Viernes, 18 de enero de 2008 | Hoy
CINE › “GIGANTES DE VALDES”, DE ALEX TOSSENBERG
Por Horacio Bernades
GIGANTES DE VALDES
Argentina, 2007.
Dirección y guión: Alex Tossenberg.
Fotografía: René Richter.
Intérpretes: Federico D’Elía, Alfredo Casero, Miguel Dedovich, Isabel Macedo, Georgina Barbarossa, Mirta Wons y Jorge Sesán.
Las ballenas de Puerto Pirámides, las loberas de Punta Tombo, buceo y avistamientos, espectaculares puestas de sol sobre el mar, pesca de mariscos, el Museo Egidio Feruglio de Trelew y hasta el clásico corderito patagónico: todas estas atracciones turísticas son puntualmente visitadas, comentadas y mencionadas a lo largo de las casi dos horas de Gigantes de Valdés, una película que no casualmente cuenta con apoyo de la Secretaría de Turismo de la Nación y de la provincia de Chubut. ¿Se trata entonces de un largo, lujoso, audiovisual turístico? No. O sí, depende de cómo se mire. Por algún motivo la película prefiere no asumir esa condición, prefiriendo que sobre ese fondo un grupo de actores protagonice una historia elemental. Tanto como para justificar que Gigantes de Valdés sea considerada una película de ficción. Pero, ¿en verdad lo es?
La propia frase publicitaria, más pertinente para un souvenir de viaje que para un producto cinematográfico (“Patagonia es parte de tu historia”), el lujoso pressbook, que además de las fotos de rodaje incluye otras, típicas de un folleto turístico, y hasta la frase con que ese mismo pressbook introduce la sinopsis argumental del film (“Existe un pueblo privilegiado, en donde sus habitantes cuidan y viven de los increíbles recursos naturales”) pueden ayudar a revelar la verdadera naturaleza del proyecto. Si Gigantes de Valdés equivale a un folleto turístico, debe reconocerse la condición de objeto de lujo que le dan las tomas aéreas, los atardeceres anaranjados, las filmaciones submarinas, el sol incesante (viendo la película, daría la impresión de que no hay nubes en el Atlántico chubutense) y, sobre todo, la excelencia técnica de la fotografía, a cargo de René Richter, joven DF de origen alemán.
Desde un punto de vista dramático, todo ese despliegue técnico-visual puede llegar a tapar, desplazar y hasta darse de patadas con el sentido de lo que se está narrando. Protagonizada por un ecléctico elenco, encabezado por Federico D’Elía y con Alfredo Casero, Miguel Dedovich, Jorge Sesán y Georgina Barbarossa en papeles de diversa importancia, la historia que se narra es una fabulita ecológica perfectamente pueril. El personaje de D’Elía llega hasta Península de Valdés como representante de un emprendimiento inmobiliario, rol que mantiene oculto. Se hace amigo de la buena gente del lugar, en particular de un veterano pescador de mariscos (Dedovich) y de la maestrita (Isabel Macedo, ex villana de Floricienta), a la que por supuesto corteja y conquista.
Componiendo un malo involuntariamente autoparódico, Casero es el típico “dueño de todo”, con el que el enviado deberá negociar. A la larga, el forastero, concientizado, se pasará al bando de los buenos, lo cual pondrá en peligro a él y a quienes lo rodean. Hay una historia de amor, la lucha de un pueblo contra los de afuera, una muerte, mucho llanto y una moraleja. Pero esa historia de ficción equivale en verdad a las papitas del plato, el ingrediente. Aunque nadie se anime a confesarlo, el plato principal, el corderito patagónico de este menú, es el audiovisual turístico que pasa, no tan disimuladamente, por detrás de los actores.
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