la competencia oficial con su segunda película, debe entenderse como una apuesta al futuro, algo que a veces Cannes ha olvidado por premiar a los nombres ya consagrados. El propio Mungiu lo entendió así cuando, una vez en el escenario, con el premio en la mano, declaró: “Esto es como un cuento de hadas, pero lo tomo como lo que es, un estímulo no sólo para mí sino para muchos otros directores que no tienen presupuesto ni estrellas, pero tienen una historia para contar”.

Y vaya si 4 meses... la tiene. Narrada casi en tiempo real (una constante en este nuevo cine rumano), durante dos horas la película de Mungiu describe con una precisión quirúrgica el caso de una chica que ha quedado embarazada y recurre a un aborto clandestino. Limitándose solamente a una exposición descarnada de los hechos, sin emitir ni un solo juicio moral o político, 4 luni, 3 saptamini si 2 zile –que se llevó también el premio de la crítica internacional (Fipresci)– consigue hablar de autoritarismo, discriminación, humillación y machismo, al mismo tiempo que se constituye en la más contundente invectiva contra la ilegalización del aborto, que –como desnuda el film de Mungiu– deja a la mujer abandonada a su suerte, expuesta a todo tipo de peligros y explotaciones.

El Grand Prix del Jurado, el segundo en importancia, fue para Mogari no mori (La montaña de los lamentos), notable film de la japonesa Naomi Kawase, otra valiente decisión del jurado en la medida en que se trata de un obra sin concesiones, de bajo presupuesto y apenas dos personajes, pero de una sensibilidad y una fuerza emotiva como solamente esta directora parece capaz de expresar. Otro premio en esta misma línea fue el que recibió la actriz coreana Jeon Do-yeon por Secret Sunshine, un film en muchos sentidos radical de Lee Chang-dong.

Del impecable palmarés del jurado quizá pueda discutirse el premio al mejor director para Julian Schnabel, por Le scaphandre et le papillon (La escafandra y la mariposa). Pero aun considerando que no se trata de un realizador a la altura de muchos con los cuales le tocó competir, debe reconocerse que la película de Schnabel juega una carta difícil y recurre durante casi la primera mitad de su metraje a la cámara subjetiva.

Con una representación muy sólida y numerosa –Gus van Sant, David Fincher, Quentin Tarantino, James Gray y los hermanos Coen, con su mejor película desde Fargo–, se podría decir que en la consideración del jurado el cine estadounidense de autor fue el gran perdedor. Pero, para reparar esa falta, Frears y sus amigos –con la connivencia de Gilles Jacob y Thierry Frémaux (presidente y director artístico del festival, respectivamente)– tuvieron la oportunidad de entregar un premio especial a la trayectoria, con la excusa del 60º aniversario. Y aquí tampoco se equivocaron: lo eligieron a Van Sant, que ya tiene una Palma de Oro y un premio al mejor director (por Elephant, en 2003) y que ahora trajo a Cannes otra película de primer nivel, Paranoid Park, donde encuentra un nuevo ángulo para volver a hablar de la alienación adolescente.

Más allá de los premios, la sección oficial este año estuvo dominada –como hacía tiempo no sucedía– por el debate y la controversia política. En el comienzo del festival, el nuevo documental de Michael Moore, Sicko (presentado fuera de concurso), se constituyó –con las simplificaciones y estrategias demagógicas que suelen ser su costumbre– en una nueva embestida contra la administración Bush y su política de privatización de la salud pública. En coincidencia con la presentación de Sicko en Cannes, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos inició una investigación oficial contra Moore por haber violado el embargo a Cuba, ya que en el film el director de Fahrenheit 9/11 viaja a la isla para que un grupo de voluntarios que ayudaron en las tareas de rescate en las ruinas del World Trade Center y ahora sufren graves problemas respiratorios se traten de sus afecciones en el Hospital General de La Habana, después de haber sido rechazados por sus seguros privados de salud.

Por su parte, el gobierno iraní protestó formalmente por la inclusión del film animado Persépolis en la competencia –donde obtuvo el Premio del Jurado–, por considerarlo “un acto político e incluso anticultural” en contra de su país, lo que llevó a su vez a la Cancillería francesa a rechazar la protesta y defender la “decisión puramente artística” del festival. Producido enteramente en Francia, este film concebido por la iraní Marjane Satrapi está basado en sus notables novelas gráficas, de neto corte autobiográfico, en las que carga contra el régimen fundamentalista de Teherán, que se ampara en preceptos de orden religioso para violar sistemáticamente la libertades individuales y perseguir cualquier forma, por más modesta que sea, de emancipación femenina.

A su vez, el conflicto checheno se metió de llenó en el Palais, por partida doble. Alexandra, el nuevo film del gran director ruso Alexandr Sokurov, de una belleza incontrastable, se presta sin embargo para el cuestionamiento de la posición política de su director, que parecería sugerir que la Madre Rusia debería seguir velando por Chechenia y que los soldados rusos también son víctimas de las circunstancias, lo que le valió a la película una silbatina que no iba dirigida precisamente a sus virtudes estéticas. Como si Cannes hubiera querido desmentir su alineamiento con el Kremlin –o, mejor aún, afirmar su absoluta independencia artística–, programó el último día Rebelión, el caso Litvinenko, un documental de Andrei Nekrasov que denuncia explícitamente al gobierno de Vladimir Putin como un régimen autocrático, represivo y corrupto. A partir de cintas y documentos dejados por el propio Litvinenko –el ex agente de seguridad ruso envenenado en Londres en noviembre pasado por sus viejos camaradas–, el documental de Nekrasov hace acusaciones muy serias, como que los atentados con bombas en Moscú atribuidos a terroristas chechenos fueron en realidad perpetrados por agentes de seguridad del Kremlin. La exhibición de la película coincidió a su vez con el pedido de extradición de la Justicia británica del agente ruso que está siendo investigado como posible autor del asesinato, lo que llevó al director artístico del festival, Thierry Frémaux, a aclarar (en Le Monde) que esa coincidencia era fortuita y que el film fue programado in extremis porque “no estábamos seguros de que pudiera terminarse a tiempo”.

Sea como fuere, en su edición del 60º aniversario, Cannes volvió a hacer del cine no sólo la expresión artística contemporánea por excelencia sino también un poderoso travelling planetario, capaz de poner en cuestión las ideas y los interrogantes que sacuden al mundo.

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