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Lunes, 29 de octubre de 2007

CINE › MIGUEL RODRIGUEZ ARIAS Y SU DOCUMENTAL SOBRE ALEJANDRO KUROPATWA, HOY EN EL MALBA

“Sus fotos eran verdaderas obras de arte”

En Kuropatwa: Retrato de su vida y obra, el documentalista hace un rescate integral de un fotógrafo que, según define, “no tenía una personalidad pública y otra privada: era siempre el mismo Alejandro, que vivía como un artista todo el tiempo”.

 Por Oscar Ranzani

Fue el fotógrafo del rock nacional. Así lo demuestran sus trabajos para las portadas de álbumes de Charly García, Gustavo Cerati, Fito Páez, Virus y Ratones Paranoicos, entre otros: cuando murió a las 46 años a causa de una cirrosis, Alejandro Kuropatwa dejó una obra exquisita, que trascendió la fronteras de la fotografía para dejar su sello en el arte plástico. Como, por ejemplo, lo demostró en Naturalezas muertas, por solo mencionar alguna de las exposiciones que analiza el curador de arte Andrés Duprat en Kuropatwa: Retrato de su vida y obra, el nuevo documental de Miguel Rodríguez Arias que se presentará hoy a las 19 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415), con entrada gratuita y la presencia del director y de la hermana de Kuropatwa.

El realizador de Las patas de la mentira y El Nüremberg argentino posó esta vez su mirada en este artista singular que dejó una estampa imborrable en la historia de la fotografía. Rodríguez Arias era íntimo amigo de Kuropatwa. Lo conoció en 1979, “a raíz de amigos comunes”, según cuenta el director a Página/12. “En esa época hacía serigrafías y ya pintaba el personaje que después iba a hacer. Había hecho algunas exposiciones, pero todavía tenía un perfil muy bajo”, comenta Rodríguez Arias. Al poco tiempo de conocerlo, Kuropatwa se fue a estudiar a Estados Unidos. “Iba y volvía, hasta que se instaló tres años allá desde el ’79 hasta el ’83. Volvió porque un amigo estaba muy mal y, tras enterarse de que tenía HIV, decidió quedarse en Argentina.” Comenzó, entonces, la batalla contra la enfermedad, que terminó por provocar un giro en su obra, como puede notarse en Cóctel, referida a la enorme cantidad de píldoras que debían tomar los enfermos de sida en aquellos años, poblados de incertidumbres sanitarias y prejuicios de la sociedad.

Rodríguez Arias relata que en 1998 se le ocurrió proponerle que hicieran una entrevista para un corto que finalmente se emitió en el programa Fibra Optica del Canal Volver. Ese corto contenía parte de la entrevista a Hugo Mujica, sacerdote y escritor amigo de Kuropatwa, y un fragmento del extenso reportaje. “Pero quedó un material riquísimo”, recuerda Rodríguez Arias, quien sigue viendo a la familia de Kuropatwa. En 2005, dos años después de la muerte del artista, Rodríguez Arias fue a ver la muestra que se presentó en el Malba y le propuso a la hermana hacer una biografía de Alejandro. “A la hermana le pareció bárbaro”, dice. Así, buscó en el archivo los masters que tenía grabados, con más de tres horas “con cosas riquísimas para hacer una biografía”.

Kuropatwa, Retrato de su vida y obra es un mediometraje de 45 minutos que refleja ambos aspectos del fotógrafo: sus trabajos, su lucha contra la enfermedad, el recuerdo de sus familiares y amigos y sus obras analizadas por su amigo y curador Andrés Duprat. Además, el documental –con una impecable estética y tramos de aquella entrevista imperdible– aborda la problemática del HIV, con testimonios de profesionales. “Lo más importante cuando uno hace una biografía es respetar la estética del artista. El realizador puede poner su propia estética, pero se tiene que articular con la estética del protagonista de la biografía. Si no, estás desvirtuando la obra”, opina Rodríguez Arias.

–¿Cómo era el ser humano en relación con el personaje público?

