CINE › EL DIRECTOR EZEQUIEL ACUÑA Y SUS ACTORES HABLAN DE “COMO UN AVION ESTRELLADO”
“No está mal reservarse una edad para sufrir”
En su segundo largometraje, el director de Nadar solo vuelve a su tema excluyente, la adolescencia, y junto a los actores Santiago Pedrero e Ignacio Rogers reflexiona sobre esa edad.
› Por Julián Gorodischer
Lo inspiran el canto melancólico de Morrisey, las facciones perfectas de River Phoenix y el archifamoso Holden Caulfield de El cazador oculto, la criatura más errante de J. D. Salinger. ¿Hace falta decir su nombre? Ezequiel Acuña es el cineasta de la adolescencia tardía, autodefinido, a los 29, como un tardoadolescente, fijado en tópicos y espacios como el cuarto cerrado con llave, el colegio, el recital de una bandita de rock, el fanzine (que diseñó para promocionar su primera película) y, sobre todo, el amor contrariado, en escenas de jóvenes muy solos como Nico (Ignacio Rogers) en la flamante Como un avión estrellado, que se estrena hoy. A Nico se lo ubica caminando o extraviado en la disquería, con la mirada perdida, la cabeza entre los auriculares del walkman, huérfano, tartamudo, limitado al contacto con el ser amado, pero sólo en fantasías.
Esa misma soledad y su romance frustrado llenaban la existencia del protagonista de Nadar solo, la primera película de Acuña, cuya imagen leitmotiv fue la de Nicolás Mateo (Martín) flotando bajo el agua en posición fetal, como si no hubiera nacido todavía. Así se presentan sus criaturas: en el absoluto desamparo, parecido al de Holden en El cazador oculto, cuando se fugaba de casa y deambulaba por una Nueva York dormida. Y Ezequiel Acuña, con la humitas del verdadero artista, blanquea desde el vamos que cualquier parecido con la obra de Salinger o con Rapado, de su admirado Martín Rejtman, nunca será mera coincidencia. ¿Cómo podría ser casual el parecido después de haber visto Rapado 17 veces y convencerse de que quería contar ese crecimiento trunco, ese refugio que protege del mundo, esos amores diseñados para sufrir? “Tal vez no esté tan mal reservar esa edad para sufrir –admite Acuña–, para poder vivir después otras cosas.”
El encuentro con Acuña, con su actor fetiche Santiago Pedrero (ex Verano del ’98) y el debutante en cine Ignacio Rogers, que ya protagonizó en teatro El adolescente (dirigido por Federico León), se concreta en la puerta de un colegio donde los mármoles, las escaleras, los peinados y las risas recuerdan una sensibilidad perdida para todos los presentes. Menos para Ignacio, tan joven. La idea es que se inspiren en el aire estudiantil que los rodea y logren concentrarse en un solo tema. ¿La excusa? Hablar de los adolescentes de ficción, de su propia existencia como tardoadolescentes en busca de compensaciones, de una ley propia que exige vivir más tarde (cada vez más tarde, y cada vez abarcando a más gente) lo que otros avivados conocieron a su justo tiempo. Hablarán, por qué no, de adolescentes que funcionan como musas, de otros que se parecen demasiado a la propia vida, de los que alguna vez fuimos, de algunos más que podrían definir a una generación post Cromañón marcada por la agonía que se expresa en los chicos de Acuña. ¿No hay futuro?
Ezequiel Acuña: –Uno escribe y filma sobre lo que ve y lo que conoce. Yo no los ligaría a Cromañón... el amor sin sufrimiento no tiene gracia. No interpreto mis películas desde un lugar político.
–¿Por qué seguir hablando de adolescencia a los 29?
E. A.: –Sigo siendo adolescente; el día en que me empiece a gustar el Chango Spasiuk dejaré de serlo. Ojo, no me interesa esa estupidez del eterno adolescente, con esa cosa melancólica. Me interesa la gente en crecimiento, sin dominio de sus cuerpos. El que está viendo si una lapicera se agarra con la mano derecha o con la izquierda. Me gusta pensar en una tardoadolescencia, que es llegar tarde a escuchar a Los Ramones, por ejemplo. Es darte cuenta después de lo que correspondía.
–¿Cómo se define el amor contrariado?
Ignacio Rogers: –Como una historia de amor de una sola persona: el amor pasa solamente por Nico (su personaje en Como un avión...). Es todo lo que uno, estando solo, se imagina....
Santiago Pedrero: –Si juzgamos a la chica (Manuela Martelli) por rechazarlo, ¡sería remachista! Conozco chicas que vieron la película y se enojaron por el comentario de que la mina es una hija de puta. Simplementeno le gusta ese chico, Nico. ¿Por qué el personaje de la mujer tendría que estar con él? No es mala por no estar con él...
¿Qué adolescentes les resultan estimulantes para contar historias? A Ezequiel Acuña le impresionó la mirada áspera, cruda, de la obra teatral El adolescente, de Federico León, y lo marcaron otros chicos sufrientes como el cataléptico River Phoenix de Mi mundo privado, o el “pibe que descubre cosas demasiado tarde” –dice– en Jack Frusciante se fue del grupo, del italiano Enrico Brizzi, o los nacidos para matar y/o morir de la película Elephant, de Gus Van Sant. “O el pibe de Malaonda, del escritor chileno Alberto Fuguet, que recibe como regalo, por azar, El cazador oculto. Tipos promiscuos sin un camino o un rumbo claro”, dice Acuña. Sus perdedores, como sucede con las criaturas de Gus Van Sant o del cineasta Larry Clark (Kids), son siempre lindos, un detalle nada trivial que da glamour a la derrota y define una paradoja que logra identificar a muchos haciendo del karma un valor aspiracional.
