Mié 26.09.2007
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CINE › FESTIVAL DE SAN SEBASTIAN

Un policial asiático logró levantar el ánimo cinéfilo

Exodus, del hongkonés Pang Ho-cheung, rescató a la competencia oficial de la exagerada moderación del cine español. Por su parte, el novelista Paul Auster presentó su segundo largo como director, una fábula sobre un escritor visitado por su musa.

› Por Horacio Bernades
desde San Sebastián

“Si el barco se hunde, recurra a la película asiática”, aconseja el Manual de ayuda al asistente de festivales en problemas, y en San Sebastián acaba de verificarse la infalibilidad del aserto. El barco de la competencia oficial se hundía, entre películas españolas a las que la moderación, la sensatez y el sentido común hieren de muerte (Mataharis, de Icíar Bollaín y Siete mesas de billar francés, de Gracia Querejeta), una irresponsable sátira alemana sobre la malignidad de la televisión (Free Rainer, violenta patinada del director de Los edukadores) y un ultraconvencional drama sobre la memoria del Holocausto (la canadiense Emocional Arithmetic). Fue allí que apareció, disparado desde vaya a saber dónde, el ovni hongkonés Exodus, para desatar otra vez la exaltación cinéfila, condenada al letargo desde el primer día, cuando el nuevo Cronenberg abrió el festival a toda orquesta y a partir de allí nada estuvo a esa altura.

Estrenada en su país hace un par de semanas, Exodus es la sexta película de Pang Ho-cheung, de quien en Argentina se había conocido, a comienzos de este año, su ópera prima You Shoot, I Shoot. Aquélla era una divertida comedia policial, jaspeada de buenas ideas de guión y de puesta en escena, por parte de un realizador que tenía por entonces menos de 30. Seis años más tarde, Exodus muestra a un cineasta, guionista y productor que aparece ya en pleno y apabullante dominio de lo que quiere contar, y cómo. Aunque una cosa y otra vayan en contra de lo que el sentido común (ese que le sobra al cine español) aconsejaría. La película se abre con un plano que parecería escapado de Old Boy. En poco más de un minuto y con el simple expediente de un travelling hacia atrás, la escena introductoria de Exodus arranca de un plano detalle (unos ojos que resultan ser los de la reina de Inglaterra, en un cuadro colgado en la pared) y va develando, en su recorrido a través de un estrecho pasillo, la presencia de varios hombres vestidos de hombres-rana y en slip, que primero se sacan de encima a un policía y luego apalean larga y brutalmente a un tipo que se arrastra por el piso. Todo ello, en ralenti y con música de... Mozart.

De allí en más, y a lo largo de 95 minutos, no habrá un solo recodo de la historia que no sea imprevisible, un solo plano que no esté cargado de sentido, un solo encuadre que no sea el mejor posible. El protagonista de Exodus es aquel policía de la primera escena, pero veinte años más tarde (de allí el cuadro de la reina, previo a la restitución de Hong Kong a China, en 1997). Problemas domésticos, una suegra exigente, varias muertes sospechosas y un detenido totalmente loco, que sostiene la existencia de cierto “sindicato femenino del crimen”, dedicado a exterminar a la población masculina: aunque desafíe toda lógica aparente, todo ello se conectará de modo indefectible, en los momentos menos previstos y por las vías más inesperadas. Los inicios del realizador como guionista (cumplió esa función en Fulltime Killer, de Johnny To) explican la asombrosa arquitectura de la película, en la que todo cierra cuando nada parecería en condiciones de cerrar. Pero no se trata de un guión hábilmente armado y nada más: Pang Ho-cheung pone en escena esta historia aparentemente disparatada con un rigor, y hasta una severidad, dignos de Antonioni. No es exageración: al realizador de El eclipse le hubiera fascinado esta película dominada por inmensas estructuras urbanas. Puro minimalismo arquitectónico asiático lleno de líneas rectas, que parecería vaciar de toda identidad a quienes las pueblan. Claro que Exodus termina con un chiste, perfecto remate para esta fantasía policial ultramisógina... ¿O hiperfeminista? Imposible precisarlo, de allí el desconcertante disfrute que proporciona.

¿Le gustará esta película al jurado, que preside Paul Auster e integra Susú Pecoraro? Más fácil que responder esa pregunta es consignar que Auster no vino hasta aquí solo. Trajo del brazo a Siri Huvstedt, rubia esposa y magnífica escritora, y bajo el brazo una película. Se llama The Inner Life of Martin Frost (La vida interior de Martin Frost) y es la segunda que el autor de La invención de la soledad dirige en solitario, después de haberlo hecho junto a Wayne Wang en ese precioso dueto de Smoke y Blue in the Face. La anterior de Auster se llamaba Lulu on the Bridge y estaba llena de gravedad, pretensiones y lo que César Isella denominaría suyealismo. Tal vez advirtiendo eso, Auster se planteó The Inner Life of Martin Frost en clave de comedia. Pero las pretensiones y el suyealismo siguen dando el presente en esta fabulita de un escritor (el británico David Thewlis) a quien, durante unas vacaciones en una casa prestada, se le presenta una hermosa dama (Irene Jacob, la protagonista de La doble vida de Verónica) que resulta ser... su musa. El hecho de que el tono sea ligero y contemple más de una situación absurda no quiere decir que la película sea fresca, inteligente o divertida. Parecería más bien el vacuo paseo que un novelista de porte se permite en terrenos que tal vez sería preferible dejar de pisar. ¡Ah! Sophie Auster, bonita hija del escritor, canta y actúa, aunque no demasiado.

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