CINE › “XXY”, EL DEBUT DE LUCIA PUENZO
Sobre la historia de una intersexual, la realizadora evita la corrección política.
› Por Horacio Bernades
¿Puede postularse hoy en día, sobre el tema de la diferencia sexual, algo que exceda el consenso tranquilizador, la tolerancia ñoña, los latiguillos de la corrección política? Daría la impresión de que no. Una película como XXY demuestra que sí se puede. Tal vez porque más que decir, a lo que apuesta la ópera prima de Lucía Puenzo (ganadora del Gran Premio de la Semana de la Crítica, el mes pasado, en Cannes) es a problematizar la cuestión, a exponerla en crudo, hasta echársela al espectador encima, como quien traspasa una brasa caliente. Esa valentía de no ceder a ningún facilismo, esa infrecuente capacidad de generar inquietud y plantear dilemas dan valor a una película que, por cierto, no está libre de excesos, desbalances y sobrepesos.
Guionista de La puta y la ballena y A través de tus ojos, autora de varias novelas, para su debut en cine la hija de Luis Puenzo decidió adaptar un relato de su pareja, el escritor Sergio Bizzio, que gira alrededor de lo que antes se llamaba hermafroditismo y últimamente tiende a denominarse ambigüedad genital o intersexualidad. Para decirlo mal y pronto, la protagonista de XXY, que lleva el ambiguo nombre de Alex (Inés Efron, en su primer protagónico cinematográfico), tiene genitales de hembra y de varón. A los 15 años, su sexualidad desborda. ¿Pero qué sexualidad? Tanto ella como quienes la rodean deberán descubrirlo. Alex vive con sus padres cerca de Piriápolis, Uruguay. Hasta allí la llevaron, cuando era una niña (o niño, o ambas cosas), su padre, Kraken (Ricardo Darín), y su madre, Suli (Valeria Bertuccelli), en busca de salvaguardarla de la malsana curiosidad ajena.
El relato se abre con la llegada de Erika, amiga de Suli (Carolina Peleritti), que viene a pasar unos días con su marido Ramiro (Germán Palacios) y Alvaro, hijo adolescente de ambos (el excelente Martín Piroyansky, visto en Sofacama y Cara de queso). La visita no es inocente: Ramiro es cirujano y Suli decidió invitarlo para que “estudie” el caso de Alex. Biólogo marino, Kraken (todo un chiste, el nombre; así se llamaba el monstruo que devoraba a Johnny Depp en la segunda parte de Piratas del Caribe) es una suerte de ermitaño sobreprotector, que se opone terminantemente a operar a la hija. La presencia determinante resultará la de Alvaro, a quien Alex se le echa encima en cuanto lo ve, con una agresividad sexual se diría que fálica. Con una escena de iniciación sexual absolutamente conmocionante, que tal vez evoque el lejano antecedente de Myra Breckinridge (film de 1970, en el que Raquel Welch hacía de hermafrodita), la película de Lucía Puenzo viola, de modo más que literal, todas las previsiones del espectador, dejándolo de allí en más sin defensas.
La clave de la universalidad de XXY reside en la condición de adolescente de la protagonista. Sin dejar de responder a una condición infrecuente, la explosiva mezcla de deseo desaforado, dudas identitarias y malestar existencial y sexual de Alex admite ser vista como hipérbole de la adolescencia misma. ¿Qué hacer frente a ella? La de Ramiro es una de las opciones posibles: la que supone que mediante la cirugía se puede “disciplinar” la naturaleza, con todas las connotaciones médico-represivas que eso conlleva. Frente a él, Kraken se abroquela de modo casi autista en un respeto a ultranza de lo natural. Ese fundamentalismo lo ha llevado a cortar amarras con el mundo, construyendo, alrededor de su esposa e hija, el bastión inexpugnable de la guarnición familiar.
Si Ramiro está pintado como encarnación, demasiado monolítica, de la castración, infinitamente más rico resulta el personaje de Kraken, que brinda a Ricardo Darín la posibilidad de trascender su aura de tipo bueno y confiable, desarrollando a pleno esa faceta oscura que Fabián Bielinsky supo descubrir en él. El carácter dilemático que el monstruo de Kraken ofrece al espectador se ve más que potenciado, sobra decirlo, por el de Alex. Que no sabe qué hacer con su cuerpo pero mientras tanto no deja de usarlo, aunque las consecuencias de ese uso puedan ser devastadoras. De modo semejante, Alvaro descubrirá en su cuerpo satisfacciones igualmente escandalosas. XXY no está libre de lastres, entre los cuales una casi envarada gravedad no es el menor. A ello debería sumársele la tendencia excesiva a la acumulación de significantes. Así como la aparición de algún personaje –el hermafrodita castrado que encarna Guillermo Angelelli–- “puesto” desde el guión como mero vehículo explicativo.
Nada de todo eso impide, ciertamente, que XXY termine siendo aquello a lo que aspira: una de las películas más inquietantes que el cine argentino haya dado en bastante tiempo. Hasta el punto de dejar al espectador tan lleno de preguntas, tan confundido y deseante, tan perturbado como la propia Alex, como el propio Alvaro. Preguntas que parecerían resonar no sólo en la cabeza sino en todo el cuerpo, como un temblor.
7-XXY
Argentina/España, 2007.
Dirección y guión: Lucía Puenzo, sobre cuento de Sergio Bizzio.
Fotografía: Natasha Braier.
Música: Andrés Goldstein y Daniel Tarrab.
Intérpretes: Inés Efron, Ricardo Darín, Valeria Bertuccelli, Martín Piroyansky, Germán Palacios, Carolina Peleritti y Guillermo Angelelli.
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