E. A.: –Asumo que mis protagonistas tienen algo lindo; no se me ocurre poner a los hermanos Korol a hacer de adolescentes.
S. P.: –Pero, en todo caso, soy horriblemente lindo, no me imagino peinándome antes de salir. Me parece que mi personaje en Como un avión... es alguien que se está haciendo mal, que se toma veinte pastillas y que no tiene mucho que ver con la belleza.
E. A.: –Pero es verdad que hay una elección estética de los actores que me parece importante... Y si no James Dean no hubiera sido un icono. Estaba adelantado 25 mil años a todo el mundo; es la cara que tuvo Elia Kazan para hacer cine... Si no asumís esa búsqueda de belleza, el cine de Van Sant o de Clark no te puede gustar nunca.
–¿Qué otros adolescentes los inspiran?
I. R.: –Están todos mis amigos incluidos en Nico, mi personaje. Yo me relaciono con personas de mi misma edad, saco características de cada uno. El hecho de juntarme con otros para completarme (la barra, el dúo...) tiene que ver con que uno solo no puede sobrellevar la vida. Lo malo es estar a la deriva, lo bueno es la inmadurez constante. Y estar a la búsqueda, seguir creyendo, no estar definido en algo.
La adolescencia, según Ezequiel Acuña, es un territorio de vacilación y orfandad donde los clichés se resignifican, modificados por una singularidad. En sus películas los chicos dudan, hablan poco o tartamudean, con una enorme dificultad para comunicarse. Queda fundada (en la imposibilidad de expresarse de Nicolás Mateo en Nadar solo) una zona de frontera entre dos tipos de personalidad: el misterioso y el incapaz. Y se decreta como zona prohibida la verborragia. En la mirada perdida de Ignacio Rogers, en Como un avión..., se respira el mismo aire: se intuye un estar en el mundo basado en la incomodidad. Ellos vagan, displicentemente, sometidos al rechazo de una chica, a la dominancia de un amigo o un hermano más grande o perdido. “El amigo –focaliza Pedrero– le ofrece drogas al protagonista, pero también le da consejos para levantarse a la chica. ¿Confrontar a estas criaturas con las de Verano del ’98 (donde debutó como un adolescente gay)? Unos eran hechos por una multiempresa para ganar dinero; otros por un pibe que hace películas. No sé qué punto de comparación puede haber.”
La tardoadolescencia, en cambio, reemplaza la frescura del iniciado por un sabor amargo. En Como un avión..., el tardío (Santiago Pedrero) se quedó definitivamente afuera, no como el propio Ezequiel Acuña que lo sigue intentando: él mismo, como tardoadolescente, tiene algunos rasgos que lo unen a otros de su mismo género. Los define: cierto lamento por lo que no se vivió a la debida edad, la nostalgia de hermanos mayores que no se tuvieron, el recuerdo de la vida en un colegio disciplinario que hizo que se llegara tarde a demasiadas cosas. A esa tribu de tardíos, también, la caracteriza el mismo gusto por escenas filmadas con otros adolescentes prorrogados, que no despegan del nido o que salen en busca del que no tuvieron (como Nicolás Mateo, en viaje a Mar del Plata rastreando a su hermano).
E. A.: –Me gusta la catalepsia de River Phoenix en Mi mundo privado (Gus Van Sant), con esa extrema orfandad, en busca del padre.
S. P.: –O esa escena de Mi mundo privado donde los personajes hablan de amor al borde de la ruta. Tiene cierta similitud con el momento en que el amigo le pide disculpas a Nico, en situación parecida de intimidad.
–¿Cómo aparece retratada la discoteca en sus películas?
E. A.: –Me interesa mucho más un recital, como el de Mi pequeña muerte o el de Jackson Souvenirs (banda sonora de Como un avión...). Ese recital se hizo de verdad, como el de Jaime sin tierra en Nadar solo, para que funcionara como momento verdadero.
S. P.: –Yo siempre fui más a recitales que a boliches; en los boliches no me dejaban pasar. A los boliches la gente va a hacer otra cosa; prefiero ir a un bar. Los chicos en los boliches hoy toman pastillas, no creo que me caigan bien.
–¿Y el cuarto propio?
E. A.: –Es como mi habitación: hay discos, computadora, libros, pero no la moto que ya estaba en Rapado. Pero sí están los discos de Suárez.
I. R.: –Y está la pared manchada, chorreando agua, con humedad, en malas condiciones.... Podría ser interpretada como una carencia.
–Siempre, la sexualidad está borrada...
E. A.: –No hay ningún tipo de contacto en mis dos películas. Lo que aparece, por ahí, es una palmada, o un beso imaginario. Todo queda abierto, como si no tuvieran la claridad de decir, de expresar, sin estar seguros de nada.
S. P.: –Mi personaje ni siquiera piensa en eso... le falla a la chica y ni le avisa... no está para compartir nada con nadie.
I. R.: –No domino ese terreno, soy muy torpe, no tengo idea de lo que es la seducción. Mi forma de amar (en la película) es platónica, poco sexual.
–¿Y el colegio...?
E. A.: –Estaba más presente en Nadar solo, donde los echaban de las aulas. En Como un avión estrellado no tienen una edad fija, tal vez ya lo terminaron, pero no lo dejo explícito. Me interesa reflejar el nihilismo hacia la educación privada, católica, esa rigidez que te imposibilita ver o leer.
S. P.: –Me quedo con las situaciones absurdas, con la ridiculización del profesor y con el vacío que me provoca el colegio privado. Con esas vidas que hoy, vistas desde el tiempo que pasó, me producen un enorme aburrimiento.
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