Jue 11.10.2007
espectaculos

CINE › “COMO CELEBRE EL FIN DEL MUNDO”, DE CATALIN MITULESCU

Los últimos días de Ceausescu

› Por Horacio Bernades

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COMO CELEBRE EL FIN DEL MUNDO
(Cum me-am petrecut sfarsitul lumii) Rumania/Francia, 2006

Dirección: Catalin Mitulescu.
Guión: Andreea Valean y C. Mitulescu.
Fotografía: Marius Panduru.
Intérpretes: Dorotheea Petre, Timotei Duma, Ionut Becheru y Cristian Vararu.

Si de Rumania proviene la mayor revelación de los últimos años en el cine, eso se debe al modo en que ciertos realizadores (Cristi Puiu en La muerte del señor Lazarescu, Corneliu Porumboiu en Bucarest 12:08, Cristian Mungiu en la inminente 4 meses, 3 semanas, 2 días) eligen relacionarse con lo real. Planos de larga duración y una intensa concentración visual y dramática permiten, en esos films, que tiempos y espacios adquieran tanto o más peso que las historias narradas. Presentada en 2006 en la importante paralela de Cannes Un Certain Regarde y candidata por su país a la última entrega de los Oscar, Cómo celebré el fin del mundo ofrece un formato más tradicional. Comedia dramática en la que la imaginación infantil tamiza la realidad política bajo la luz del costumbrismo pueblerino, para desentrañar su filiación tal vez haya que remontarse a los primeros films de Kusturica. Papá salió en viaje de negocios, sobre todo.

Corre 1989 y parecería no haber cuarto, aula o despacho que no esté presidido por el retrato de Nicolae Ceausescu, que desde allí da la sensación de vigilarlo todo. De hecho, no parece haber nada en la vida cotidiana que no refiera a él, ya se trate de las canciones escolares como de la imitación del líder, que el padre de Lalalilu y Eva hace para diversión de sus hijos. Mientras el pequeño Lalalilu imagina una evacuación en submarino junto a parientes, vecinos y amigos, su hermana Eva será “evacuada” del secundario, cuando al novio no se le ocurra mejor idea que hacer papilla un busto del Magno Padre. Denunciada por sus compañeros, deberá partir a una suerte de reformatorio en el interior del país, arrastrando al resto de la familia. Allí, Lalalilu y sus amigos, convocados para cantarle al líder una canción patriótica, tramarán un magnicidio, aprovechando la cercanía. No será necesario: diciembre ha llegado, y con él el levantamiento, la caída, el juicio y ejecución del tirano.

Sostenida en buena medida por el ángel del pequeño Timotei Duma y la morocha Dorotheea Petre, si no fuera por el cartel inicial que ubica la acción a fines de los ’80, el modo en que lucen las cosas, los ambientes y la gente harían pensar que Cómo celebré el fin del mundo transcurre en los ’50, ’60 cuando mucho. Filmada en tonos apagados y verdosos, es tal la certeza física de sociedad atrasada que la película transmite, que eso constituye, en sí mismo, una declaración política mil veces más elocuente que cualquier manifiesto. Sumado a las canciones escolares que exaltan el sentimiento patriótico y la idea de nacionalidad, a la omnipresencia del anciano líder y a esa suerte de Siberia agrícola a la que los díscolos se ven destinados, la película de Mitulescu comunica con gran eficacia una sensación de opresión y de asfixia que de tan cotidiana tiene un valor altamente político. La misma proyección a escala adquieren –extremando tal vez un carácter de sinécdoque algo obvia– las elecciones amorosas de Eva, que no termina de decidirse entre el hijo de un policía del régimen y el de un matrimonio de disidentes.

Sobre el final y gracias a que la TV transmite de casualidad la caída del régimen en vivo, de pronto todo el mundo sale a la calle a festejar y abuchear al dictador. Pero ninguno de los que celebran se había atrevido hasta entonces ni al más mínimo gesto de disconformidad. Lo cual habla tanto de la eficacia represiva del régimen como de un coraje cívico tirando a escaso. En ese punto y apelando a un modo de representación si se quiere más convencional, Cómo celebré... entronca con Bucarest 12:08, que dando un paso más llegaba a sostener, sin pelos en la lengua, que nunca hubo ninguna revolución popular en Rumania. Sólo la caída de un régimen, originada primero en palacio y recién después en las calles.

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