CINE › LAZARA HERRERA, VIUDA DE SANTIAGO ALVAREZ
La compañera de toda la vida del gran documentalista cubano recuerda el nacimiento del cine en la isla.
› Por Oscar Ranzani
Mucho antes de que la revolución triunfara, el gran documentalista Santiago Alvarez –emblema del cine cubano junto con Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa– estudiaba medicina en la isla. Cuando la universidad donde cursaba sus estudios cerró definitivamente, Alvarez promediaba el segundo año de la carrera. Sus padres, ambos españoles, no podían solventar los gastos para que su hijo continuara estudiando. Entonces, a los diecinueve años, Santiago Alvarez decidió irse a los Estados Unidos, ya que en Nueva York le habían ofrecido un trabajo de lavaplatos. Viajó en ferry desde La Habana y, en Miami, tomó un ómnibus. El racismo en Estados Unidos florecía en cada esquina y los ciudadanos negros tenían prohibido sentarse en los asientos delanteros de los vehículos públicos. En el trayecto, subió una mujer negra con su pequeño hijo. Entonces Santiago Alvarez, tal como era la costumbre en Cuba (y en cualquier país donde la discriminación racial es motivo de rechazo), intentó cederle el asiento que ocupaba: se desató un escándalo en el colectivo. En un instante, Santiago Alvarez tomó en sus brazos al niño y lo sentó con él, mientras la madre se fue al fondo del ómnibus aterrorizada. “Para quitarme este niño de mis brazos me van a tener que matar”, vociferó a los demás pasajeros. Unas horas después pensó: “Si yo me bajo antes que ella, se la van agarrar con ella”. Entonces, se levantó del asiento, le entregó el niño a la mujer y sintió alivio cuando la pasajera bajó con su hijo antes que él.
Esa anécdota, que lo marcó a fuego, la cuenta Lázara Herrera, viuda de Alvarez, para explicar uno de los motivos por los cuales el cine de su compañero de vida no se limitó solamente a aprehender la realidad cubana, sino que trascendió la geografía de su país y también focalizó sus denuncias contra las prácticas racistas en Estados Unidos, que las conoció también por haber trabajado como minero en un yacimiento de carbón, ubicado en un pueblo cercano a Filadelfia. Muchos años más tarde, cuando la revolución ya estaba afianzada en Cuba, y cuando Alvarez ya era un documentalista reconocido, la imagen de la mujer negra le vino como un flash al escuchar la versión al inglés que Lena Horne hizo de la canción israelí “Hava Nagila”, de autor anónimo. Ese tema, de seis minutos de duración, es el que se escucha en Now (1965), un documental de la misma duración que la canción y que se convirtió en un impresionante alegato antirracista, considerado desde su estética como la anticipación del videoclip. “Cada cineasta tiene su idea en su cabeza y la forma de transmitirla. Santiago era un apasionado, él mismo decía que era un aventurero. Decía que para lograr lo que quería tenía que empezar por ser el ejemplo. Si no iba adelante, los demás no podían seguirlo. Aparte de eso, como ser humano vivía muy pendiente de todos los problemas de los compañeros que trabajaban con él. Era un hombre muy sensible y eso se reflejaba en el trabajo”, relata Herrera, que lo conoció con tan sólo 18 años. “El decía que una persona no podía ser de una manera en el trabajo y en la casa de otra”, agrega Herrera, que visitó hace unos días la Argentina invitada por los organizadores del 5º Festival de Cine y Video Latinoamericano de Buenos Aires.
–El cine de Santiago Alvarez rompe con la lógica prerrevolucionaria que entendía el cine como entretenimiento y, desde entonces, pasó a convertirse en una herramienta de transformación política que acompañó el proceso revolucionario. Pero no por eso carece de emoción, es un cine que moviliza al espectador.
–Exacto. Una de las cosas que Santiago tenía siempre presente era el espectador. El buscaba la forma de que ese cine político, movilizador, llegara con arte. Para él eso era fundamental. Era un hombre que se preparaba mucho, leía muchísimo, tenía una cultura tremenda. Santiago no ponía en pantalla nada que no hubiera verificado. Le gustaba mucho la música y, entonces, si escuchaba una canción, averiguaba de quién era, leía acerca del compositor, qué había motivado a ese hombre a escribirla.
–¿Qué influencia tiene el cine de Santiago Alvarez en las nuevas generaciones?