–En realidad, había un solo Alejandro. El tenía una frase: “Para ser artista hay que ser artista”. El representaba un poco eso. Le podía decir lo mismo a un amigo íntimo que a un periodista que le estaba haciendo una nota. No tenía una personalidad pública y una privada. Por eso era muy divertido estar con él. Siempre tenía comentarios agudos sobre todas las cosas que pasaban, sobre la televisión. En 1981 nos juntamos en la casa y fue desopilante ver el casamiento de Lady Di. ¡Año ’81! Mucha gente no entendía los comentarios que hacía Alejandro en aquella época, porque siempre tenía una mirada un poco más allá de las cosas y un sarcasmo muy particular, que no era agresivo y que era muy gracioso, muy divertido. Como cosas que se ven el documental: cuando propone que en una muestra se cate agua en lugar de tomar vino.

Rodríguez Arias hace una pausa para comentar que hoy en el Malba se va a catar agua en serio. “El no lo había hecho nunca sino que lo propuso, lo dijo como un chiste... y nosotros lo llevamos a la práctica”, comenta.

–¿Qué significó su estadía en Nueva York, en su vida y en su obra?

–Lo de Nueva York fue absolutamente fundamental, produjo un cambio. Ahí estudió fotografía, conoció a personajes importantísimos, aprendió mucha técnica de fotografía para después hacer la ruptura que hizo con las fotos fuera de foco. Una cosa que lo marcó fue cuando en Estados Unidos no le permitieron exponer las fotos fuera de foco, que era su tesis. Le dijeron: “¿Pero cómo? Nosotros enseñamos durante años a sacar fotos en foco, ¿y vos hacés esto?” Cuando llegó acá y mostró las fotos fuera de foco, tampoco las entendían. Le costó empezar a mostrarlas y que la gente las aceptara. Se veía como un defecto.

–¿Cuál fue su principal aporte a la fotografía?

–Yo creo que Cóctel produce una bisagra en la obra de Alejandro. El es el único fotógrafo sobre el cual escribió Romero Brest, porque sus fotos eran obras de arte, es decir, trascendían. Aparte, Alejandro manejaba muy bien los estilos. Estaba impregnado de distintos estilos y tenía claro qué era lo que tenía que hacer con cada muestra. Incluso, él dice en un momento del documental que cada muestra representa un momento de su vida. Eso es tal cual, porque Cóctel produce una ruptura y él dice: “Yo podría haber hecho estas fotos punk, pero no las hice punk porque el tema ya era demasiado duro”. En esa época había que tomar treinta cápsulas por día, era una cosa muy densa. Y sacar esas fotos tan pulcras y algunas tan poéticas como la de la rosa, por ejemplo, era producir una ruptura en la fotografía. No existían fotos del cóctel y el cóctel era una cosa que salvaba vidas pero, al mismo tiempo, era denso.

–¿Cómo influyó en su obra el conocimiento de la cercanía de su muerte? ¿Esto se puede ver a partir de Cóctel?

–A partir de eso, tiene otra mirada: más profunda, más tranquila. Vuelve sobre los mismos temas de las muestras que había hecho antes, como el tema de la mujer, pero desde otro lugar, con mucha mayor profundidad y espesor. La muestra Preciosas, de 1998, tiene una mirada totalmente distinta de lo que había hecho antes. Hay una frase muy interesante de Hugo Mujica: “Alejandro ve lo que no hay donde todo parece ser abundante”. Eso es la síntesis de Preciosas. Pero antes había hecho Sonrisas; es decir, el tema recurrente de la mujer o el de las flores. Incluso, las experiencias en video: no se limitaba solamente a la fotografía.

–Casi al final de su documental, Alejandro dice que él no intelectualiza su obra, que ve a su obra como él la quiere ver y que tiene la exclusividad de verla como quiere. ¿Cuál era su posición con respecto a la crítica de arte? ¿No le interesaba?

–No, yo creo que sí le interesaba. La crítica siempre lo trató bien, Alejandro siempre tenía buenas críticas. No recuerdo haber leído ninguna nota con una crítica adversa a la obra de Alejandro. El se llevaba bien con la crítica.

–¿Y cómo fue considerado por el mundo del arte? ¿Tuvo el suficiente reconocimiento?

