CINE › “REYES Y REINA”, DE ARNAUD DESPLECHIN, CON CATHERINE DENEUVE
Estrenada únicamente en el Cosmos en DVD, la película del director francés es de una libertad infrecuente, una amalgama de géneros en donde late también el espíritu de la aventura y el misterio del film fantástico, una celebración de la locura y el desorden de la vida.
› Por Horacio Bernades
REYES Y REINA
(Kings and Queen) Francia, 2004.
Dirección: Arnaud Desplechin.
Guión: A. Desplechin y Roger Bohbot.
Fotografía: Eric Gautier.
Intérpretes: Emmanuelle Devos, Mathieu Amalric, Catherine Deneuve, Maurice Garrel, Nathalie Boutefeu, Hippolyte Girardot y Noémie Lvovsky.
Estreno en el cine Cosmos, en proyección DVD.
Moon River, La pavana para una infanta difunta, música klezmer, trozos de hip hop: en la propia elección de la música Reyes y reina revela su naturaleza entrechocada y heterogénea, llena de disrupciones, colisiones y desfases. El opus 6 de Arnaud Desplechin (Roubaix, 1960) mueve a identificarse profundamente con la fatalidad que signa a uno de sus personajes y a gozar del absurdo que rige el destino de otro. La larga cabalgata de dos horas y media que propone es excesiva como un melodrama, disparatada como una comedia, imprevista como una de aventuras, turbadora como un film fantástico. El modo en que echa mano de los géneros cinematográficos recuerda a quien revuelve telas en una tienda, caótica e infinitamente viva.
Nora Cotterelle (Emannuelle Devos, conocida en la Argentina por sus actuaciones en Lee mis labios, El adversario y El latido de mi corazón) tuvo un marido que se murió antes de que ella diera a luz, luego una segunda pareja y ahora está a punto de casarse con un empresario. Tiene un hijo de 10 años y un padre anciano que vive en Grenoble, a quien va a visitar para su cumpleaños. El mismo día de su llegada, el padre, que es profesor de griego (Maurice Garrel, padre del cineasta Philippe Garrel), sufre una descompostura, lo internan y lo operan. Es sólo el comienzo del melodrama familiar en el que Nora parece metida. Y que, en su suma de recuerdos que torturan, largas agonías, muerte inminente y fantasmas que vuelven, tal vez remede a una tragedia griega. Como el idioma que el padre enseña. Narrada en paralelo, la historia de Ismael responde en tal caso a la otra máscara clásica, la de la risa.
La escena de presentación de Ismael (Mathieu Amalric, actor favorito de Desplechin) marca el tono que tendrá todo lo relacionado con él. Dos paramédicos de un hospital psiquiátrico –uno de los cuales se comporta como animador de fiestas infantiles– llaman a su puerta. “No sé qué buscan, está todo bien”, los ataja Mathieu, que no para de temblar. “¿Eso qué es?”, pregunta uno de los enfermeros, señalando la soga que cuelga de una viga, justo encima de una silla. La forzada internación en el psiquiátrico (gobernado por una Catherine Deneuve que observa al paciente con una mueca de sarcasmo y horror), las escapadas para ver a la psicoanalista (de origen africano y como doscientos kilos de heterodoxia), la irrupción de su abogado (que arrasa con las drogas de la farmacia del hospital) y una relación con otra interna (que acumula intentos de suicidio como las muescas de un revólver) signan los días de Ismael, a quien Nora acabará buscando, para que adopte a su hijo. Sucede que Ismael es esa segunda pareja que tuvo Nora, dato que la película devela con deliberada dilación.
A Desplechin no le gusta atarse a nada fijo ni estable, y es así como recurre al modo de la fuga como principio ordenador. Narra el melodrama de Nora como si no lo fuera, llenando de luz el verano de Grenoble y aprovechando la extraordinaria variedad de matices de Mmlle. Devos, que tiene rasgos brutales y sensibilidad quebradiza. Ismael, en cambio, parece un Woody Allen sin rastros de decadencia ni de culpa judía, con Mathieu Amalric permanentemente fuera de sí. “Cómo voy a hablarle de mi alma si las mujeres carecen de ella”, le larga a una espantada Deneuve. Un par de escenas más adelante pide a gritos ver a su psicoanalista... que es mujer, por supuesto. Historias de familia, la hermana de Nora anda perdida por ahí, el padre le regala la carta póstuma más cruel de que se tenga memoria y al hijo lo quiere, pero trata de sacárselo de encima. Las cosas no están mucho mejor por el lado de Mathieu, con sus padres que pretenden hacerlo trabajar en el minimercado familiar y una hermana que lo echa de su casa, al mismo tiempo que lo invita a comer.
Si reinan la locura y el desorden en el mundo de Reyes y reina, lo notable es que en lugar de condenarlas, su director las celebra. Cortes fuera de raccord, tiempos quebrados, grandes elipsis, sueños visualizados como viejas imágenes de archivo, muertos que conviven con los vivos como si nada, cierto hip hop hospitalario, un suicidio narrado como pieza teatral, escenas que podrían ser “reales” o imaginarias y un tiroteo cómico y sangriento, son algunas de las formas de celebrarlo.
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