Martes, 10 de julio de 2007 | Hoy
CINE › LOS HERMANOS OTRA VEZ EN LA PANTALLA GRANDE, UNA INELUDIBLE INVITACION AL DISFRUTE
De Los cuatro cocos a Una noche en Casablanca, el ciclo “Saludos desde Freedonia: los hermanos Marx en la Lugones” propone redescubrir a un grupo irrepetible, que basó su obra en el arte de la improvisación y destruyó toda estructura conocida.
Por Eduardo Fabregat
Hay cómicos que operan por repetición. Conocedores de la efectividad de una rutina, hacen uso cabal de ella y la convierten en la herramienta primordial, y el resto es la efectividad del cómico para darle potencia a ese devenir que el espectador ya conoce, pero que de algún modo espera. Pero hay otro rango de cómicos, con muchos menos representantes, que operan sobre lo imprevisible, sobre la quimera de que cada gag sea nuevo o lo parezca, cada línea de diálogo, y especialmente los remates, sean un misterio para quien está del otro lado. Allí es donde brillan Groucho, Harpo, Chico y Zeppo Marx, monarcas absolutos del absurdo y la improvisación: a casi cien años de su debut sobre un escenario de vodevil, a 68 años del estreno de The Cocoanuts, los Hermanos Marx mantienen la virtud de sorprender y hacer reír. Teniendo en cuenta toda el agua que corrió bajo el puente del humor aplicado al cine, sólo puede entenderse como un milagro. O como la enésima comprobación de genialidad de los Hermanos Marx.
¿Por qué rescatar a los Marx hoy, que no se cumple ningún aniversario (recién el 19 de agosto serán 30 años desde la muerte de Groucho), ni hay alguna de esas noticias de “encontraron un film inédito” o algo así? Nada menos que por el regreso de la familia a la pantalla grande. Desde hoy, la Sala Lugones del Teatro San Martín será centro de encuentro para los marxistas argentinos, cuando Los cuatro cocos abra el ciclo “Saludos desde Freedonia”, once-películas-once que vienen a recordar, en su ámbito original, por qué el humor sería mucho más gris sin los hermanos. Cocoanuts, Animal Crackers, Monkey Business, Horse Feathers, Duck Soup, A Night at the Opera, A Day at The Races, At The Circus, Go West, The Big Store, A Night in Casablanca: semejante menú invita a hacerse habitué del edificio de avenida Corrientes, apoltronarse en la butaca y descubrir que, sí, tantos años y tanto cinismo después, el marxismo sigue siendo efectivo.
Difícil encontrar una sola clave en la efectividad de los hermanos. Pero, sin duda, la base de todo estuvo en su formación como artistas de vodevil, primero bajo la tutela de su tío Al Shean y luego solos, convirtiendo cada actuación en un evento único, donde el guión y las rutinas estaban entrenados, pero siempre había espacio para lo inesperado. También sucedió que en los hermanos operó cierto darwinismo que dejó en pie a los tres personajes más efectivos. Gummo no llegó a aparecer en pantalla, mientras que Zeppo integró el grupo hasta 1933 y Sopa de ganso y luego dio un paso al costado. Fue natural, al cabo, la permanencia hasta el fin –hasta Love Happy, de 1950, con el cameo de Marylin Monroe– del trío más filoso. Harpo, el mimo que saca exquisiteces del arpa y los objetos más insólitos de su capote (y a quien, según la nada confiable fuente de Groucho, convirtieron en “mudo” luego de que maldijera a un empresario teatral, y al día siguiente ese teatro quedara reducido a cenizas). Chico, el falso italiano que podría haber sido argentino, rapidísimo para ventajear y maestro en el arte del juego de palabras. Y a la cabeza, claro, Groucho Marx, su habano y su bigote pintado, su instinto estafador y su lengua viperina, capaz de destruir todos los tópicos de corrección política, humana, social.
Sin temor a la injusticia con el resto de la familia, ese trío fue el que impulsó la leyenda. Hay varias citas de Groucho bien conocidas, pero lo que no se puede recrear así como así es lo que podrá apreciarse en estos días en el encantador blanco y negro de una pantalla grande. La escena del camarote y la lectura (y destrucción) de contratos en Una noche en la ópera; el veloz juego de frases, contrafrases y palabras parecidas que refieren a objetos muy diferentes, un juego intraducible al castellano entre Groucho, Chico y Harpo frente al cuadro robado en Animal...; la mirada siempre azorada de Margaret Dumont frente a los avances de Groucho; las zancadas de Rufus Firefly arengando a los freedonianos en Sopa...; el diálogo entre Chico (vendedor de helados y de “datos calientes”) y Groucho en el hipódromo en Un día...; Harpo dándole la pierna a quien quiere darle la mano, Chico tocando esas extrañas piezas de piano con dedos bailarines, los diálogos pulidos en escritura tras escritura hasta dejar piezas de relojería cómica...
La antología marxista rebosa de escenas, situaciones y retruécanos que provocan la sonrisa con sólo recordarlos. Verlos de vuelta ya no en una tele sino en la sala de cine, sin la interferencia del mundo exterior, es lo más parecido al paraíso que pueda dar la comedia moderna. Nada de repeticiones: como si fuera la primera vez. Marxismo puro y sin fronteras.
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