CINE › “IMPERIO”, DE DAVID LYNCH
Lo que sucede en tres horas se resume en una frase: Lynch a la enésima potencia.
› Por Horacio Bernades
Filmada a lo largo de tres años, construida a partir de los orígenes más heterogéneos (un comentario al paso, un recuerdo, una asociación, una imagen que batalla por imponerse), con un guión mutante que exigió viajar de Los Angeles a Polonia y modificar actores y personajes hasta último momento, Inland Empire aparece como un David Lynch a la enésima potencia. Son tres horas casi redondas de rodaje en digital, con el realizador de Terciopelo azul cumpliendo las funciones de productor, director, guionista y editor, filmando al más puro estilo indie e incluyendo imágenes de aspecto tan casero como la grabación de un cumpleaños. A lo largo del maratón aquí llamado Imperio resulta difícil, eventualmente imposible, coordinar imágenes, escenas, personajes y hasta lenguas, dado que buena parte de los actores son polacos y hablan en su idioma. Signo inconfundible de lo azaroso, el elenco, de dimensiones inabarcables, presenta a William H. Macy en un único plano y a Naomi Watts bajo un disfraz de conejo humano. Para no mencionar la presencia de Nastassja Kinski, borrosamente intuida... en la secuencia de créditos finales, sin que haya aparecido nunca antes.
Es justamente ese carácter de Lynch-a-la-enésima el que dividirá al público entre cultistas fanáticos y abjuradores encarnizados. Los espectadores que más atención merecen no son, sin embargo, ni unos ni otros, embanderados ya de antemano, sino aquellos que puedan ir del interés al desconcierto, quedando desprotegidos frente a una obra que no les facilita nada. Lo que más o menos puede ordenarse en términos argumentales es que Laura Dern hace, o empieza haciendo, de Nikki Grace, actriz que logra un anhelado papel. Un día antes de que se lo comuniquen recibe en su mansión la visita de un personaje preocupante (Grace Zabriskie, con sospechoso acento polaco) que profetiza que en esa película habrá una muerte, al tiempo que le hace ver lo que sucederá 24 horas más tarde. La película se llama On High with Blue Tomorrows, la dirige un tal Kingsley Stewart (Jeremy Irons, en papel que pudo haber hecho cualquiera), el coprotagonista es Devon Berk (Justin Theroux, el mismo que hacía de director de cine en El camino de los sueños) y pesa sobre ella cierto hechizo maldito.
Como cabe esperar en el planeta Lynch, la ficción (la película que se rueda) contaminará y vampirizará lo “real”, hasta el punto mismo de su disolución. Entendido esto como abdicación de la razón, pero también como desintegración del propio relato. Nikki y su alter ego se fusionan e indiscriminan, sin que el personaje o el espectador sepan del todo de quién se trata en cada escena. Pero además Laura Dern encarna a otras dos criaturas, que podrían ser tanto identidades paralelas de Nikki como producto de sus ensoñaciones o terrores inconscientes. Una de ellas es un ama de casa white trash, casada con el mismo actor que hace de marido de Nikki; la otra, una prostituta que callejea en Los Angeles y/o en Lodz, Polonia. Todo eso coexiste con: 1) una joven prostituta polaca que ve lo que sucede por televisión; 2) otras prostitutas polacas que bailan Loco–Motion; 3) una gran cantidad de gitanos del mismo origen, que protagonizan escenas sumamente oscuras en calles de Lodz y 4) una sitcom televisiva, en la que los actores aparecen disfrazados de conejos. O tal vez se trate de conejos humanos. Imposible asegurar una cosa u otra, en tanto la propia película se niega a suministrar la llave que, como en El camino de los sueños, permita abrir la caja del misterio.
¿Pueden disfrutarse tres horas de cine sin entender demasiado lo que está pasando, experimentándolo como una suerte de sueño, trip lisérgico o experiencia sensorial? Es posible parcialmente, de eso no hay duda. Está fuera de discusión la capacidad de Lynch de generar los climas más densos con un simple travelling lento, un juego de luces y sombras (como cuando una de las Laura Dern es bruscamente iluminada, en medio de la noche cerrada), laberintos espaciales (los retorcidos pasillos y callejuelas parecen un mapa de la corteza cerebral), una casi imperceptible modulación sonora (esta vez sin Angelo Badalamenti), la utilización de lentes deformantes o duplicaciones, en las que la protagonista se topa consigo misma, para su terror y el del espectador.
Es sin duda admirable el modo en que el realizador de Carretera perdida construye todos esos climas apelando a las herramientas más primarias del cine, cuyas potencias expresivas parece exprimir, como quien aprieta lentamente un limón. Lo cual no excluye, claro, que a lo largo de 179 minutos el espectador pueda sentirse alternativamente fascinado y ofuscado, atraído y expulsado, frente a una película que, a medida que se abre, parecería cerrarse sobre sí misma como un puercoespín, dándole olímpicamente la espalda.
6-IMPERIO
(Inland Empire) EE.UU./Francia/Polonia, 2006.
Dirección, guión, producción y edición: David Lynch.
Fotografía: Odd-Geir Saether.
Intérpretes: Laura Dern, Jeremy Irons, Justin Theroux, Harry Dean Stanton, Julia Ormond, William H. Macy, Grace Zabriskie y Dianne Ladd.
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