CINE › “HAIRSPRAY”, CON JOHN TRAVOLTA Y MICHELLE PFEIFFER
A partir de un espectáculo de Broadway inspirado en una película de John Waters, esta comedia dirigida por Adam Shankman se propone como un cuento de hadas que también puede ser, al mismo tiempo, un musical político. Hay que ver a la estrella de Fiebre de sábado por la noche, travestido de mujer, sacudiéndose sus complejos de gorda fea.
› Por Horacio Bernades
El hairspray es un chorro de líquido vaporizado que sale disparado de un aerosol a toda presión, desparramándose violentamente sobre la cabeza del que se lo aplica. Basada en la película homónima de John Waters y en su versión musical presentada en Broadway, Hairspray parecería salir despedida de la pantalla con la misma potencia que el fijador capilar que el título nombra, provocando un inconfundible desparramo sobre la cabeza, el cuerpo y las piernas del espectador. Hay una única diferencia entre líquido y película, pero es esencial. Mientras el primero se usa para fijar, la segunda produce el efecto contrario, generando una sensación de felicidad y liberación que es tanto física como intelectual. Hacía vaya a saber cuánto tiempo (¿será mucho pensar que desde Cantando en la lluvia, Un día en Nueva York o Brindis al amor?) que el cine no provocaba una sensación así.
No es que Hairspray sea perfecta, claro. Le sobran unos veinte minutos (dura dos horas clavadas) y la energía que despliega es tan alta y continua que puede llegar a producir cierto desgaste, allá por la hora u hora y pico de película. Pero qué importa que las cosas sean perfectas, mientras puedan ser felices e infecciosas. Y para eso, nada mejor que Hairspray. La película original de John Waters, de fines de los ’80, está considerada una de las más digeribles de su autor, que suele usar escatologías, guarradas o perversiones como arietes contra toda forma de complacencia burguesa, aunque en este caso se puso más naïf que de costumbre.
Pero hasta por ahí nomás. Son los primeros años ’60 en Baltimore (ciudad natal de Waters y donde suelen transcurrir sus películas), el spray está en todas las cabezas y JFK en la Casa Blanca. En la tele, El show de Corny Collins, programa de hits musicales que no hay adolescente de la ciudad que no vea, a la salida del cole.
Una de las cautivas de The Corny Collins Show es Tracy Turnblad (la debutante Nikki Blonsky), chica de clase media-baja cuyos kilos de más serán un dolor de cabeza para el altísimo rodete de Velma von Tussle, gerente de programación del canal (bienvenido renacimiento de Michelle Pfeiffer, en atípico papel de mala). Sucede que a Tracy le dieron la posibilidad de participar en el show, y Tracy se baila todo. Por lo cual rápidamente se convertirá en mimada del elenco, por más que la señora Von Tussle arrugue la nariz al verla, su rubísima hija Amber (Brittany Snow) se ponga verde ante la posibilidad de perder su rol de estrella y uno de los dueños del canal grite “¡Detengan a la gorda comunista!” cuando Tracy amenaza con desatar una revolución. Es que la integración racial todavía no llegó a la patria de los Kennedy, por lo cual el elenco de The Corny Collins Show es íntegramente blanco.
Hay, sí, un día a la semana en que los bailarines de color están permitidos: el Día de los Negros (en el original, Nigro Day, traducible como “Día del Grone”). Y Tracy acaba de proponer que el programa se vuelva bicolor, apoyada por manifestantes con carteles que dicen: “¡La tele es en blanco y negro!”.
Como se ve, este cuento de hadas es también un musical político. No sólo por su apoyo a la rebelión antisegregacionista de Tracy y sus amigos, a esta altura inofensiva, sino por su defensa, quintaesencialmente watersiana, de gordos, feos y travestidos. Para esto último, la remake cuenta con un arma secreta llamada John Travolta, que hace de... mamá de Tracy.
En el papel que en la original tenía a su cargo la travesti Divine, hay que ver a la estrella de Fiebre de sábado por la noche casi irreconocible debajo de kilos y kilos de maquillaje, plancha que te plancha en el living de los Turnblad. O sacudiéndose sus complejos de gorda fea y asumiéndose como es en “Bienvenida a los 60”, uno de los mejores números de la película. O bailando una balada romántica entre las sábanas colgadas en la terraza, haciendo de Fred Astaire & Ginger Rogers junto a su marido Christopher Walken. Hay una ternura que desarma en la relación entre ambos y que confirma que se puede ser camp y tener corazón.
Corazón, garganta y piernas. Lo segundo lo aporta, más que nadie, la morochaza Queen Latifah, en alguna balada soul que parecería escapada del catálogo de la Motown (Hairspray recorre todos los ritmos de la época, desde el rythm and blues hasta el funk, pasando por el rock y el rockabilly).
Las piernas las sacuden todos, en números musicales que parecen coreografiados por un verdadero maestro del caos controlado. A propósito, ¿cómo adivinar, habiendo visto las comedias que dirigió anteriormente Adam Shankman (The Wedding Planner y Más barato por docena, entre otras) que el tipo terminaría siendo semejante coreógrafo? Tal vez lo que sucede es que Hairspray es una de esas películas en estado de gracia en la que hasta los más negados tienen su oportunidad. Como en una de John Waters...
8-HAIRSPRAY
EE.UU., 2007.
Dirección y coreografía: Adam Shankman.
Guión: Leslie Dixon, sobre guión original de John Waters y el musical homónimo.
Música: Marc Shaiman.
Fotografía: Bojan Bazelli.
Intérpretes: John Travolta, Michelle Pfeiffer, Christopher Walken, Nikki Blonsky, Amanda Bynes, John Marsden, Queen Latifah, Brittany Snow y Zac Efron.
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