Jue 27.10.2005
espectaculos

CINE

Pantallazos de un mundo adolescente

› Por Luciano Monteagudo

Aunque reconocía su filiación con Rapado, de Martín Rejtman, Nadar solo, la ópera prima de Ezequiel Acuña, abrió un espacio nuevo para el cine argentino: la adolescencia, con toda su incertidumbre y su melancolía, no había encontrado hasta entonces una expresión tan concreta, una materialidad tan alejada de cursilerías y romanticismos de ocasión. En Como un avión estrellado, Acuña profundiza en esa dirección, como si no hubiera terminado de manifestar todo lo que lo impulsó alguna vez a hacer cine, como si suscribiera, sin proponérselo, aquella frase de Truffaut que decía que “los primeros films son los más importantes, no necesariamente porque sean los mejores, sino porque suelen ser los más personales, antes de que empiece a pesar el oficio o la profesión”.
A contrapelo de mucho cine argentino de estos días, tan preocupado por el público, Acuña se preocupa en primer lugar por sus personajes. Hay una fidelidad del director hacia su protagonista que es sólo equivalente a la que había en Nadar solo: voluntad de acompañarlo, de sentirse próximo, pero con el pudor de un amigo, sin invadirlo, sin imponerle su voluntad. Se diría que en el cine de Acuña sus personajes parecen tener vida más allá de la película misma, como si Nico (Ignacio Rogers) ya hubiera estado allí cuando llegó la cámara y hoy siguiera existiendo, más allá del plano final. Flaco, desgarbado, con un gesto de indefensión ante la proximidad de una vida adulta a la que parece resistirse más con su actitud corporal que con su discurso (que no por parco deja de ser, a su manera, maduro), Nico es apenas un poco mayor que Martín, su primo de Nadar solo, que transitaba por el último año del secundario. En el aeropuerto de Valdivia, Nico vio a Luchi (Manuela Martelli, revelación del nuevo cine chileno) y le quedó fijada en la retina, pero no alcanzó a dirigirle la palabra. Y cuando le habla de ella a su amigo Santi (Sebastián Pedrero) no le puede decir ni cómo se llama, qué hace ni dónde vive. “Yo la juego así, de callado”, se justifica, encogiéndose de hombros y escondiendo su vergüenza detrás de un mechón de pelo.
Azarosamente, Nico se volverá a cruzar con Luchi en Buenos Aires, donde vive y trabaja con su hermano mayor (Carlos Echevarría), que tiene una veterinaria. Con la excusa de interesarse por la salud del conejo de Luchi, Nico se irá acercando a ella, pero de una manera ardua, trabajosa, en los antípodas de la fórmula fácil boy-meets-girl. Nada es sencillo para Nico, ni la manera de abordar a Luchi, que se presenta amable pero distante; ni su relación con Santi, que está mucho más perdido que él; ni la convivencia con su hermano, después de la muerte de los padres, en un accidente de aviación que la película apenas menciona y jamás utiliza como un instrumento de extorsión sentimental. Se podría pensar que esa ausencia, esa orfandad, tiene que ver con la decisión radical de Acuña de expulsar a los adultos para quedarse a vivir en un mundo casi del todo adolescente. Los padres de Martín en Nadar solo eran casi sombras y acá los de Nico, ni eso. A la madre de Santi apenas se la puede inferir por las pastillas con las que se dopa su hijo. Y de Luchi tampoco hay trazas de vida familiar, salvo un sobrinito al que se dedica con cariño, pero de quien tampoco se llegan a ver sus padres. Por momentos, Como un avión... da la impresión de ser un mundo autónomo, sin adultos a la vista, como el de Peanuts de Charles M. Schulz, pero con chicos un poco más crecidos.
Ese recorte tiene mucho que ver también con la manera tan particular con que Acuña pone en escena el mundo. En Nadar solo se podía saber más de Barrio Norte por sus interiores (preponderantes) que por sus exteriores. Y acá en cambio es capaz de filmar los exteriores como si fueran interiores: grises, tristes aunque se trate de un vivero o de una plaza, y donde la cámara nunca parece tener más espacio que el que tendría en un departamento de dos ambientes. Hay una línea de diálogo, al pasar, que refleja muy bien el tono de la película y es cuando Nico invita a Luchi a una fiesta, un ensayo en el que va a tocar un grupo llamado Mi Pequeña Muerte. Y Nico explica: “Se llaman así..., pero tocan lindo”.

8-COMO UN AVION ESTRELLADO
Argentina, 2005.
Dirección: Ezequiel Acuña.
Guión: Ezequiel Acuña y Alberto Rojas Apel.
Fotografía: Martín Mohadeb.
Música: Mi Pequeña Muerte.
Producción: Ezequiel Acuña, con Diego Dubcovsky y Daniel Burman.
Intérpretes: Ignacio Rogers, Sebastián Pedrero, Manuela Martelli, Carlos Echevarría, Antonella Costa.

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