Viernes, 2 de noviembre de 2007 | Hoy
CINE › “SHORTBUS”, DE JOHN CAMERON MITCHELL
Por Luciano Monteagudo
SHORTBUS
(Estados Unidos/2006)
Guión y dirección: John Cameron Mitchell.
Fotografía: Frank G. De Marco.
Música: Yo la Tengo.
Intérpretes: Sook-Yin Lee, Paul Dawson, Lindsay Beamish, PJ DeBoy, Raphael Barker, Jay Brannan, Peter Stickles.
Desde su lanzamiento en Ca-nnes del año pasado, no hubo festival –el Bafici incluido– que no hubiera querido tener en su programación Shortbus, la película-escándalo de John Cameron Mitchell, el director de esa mezcla de biopic y rockumentary transexual que fue Hedwig & the Angry Inch. ¿La razón? Shortbus no sólo es una película que habla –y mucho– de sexo, sino que tiene unas cuantas escenas de sexo explícito, empezando –a los pocos minutos– por una complicada fellatio que se practica a sí mismo uno de los personajes principales. No es el único que se mete en problemas, por decirlo de alguna manera.
El escenario es Manhattan, hoy. Y la estructura narrativa de Shortbus descansa básicamente en tres pilares. Por un lado está Severin (Lindsay Beamish), una dominatrix que ejerce su oficio a conciencia, en un departamento desde el cual tiene una vista privilegiada del “Ground Zero”, quizá como una forma extrema de flagelar a sus pacientes. Luego aparece Sofia (Sook-Yin Lee), una “consejera de parejas”, quien aparentemente tiene una portentosa vida sexual con su marido, pero que en un momento de crisis revela que se siente incapaz de alcanzar un orgasmo. Y finalmente están James y Jaime (Paul Dawson, PJ DeBoy), una pareja gay que después de una larga monogamia siente la necesidad de abrirse a nuevas experiencias. Todos terminarán en un club nocturno llamado Shortbus, en el cual pueden dar rienda suelta a sus fantasías, un espacio ajeno a los condicionamientos del mundo exterior, donde se puede participar tanto de una orgía como disfrutar de popcorn aderezado con marihuana.
Es curioso lo que sucede con la película de Cameron Mitchell. En su intención está claramente la idea de recuperar algo del espíritu libertario de los años ’60, no sólo por ese ambiente comunitario, estilo Warhol’s Factory, que reina en el Shortbus, sino también por su declamada celebración de la libertad y diversidad sexual. Pero al mismo tiempo, el guionista y director no consigue escapar de algunas trampas formales y de contenido. Por un lado, a pesar de su cuidado aspecto visual (o quizá por eso mismo), Shortbus no deja de parecer una sitcom como tantas, con personajes que se van confesando sus cuitas sentimentales. Por otro, detrás de su necesidad de cambio y libertad, los personajes –a diferencia de una película verdaderamente subversiva como era Mentiras, del coreano Jang Sun-Woo– parecen aspirar solamente a resolver sus problemas de pareja más básicos y burgueses en una suerte de terapia de grupo. No hay nada verdaderamente político en Shortbus, salvo quizás un conformismo que no condice con su declamado desprejuicio sexual.
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