CINE › “PULQUI, UN INSTANTE EN LA PATRIA DE LA FELICIDAD”
A través de la obra de Daniel Santoro, Alejandro Fernández Mouján se propone remontar el “objeto volador justicialista”.
› Por Horacio Bernades
De unos años a esta parte, una curiosa inversión se viene produciendo en el cine argentino. Mientras algunas películas de ficción (El custodio, El otro, Parapalos) se limitan voluntariamente al registro de lo visible –algo que siempre se entendió como propio del documental–, los mejores documentales tienden a interesarse por aquello que hasta ahora se creía privativo de las ficciones. Así, tanto Yo no sé qué me han hecho tus ojos, como las recentísimas Fotografías, Los próximos pasados o Argentina latente van en busca de sueños y quimeras, de ilusiones enterradas en la memoria. A esa serie dorada se suma ahora Pulqui, un instante en la patria de la felicidad, que ya desde el propio título proclama, de modo casi desafiante, su voluntad de abordar lo imaginario. Lo que se hace difícil precisar es si es historia o mito, realidad o deseo. O sea: el peronismo de los orígenes.
Aunque en verdad, sobre lo que trabaja Pulqui no es sobre el peronismo en su conjunto, sino sobre un símbolo, una representación, un peronismo a escala. “En la mañana del 8 de febrero de 1951 –dice el relato-off– el Pulqui II cruzó el cielo de Buenos Aires.” Pensado por el gobierno justicialista como respuesta criolla al Sabre F86 y el Mig 13, lanzados por Estados Unidos y la Unión Soviética, ese avión de reacción parecería como la consumación aeronáutica de la Tercera Posición. El primer modelo estalló en el aire al atravesar la barrera del sonido (dato que la película se guarda, tal vez como forma de preservar el mito) y el proyecto fue archivado para siempre por la Revolución Libertadora. Medio siglo más tarde, el productor Marcelo Céspedes propuso al artista plástico Daniel Santoro y al documentalista Alejandro Fernández Mouján un juego, una pequeña aventura, una posible remodelación del pasado. La idea era que Santoro diseñara una reproducción a escala del Pulqui II y que Fernández Mouján registrara el proceso entero de su construcción. Y a volar.
Como documental de artificio podría definirse a Pulqui, un instante en la patria de la felicidad, presentada en competencia en la última edición del Bafici. Primera de las muchas paradojas que la habitan, por mucho que se base en una realidad generada ex profeso, la película de Mouján se atiene a una tradición canónica del documental, como es registrar minuciosamente un proceso entero, desde el inicio hasta la finalización. El imaginero Santoro, cuya obra plástica está íntegramente dedicada a reconstruir, estetizar y parafrasear la mitología peronista, decide que el objeto (¿artístico, aeronáutico, aeromodelístico?) deberá responder a una escala de 2 a 1. “Y tiene que volar”, le remata a su amigo Miguel Angel Biancuzzo, dueño de un taller metalúrgico de Valentín Alsina y con antecedentes compartidos en el armado de escenografías teatrales. “Amigo y compañero peronista”, Biancuzzo casi se cae de traste, al enterarse de hasta dónde llegan las ambiciones del otro.
Artesanal y consumado en un pequeño tallercito, en medio de una antigua zona fabril de larga tradición “peruca”, el propio modo de construcción del simulacro se adivina como esencial al proyecto. La fabricación de este objeto volador justicialista (Santoro dixit) será “a la criolla”, o no será. Tan apasionante como un film de aventuras (otro rasgo común a los mejores documentales recientes) y con la pareja Santoro-Biancuzzo funcionando como amigos y rivales, alla Howard Hawks (maestro del cine de aventuras aeronáuticas, al fin y al cabo), Fernández Mouján integra el registro concreto de la construcción con otros dos planos narrativos, algo más abstractos. Por un lado, el plano de la historia, que incorpora fluidamente, apelando a imágenes de noticieros de época. Por otro, el del mito, instancia conjurada mediante tecnología digital de punta y con utilización de actores.
Pura poesía visual, esos fragmentos son como si un cuadro de Santoro hubiera cobrado movimiento: en medio de un bosque de ensueño, una Evita de aureola protege a una escolar de uniforme. Arcadia que hace pensar en muchas patrias: la de la infancia, la del peronismo, la de la infancia del peronismo. Que el lanzamiento del nuevo Pulqui deba realizarse en la Ciudad de los Niños lo confirma: se trata de un juego, una reproducción a escala, una ilusión conscientemente infantil. Sobre una versión de la Marchita al piano, delicada y melancólica como una pieza de Satie, el montaje vincula, despiadado, los camiones de los descamisados de ayer con los de los cartoneros de hoy. Caída a tierra bastante más brusca que la de cualquier avión a escala, puesto a volar y dándose de trompa contra el piso, en la Ciudad de los Niños.
9-PULQUI, UN INSTANTE EN LA PATRIA DE LA FELICIDAD
Argentina, 2007.
Dirección, guión, fotografía y montaje: Alejandro Fernández Mouján.
Producción: Carmen Guarini y Marcelo Céspedes, para Cine Ojo.
Se exhibe en el Cosmos, Tita Merello y Malba.cine.
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