CINE › “LO MEJOR DE NUESTRAS VIDAS”, DE DANIELE THOMPSON
› Por Horacio Bernades
Hay un rinconcito de Champs Elysées donde, en cuestión de metros, se alinean, uno al lado del otro, el Teatro de la Comedia, una importante sala de conciertos y una casa de remates. La idea que tuvo una noche la escritora y realizadora Danièle Thompson, al ver la enorme cantidad de gente que circulaba por allí, fue la de generar una sinergia dramática entre esos tres centros fashion-culturales. Tres y uno más: un barcito de las inmediaciones, al que bastaría que fueran a parar una actriz, un pianista y un coleccionista de cuadros para que sus respectivas historias pudieran entramarse. Siempre y cuando un cuarto personaje las hilvanara, circulando entre ellas. Una camarera, por ejemplo, que los atienda en el bar y les lleve pedidos a sus camarines, escenarios y salones, sirviendo como alter ego del espectador en la trama. El resultado de esa arquitectura dramática es Fauteuils d’Orchestre, considerable éxito en Francia y Estados Unidos. Para decirlo en criollo, Lo mejor de nuestras vidas.
Siguiendo los pasos de la abuela, que alguna vez atendió el toilette del Ritz como forma de codearse con el lujo (la veterana Suzanne Flon, en su último papel en cine), la veinteañera Jessica (Cécile de France, la estrella más ascendente del firmamento galo) viaja del interior a la ciudad, en busca de algo parecido. A falta de toilette, buenas son las bandejas, tal vez se diga Jessica cuando descubre aquel barcito, donde trabará contacto con les artistes de la zona. Les artistes et les marchands, porque entre ellos se cuenta un potentado (el pequeño Claude Brasseur, uno de los más ilustres veteranos del cine francés). Que, menos potentado de lo que supo ser, ha resuelto llevar a remate sus Braques, Modiglianis y Légers, mientras intenta resolver una larga rivalidad con el hijo (Christopher Thompson, hijo de la realizadora).
Los otros cuyas penas, dudas y desplantes compartirá Jessica son Catherine, superestrella de la tele para quien Feydeau es como poca cosa (Valérie Lemercier), y Jean-François, gran concertista de piano en plena crisis de identidad (el magnífico Albert Dupontel). Ultimo artilugio dramático en pos de una culminación como Aristóteles manda, el día clave para todos ellos (el del estreno, el gran concierto y el remate) es el mismo. Con lo cual todo apunta a un efecto de condensación. Tan calculada como bien actuada (sólo Cécile de France se torna molesta, con su ingenuidad tan Amélie), con un guión tan bien dosificado como un plato de haute cuisine y una narración que fluye de principio a fin, Lo mejor de nuestras vidas es uno de esos productos de luxe, que brindan al público la oportunidad de reír, soñar y derramar alguna lagrimita, mientras se oyen viejas chansons d’amour y se pasea imaginariamente por el París más chic.
Lo cual no tiene nada de ofensivo y hasta puede ser disfrutable, salvo que el espectador perciba que se pretende identificarlo con una joven parvenue cuyo cholulismo la lleva a querer rozarse, aunque más no sea por un instante, con versiones degradadas de la alta cultura teatral, musical y pictórica universal. Ahí, Lo mejor de nuestras vidas se hace menos disfrutable.
6-LO MEJOR DE NUESTRAS VIDAS
(Fauteuils d’Orchestre) Francia, 2006.
Dirección: Danièle Thompson.
Guión: D. Thompson y Christopher Thompson.
Intérpretes: Cécile de France, Valérie Lemercier, Albert Dupontel, Laura Morante, Claude Brasseur, Christopher Thompson, Dani, Sidney Pollack y Suzanne Flon.
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