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Sábado, 29 de septiembre de 2007

CINE › HOY TERMINA EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIAN

Llegó el ansiado día de las Conchas en el País Vasco

Encarnación, de la argentina Anahí Berneri, aspira a uno de los premios, en una competencia sin favoritos y en la que pesa la figura del presidente del jurado, Paul Auster.

 Por Horacio Bernades
desde San Sebastián

La competencia oficial de San Sebastián, que más de una semana atrás empezó en las alturas gracias a Eastern Promises, de David Cronenberg, terminó deslizándose en una rampa miserabilista por obra de un film estadounidense (Padre nuestro, ópera prima de Christopher Zalla, nacido en Kenia) y uno danés (Daisy Diamond, de Simon Staho), a los que cupo el “honor” de cerrar esa sección. Honeydri-pper, de John Sayles, y la coreana Shadows in the Palace fueron otras de las que se vieron sobre el final de la competencia. Junto con la argentina Encarnación y varias más, todas ellas aspiran a las Conchas, que se anunciarán hoy a la noche, durante la ceremonia de clausura que tendrá lugar en la gigantesca sala del Kursaal. Allí se proyectará Flawless, thriller de Michael Radford protagonizado por la reaparecida Demi Moore, que viene a tomar el relevo de Richard Gere, partido de aquí hace unos días.

Ganadora del Gran Premio del Jurado en la última edición del Festival de Sundance, Padre nuestro narra las desventuras de dos veinteañeros mexicanos que cruzan la frontera como espaldas mojadas y van a parar a Nueva York. Uno de ellos busca al padre, a quien supone dueño de un restaurante. El otro le roba la documentación y aprovecha para hacerse pasar por él, intentando ganarse la simpatía del viejo, que no tiene la menor disposición a reconocer a ningún hijo como propio. Además no es el dueño sino el lavaplatos del restaurante, por lo cual vive en un tugurio bastante miserable. A su vez, el verdadero hijo se unirá a una compatriota (que vive en otro tugurio mucho más miserable) a quien la condición de yonqui lleva a prostituirse. De sólo leer el argumento se adivina que Padre nuestro juega la carta de la sordidez. Aunque también es cierto que si se elige narrar la vida de esos personajes, no se los hará darse la gran vida. Todo transcurre en medio de una noche eterna, en una Brooklyn más próxima al Tercer Mundo que a Manhattan.

Mucho más forzada es la negrura de Daisy Diamond, suerte de pozo sin fondo de desgracias, humillaciones y misantropías, paradójicamente puestos en escena con desesperante blancura. Tras haber sido violada, una joven aspirante a actriz anda por Copenhague con una beba de cuatro meses, que no sólo no la deja dormir con sus llantos sino que además provoca que la echen de todos los castings. No debe develarse cierta decisión monstruosa tomada por la chica –si alguna vez la película llega a la Argentina, tal vez a algún lector le queden ganas de verla–, prolegómeno de otra igualmente terminal y mucho más previsible. Machacona e insistente, a todo ello habrá que sumarle reiteradas comparaciones con Persona, de Bergman, así como cierta alusión que hace de la protagonista un equivalente contemporáneo de Juana de Arco. En suma, una fuerte candidata a llevarse de aquí más de un premio, empezando por el de mejor actriz (que sería el único justificado).

Ubicada en los años ’50 en un pueblito de Alabama llamado Harmony, la nueva película de John Sayles, Honeydripper, está bastante por encima de la anterior Silver City, que también había competido aquí un par de años atrás. Al menos tiene, sobre aquella farsa anti-Bush –que hacía quedar a las películas de Michael Moore, en comparación, como metáforas sutiles y delicadas– la ventaja de la simpatía y buena onda. Y buenísima música, como el Honeydripper del título en un bolichito de las afueras, a punto de cerrar porque nadie quiere escuchar los tremendos blusachos que canta una morochona. Son tiempos de guitarras y al dueño del tugurio (Danny Glover) se le ocurre fraguar la visita del legendario Guitar Sam (de existencia real). Para ello hará presentarse bajo su nombre a un pibe flacucho recién llegado al pueblo, que terminará electrificando el lugar con sus solos. Lo que toca todavía no tiene nombre, pero no falta tanto para que un disc jockey de las inmediaciones lo llame rock’n’roll. Con un elenco casi enteramente negro y apelando a ciertas fórmulas dramáticas, el dominio de las estructurales corales por parte del director (autor de Escrito en el agua y Hombres armados, esta última con Federico Luppi en el protagónico) es un elemento a favor.

Además de la libertad que suele tomarse en términos de tonos y registros, el cine coreano se caracteriza por los enrevesamientos dramáticos, espirales temporales y superposición de planos narrativos. Shadows in the Palace lleva todo ello hasta el extremo de... la confusión. Cuenta con dos curiosidades: la de ser un film de época, algo no muy habitual en el cine de ese origen, y la de estar dirigido por una mujer, lo cual es toda una novedad. Kim Mee-jung se llama la realizadora de esta película que podría describirse como “policial cortesano con detective femenina”, y que transcurre en los interiores de palacio, en una época indeterminada que tal vez corresponda al siglo XIX. Hay doncellas asesinadas, muertes ocultas, infidelidades reales y principescas, rituales de castigo y sangrientas automutilaciones. Además de una médica que se pone a investigar, como detective amateur. Todo es arbitrario y las muestras de sadismo también, en medio de una profusión de mujeres tan parecidas que, por momentos, se hace casi imposible distinguir entre la reina, la heroína y varias de las doncellas. O entre el ayer y el hoy del relato.

Desde ya que todo ese confusionismo coreano resulta mucho más interesante que el show de crueldad del film danés, la corrección todoterreno de las películas españolas presentadas días atrás o el carácter de película-para-gustar-a-todos de A Thousand Years of Good Prayers, que es lo nuevo de Wayne Wang. Pero tanto la indudable eficacia de ésta como la larga amistad de Wang con Paul Auster, presidente del Jurado Oficial, hacen pensar que A Thousand Years... puede aparecer hoy entre las Conchas. Lo mismo que Daisy Diamond y Padre nuestro. Con la iraní Buda explotó por vergüenza picando en punta del favoritismo general y la británica Ba-ttle for Haditha y la de Cronenberg pisándole los talones, no hay por qué negarle chances a Encarnación, de Anahí Berneri. Hoy se sabrá.

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Honeydripper, del estadounidense John Sayles, tiene una música buenísima y mucha onda.
 
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