Jue 07.06.2007
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CINE › “UNA NOVIA ERRANTE”, DIRIGIDA Y PROTAGONIZADA POR ANA KATZ

Cuando la soledad tiene cara de mujer

Dramaturga, actriz y directora de teatro y cine, Katz propone en su segundo largometraje el retrato de una mujer que acaba de ser abandonada por su pareja, un drama cómico donde el teléfono es una pieza esencial.

› Por Horacio Bernades

“Bueno, no hablemos más”, dictamina Inés, en medio de una discusión con Miguel en el ómnibus. Pero cuando él se pone de pie lo retiene, entre imperiosa y quebrada, como si en lugar de ir a hacer pis el tipo estuviera por abandonar su vida para siempre. Así es Inés. O así está, mejor dicho, en medio de su crisis de pareja: frágil, confundida, quebradiza. Y también irritable, quisquillosa e irritante. Si el cine argentino de la última década viene construyendo una galería de personajes tal vez demasiado estrecha, la Inés de Una novia errante parece llamada a ocupar en ella un lugar menos hermético y monolítico que buena parte de sus congéneres masculinos. Un lugar más próximo y transparente, más vulnerable y recóndito, más inaprensible y fugitivo. Un lugar de mujer, se diría, en medio de una geografía de adustos custodios y cincuentones. Bienvenida sea.

Dramaturga, actriz y directora de teatro y cine, Una novia errante (que viene de competir en la prestigiosa sección de Cannes Un certain regarde) es la segunda película de Katz (1975), después de El juego de la silla (2002), donde también tenía un personaje a su cargo. A diferencia de aquélla, protagonizada por una familia entera (o por una entera neurosis familiar, más precisamente), en Una novia errante Inés es –y esto la acerca a sus congéneres del cine argentino reciente– protagonista excluyente. Siendo la propia Katz la coguionista (junto a la escritora uruguaya Inés Bortagaray), si se tratara de un caso de narcisismo el de Una novia errante sería paradójico, en tanto lo que el personaje despierta son dosis parejas de piedad e incomodidad, de empatía y ofuscación, de conmiseración y rechazo. Katz aclaró en entrevistas que el personaje de Inés no es tanto un alter ego como una suerte de Frankenstein femenino, armado con partes de muchas mujeres. Incluida ella misma, por supuesto.

No parece la de Katz una declaración de compromiso: en su sistemática disociación de puntos de vista, la propia película parecería certificar que autora y personaje son instancias que, antes que pegarse una a la otra, se desfasan al superponerse. Aunque pueda parecer una película confesional, en primera persona, es más posible que Una novia errante sea una película observacional, narrada en tercera persona. Aquélla a quien la cámara se dedica a observar, de un modo que podría calificarse como “cercanía extrañada”, es una chica que andará por los treinta y pico y a quien el relato sorprende en viaje a Mar de las Pampas. Podría pensarse en un doble o triple desencuentro: de la pareja con respecto a las vacaciones (no viajan en temporada, sino en otoño) y de los miembros de la pareja entre sí. Desencuentro afectivo que se vuelve físico, cuando Inés se baja del ómnibus y Miguel se queda arriba. ¿A propósito? Se diría que no, porque fue la ansiosa Inés la que se apeó una parada antes. Lo cierto es que Miguel (Daniel Hendler, pareja de Katz en la vida real) ya no volverá a aparecer por Mar de las Pampas.

Lo que sigue es una suerte de versión al aire libre de La voz humana, pieza en un solo acto de Jean Cocteau, cuya versión a cargo de Roberto Rossellini (en el primer episodio de L’amore, 1947) Katz confiesa que le sirvió de inspiración. Como en el monólogo de Cocteau, el único, tal vez último contacto de la mujer abandonada con el hombre abandónico será, de allí en más, a través de la línea telefónica. Que en lugar de la mesita de luz de un departamento burgués se trate de un vulgar locutorio, sirve para socializar la neurosis de Inés. La chica debe, o quizás quiera, exhibir su desesperación ante el dueño del local, testigo mudo e incómodo. Pero el ámbito estrecho y vidriado de la cabina, en oposición al pesado, grave mobiliario de la versión-Rossellini, permite también virar el tono, pasando del melodrama al drama cómico. Causa tanta pena como gracia que Inés llame, corte y vuelva a discar, que fluctúe del enojo al intento de conciliación y de la ofensa a la sumisión.

Algo semejante había sucedido antes, cuando en el ómnibus un chico había interrumpido la discusión de pareja, proyectando sobre el rostro de Inés un rayo láser con forma de manito. Algo parecido volverá a suceder cuando Inés se emborrache en una salida nocturna, cuando un galán la histeriquee, cuando otro (Carlos Portaluppi, transpirando un doblez que le es característica) oscile entre la protección y el intento de levante y cuando ella sufra una lipotimia en el bosque. Ejemplos de la ambigüedad serio-cómica de la que Katz echa mano, como lo había hecho ya en El juego de la silla. Esa ambigüedad se corresponde perfectamente con la disociación de puntos de vista, que pone al espectador en los ojos de Inés y, al mismo tiempo, en los de los otros. Basta oponer ese doble juego al rígido, monolítico punto de vista que sobre sus protagonistas masculinos echan tantos films argentinos recientes, para comprender por qué Una novia errante merece ser saludada con entusiasmo.

8-UNA NOVIA ERRANTE

Argentina, 2007.

Dirección: Ana Katz.

Guión: Ana Katz e Inés Bortagaray.

Fotografía: Lucio Bonelli.

Intérpretes: Ana Katz, Carlos Portaluppi, Daniel Hendler, Erica Rivas y Arturo Goetz.

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