–Sí, realmente Alejandro tuvo un gran reconocimiento en vida y también después, porque la muestra del Malba dos años después de su muerte salió en todos lados. Alejandro es un tipo recordado y valorado, y va a seguir siendo así. De hecho, la muestra la están pidiendo de museos internacionales y en la Argentina. A la hermana, que maneja la obra junto a Andrés Duprat, están permanentemente invitándola de distintos lugares. Incluso se va a hacer una muestra en Ruth Benzacar en 2009, que Alejandro empezó a hacer y a curar pero falleció antes: Kurotur.

–¿Cómo es?

–Son fotos que sacó en Buenos Aires y en Paraguay con una cámara pocket, porque Alejandro se adaptaba mucho a la situación económica, a la realidad. El quería hacer una muestra y si no podía hacer fotos en placa, agarraba una cámara pocket. Hay un montón de fotos de la calle. De Paraguay, por ejemplo, hay una desopilante que muestra el cartel publicitario de una funeraria. Eran fotos que sacaba en la calle, sin ningún tipo de preparación.

–¿Cómo es la historia del video Himno Nacional, del cual se ve un fragmento en su documental?

–Ese documental se presentó en la calle Florida, alguien avisó y cayó la policía. Dijeron que estaban atentando contra los signos patrios. Alejandro agarró el video y se lo llevó para que no lo secuestraran, y ahí terminó la muestra. Hubo muchos escándalos en esa época.

–Estamos hablando de comienzos de los ’80, con el retorno de la democracia: la vida postdictadura.

–Sí, Alejandro tuvo una actitud contestataria con el poder. La gente no se lo imagina a Alejandro hablando de política, pero hablar de política con él –aunque no solía hacerlo– era un gusto. Uno pensaba que era un tema que no le interesaba, pero estaba súper informado.

–¿Cómo era la relación de Kuropatwa con el mundo del rock, al que fotografió casi en su totalidad?

–A Alejandro lo quería todo el mundo. Y las fotos se daban como se dio la foto de Calamaro con Batato Barea.

–Los dos salieron vestidos de mujeres de una habitación.

–Sí. Es decir, Alejandro estaba con Batato y dijeron que iba a venir Calamaro. El siempre llevaba una cámara encima, siempre estaba preparado para una situación. Muchas de las fotos de Alejandro no estaban preparadas ni se hicieron en estudios. La foto de Batato y Calamaro salió espontáneamente. Estaba la situación y como él tenía la cámara, fotografiaba.

–¿Cómo definía Alejandro a la fotografía? ¿Qué era para él?

–Para él era una forma de arte. Yo creo que lo pictórico que tienen las fotos de Alejandro tiene que ver con un objetivo quizá no buscado. Porque es muy cierto lo que dice Mujica: Alejandro no era un tipo de conceptualizar, pero en las fotos se ve que hay una plástica. Incluso en Naturalezas muertas, donde superpone imágenes.

–La hermana dice en el documental que Alejandro hubiera hecho un elemento artístico con cualquier concepto, porque el elemento artístico era él mismo. ¿Coincide?

–Sí, es el trumancapotismo. El vivía como un artista todo el tiempo. Se divertía haciendo observaciones en la realidad. En definitiva, estaba permanentemente pensando en sus muestras. Eso fue también lo que lo salvó porque, en realidad, Alejandro contrajo HIV y falleció 23 años después. Y se murió de cirrosis, no se murió de sida, a pesar de que tuvo cinco enfermedades derivadas del HIV. Es muy particular la enfermedad de Alejandro porque no hay mucha gente que haya sobrevivido no solo al HIV, sino, como le digo, cinco veces al borde de la muerte.

Rodríguez Arias concluye que Alejandro Kuropatwa tuvo una actitud militante con respecto a su enfermedad. “Publicó una solicitada en Clarín y se preocupaba de que el Ministerio de Salud les proveyera a los pacientes que no podían comprar el cóctel, que en su momento salía como mil dólares al mes. No se preocupaba solo por su situación, sino también por los demás.”

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Rodríguez Arias presenta el documental a las 19 con una idea de AK: catar agua en vez de vino.
 
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