–Santiago sigue siendo el paradigma de los nuevos realizadores. Era un hombre principalmente político. Hacía cine político con arte. Siempre fue contrario a hacer “ladrillos”, como solía decir. El llamaba “ladrillo” a un documental aburrido, tedioso. “Tú tienes que convencer a la gente con arte, con la verdad”, sostenía. Y Santiago hacía un cine artístico. El Festival Internacional Santiago Alvarez In Memoriam –del cual Herrera es la presidenta– es muy interesante porque no solo hay proyecciones de documentales, sino que también hay seminarios. El festival se hace en Santiago de Cuba y participan muchos jóvenes de esa ciudad, estudiantes de las facultades. Y lo interesante es lo que ellos descubren en la obra de Santiago Alvarez, porque son gente nueva que no conoció el Noticiero Icaic, sino que lo ve ahora en muestras especiales que se hacen. Entonces, se sorprenden de ver la frescura de aquel hombre que no estudió cine y que empezó con más de cuarenta años a hacer cine y que es capaz de llegar a ellos.
–¿Cuáles fueron los principales motivos que dieron origen al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (Icaic)?
–Con el triunfo de la revolución, una idea que siempre tuvo clara Fidel fue la creación de un Instituto de Cine. El primer decreto cultural que firma la revolución, el 23 de marzo de 1959, fue la edición masiva de Don Quijote y la creación del Icaic, al frente del cual pusieron a Alfredo Guevara como presidente. Cuando Santiago regresa a Cuba del exilio (por haber estado luchando contra el general Batista), Alfredo lo llama y junto con Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa y otros más fundan el Icaic.
–¿Cuál era el objetivo en ese momento y cómo se fue redefiniendo?
–No había cinematografía en Cuba. Los mexicanos venían a filmar algunas películas, se hacía algo documental, se hacía mucha publicidad de las empresas que había en Cuba, pero no existía cinematografía en Cuba. La imagen siempre es muy importante y eso tanto Fidel como Alfredo lo tuvieron claro y sabían que era necesario el cine. Cuando se crea el Icaic existía un noticiero cinematográfico que lo único que hacía era reportar hechos sociales como que “se casó fulana” o “la fiesta en el Coti Club”. La revolución triunfa y en junio del ’60 se nacionalizan esos noticieros y Alfredo pone a Santiago al frente del Noticiero Icaic Latinoamericano. Una cosa importante de señalar era que Santiago no había estudiado cine. Santiago era un hombre muy inteligente, con una gran cultura, pero no había estudiado cine. Sí habían estudiado cine Alfredo, Titón (Gutiérrez Alea) y Julio (García Espinosa). Santiago venía de hacer millones de cosas en su vida, menos cine. Incluso su último trabajo había sido como organizador del archivo musical de la radio y de la televisión; de ahí esa capacidad que, en adelante, mostraría para seleccionar la música para sus noticieros y sus documentales. El Noticiero Icaic vino a ser la mesa de entrenamiento de Santiago Alvarez.
Alvarez dirigió cientos de noticieros cinematográficos que reflejaron la campaña de alfabetización, los viajes de Fidel por el mundo y los actos en la Plaza de la Revolución, entre tantos otros temas, además de los abordados en sus históricos documentales, algunos de los cuales focalizaron en países del Tercer Mundo como, por ejemplo, Vietnam (durante la guerra) y Chile (durante el gobierno de Salvador Allende). Herrera destaca que el Noticiero Icaic “era agradable, instructivo, cultural. La gente iba al cine a ver el noticiero, las bandas sonoras eran famosas. Eran noticias que las veías en enero y luego las volvías a ver en diciembre con el mismo interés y con la misma frescura. Una preocupación de él fue que la noticia fuera imperecedera, que pudiera ser vista con el mismo interés seis meses después”.
–Una de las políticas del Icaic fue la creación del cine móvil que permitió que el cine llegara a lugares donde antes no lo hacía. ¿Cómo funcionaba esa experiencia revolucionaria que después fue adoptada por varios países?
–Había zonas de silencio: a la montaña, a pueblos del interior el cine no llegaba en ese momento. Hay un documental de Octavio Cortázar que filmó en un lugar donde por primera vez se llevaba cine y es muy interesante porque les van preguntando a las personas qué era cine para ellos. No tenían idea. La primera proyección fue una película de Charles Chaplin y las personas se levantaban y daban la vuelta por detrás de la pantalla. Para ellos era la octava maravilla del mundo. Eso ayudó mucho en la educación de los cubanos en general. No se puede olvidar que cuando Fidel triunfa, en Cuba había un analfabetismo enorme. El otro hecho cultural grande que inició la revolución fue la campaña de alfabetización en 1961, en que se alfabetizó a todo el mundo: jóvenes, viejos, más viejos, menos jóvenes. Ahí el espectro cultural de los cubanos empieza a cambiar.
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