CINE › “A LAS CINCO DE LA TARDE”, DE SAMIRA MAJMALBAF
En la parábola de Nogreh, una joven afgana que aspira a una educación que la tradición de su país le niega, se percibe la intención del film de hablar de los sufrimientos de todo un pueblo.
› Por Luciano Monteagudo
El cine de la familia Majmalbaf –empezando por el del padre Mohsen (director de Gabbeh y El silencio) y siguiendo por el de su hija Samira (La manzana, Pizarrones)– ha tenido siempre una marcada predilección por la alegoría, un modo de expresión muy frecuente en el cine iraní y que parece caracterizar un aspecto constitutivo de la cultura del país. A pesar de haber sido filmada en Afganistán, donde los Majmalbaf ya habían incursionado en ocasiones anteriores, A las cinco de la tarde –realización de Samira sobre un relato de Mohsen– no es la excepción. En la parábola de Nogreh, una joven afgana que aspira a una educación que la tradición religiosa de su país le niega, se percibe la intención del film de hablar no sólo del árido destino de la mujeres de la región sino también de los sufrimientos de todo un pueblo marcado por la guerra y la intolerancia.
Curiosamente, el film de Samira lleva como título el estribillo de uno de los poemas más famosos de Federico García Lorca, “La cogida y la muerte”, primera parte del Llanto por Ignacio Sánchez Mejía. Parece difícil asociar culturas tan disímiles, pero en todo caso la universalidad de los versos de Lorca está en la expresión de una fatalidad a la que los personajes de la película tampoco pueden escapar, una realidad donde, como dice el poema, “lo demás era muerte y sólo muerte”.
El comienzo de A las cinco de la tarde tiene, sin embargo, un tono vivaz y esperanzado. Hija de un anciano formado en el más atávico fanatismo religioso, Nogreh se dirige todas las mañanas, cubierta de la cabeza a los pies por su burka, a unas sesiones de oración donde ella y otras jóvenes de su edad deben repetir letanías que hablan de la sumisión que les deben a los hombres y de la blasfemia que significa exponer la más mínima parte de su cuerpo. Pero cada mañana también Nogreh entra por una puerta y sale por otra, donde se retira el velo de su cara, se cambia las babuchas por unos zapatos femeninos con un módico taco y se dirige a una escuela donde otras mujeres como ella están decididas a estudiar y capacitarse. Y así como hay chicas que quieren ser maestras, médicas o ingenieras, Nogreh sueña con ser presidenta, para llevar la educación y la democracia a su gente. Ha escuchado que hay otras mujeres, de países no tan lejanos (Benazir Bhutto, Indira Gandhi), que han alcanzado esa posición y eso la fortalece en sus convicciones. Al fin y al cabo, los hombres no han hecho más que traer sangre y miseria a su tierra.
Pero a pesar de su ingenuo optimismo, al que el film en un comienzo suscribe, la realidad que rodea a Nogreh es la del atraso, las ruinas y la muerte, que llega de manera cotidiana a través del hambre o de la explosión azarosa de una mina. Un tema de esta gravedad también suele ser un campo minado en el cine, pero las virtudes del film de Samira son varias. En principio, nunca enfatiza aquello que es obvio y no necesita de música ni subrayados para dar cuenta de la magnitud de la tragedia que describe. En este sentido, el estilo de Samira es tan seco como el paisaje que retrata. Sin caer en la tarjeta postal, utiliza con sensibilidad el color y es capaz de extraerles a los planos generales belleza, expresividad y elocuencia. También sabe trabajar el sonido en función dramática, como lo demuestra esa escena en la que Nogreh, en la soledad de las ruinas de un viejo palacio, prueba el rumor que provocan sus propios pasos, como si quisiera afirmar su identidad y la de todas las mujeres afganas, tanto tiempo silenciada, desde épocas inmemoriales.
Pero los problemas del film de Majmalbaf son tan evidentes como sus méritos: sin ser larga, la película se vuelve morosa, machacona, reiterativa. Y así como hay personajes que valen por sí mismos, hay otros –como ese poeta paquistaní que pretende a Nogreh– que parecen meros representantes de una idea del guión, metáforas antes que criaturas de carne y hueso. También es particularmente desafortunada la breve escena con un amable soldado francés, que parece estar allí solamente para justificar obsecuentemente la coproducción europea. Estos renuncios, sin embargo, se olvidan en el conmovedor éxodo final por el desierto, marcado por la tragedia, que no distingue entre hombres o mujeres, jóvenes o ancianos, conservadores o reformistas. El dolor los alcanza a todos.
7-A LAS CINCO DE LA TARDE
(Panj é asr) Irán - Francia, 2003
Dirección: Samira Majmalbaf.
Guión: Samira Majmalbaf, basado en un relato de Mohsen Majmalbaf.
Fotografía: Ebrahim Ghafori y Samira Majmalbaf.
Música: Mohammad Reza Darvishi.
Edición: Mohsen Majmalbaf.
Intérpretes: Agheleh Rezaie, Abdolgani Yousefrazi, Razi Mohebi, Marzieh Amiri.
Estreno de hoy en los cines Arteplex Belgrano, Arteplex Centro y Cineduplex Caballito. Proyección en soporte DVD únicamente.
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