CINE › “JUEGO DE PODER”, DE MIKE NICHOLS
El veterano director de El graduado propone una sátira política basada en hechos tan increíbles como reales.
› Por DIEGO BRODERSEN
La primera escena de Juego de poder encuentra al congresista Charlie Wilson –un demócrata de Texas especializado en los tejes y manejes de la política off the record– disfrutando en el interior de un jacuzzi de una copa de champaña junto a un par de amigos y dos strippers de Las Vegas. Mientras la cocaína vuela de nariz en nariz, la pantalla de un televisor muestra algunas imágenes de la violenta ocupación soviética en Afganistán. Corren los primeros años de la década del ’80 y el arranque del film de Mike Nichols nos recuerda, dejando de lado los pormenores de la Guerra Fría, que no veíamos a Tom Hanks disfrutando así de la vida desde Despedida de soltero. Del jacuzzi a una limusina y luego al aeropuerto, desde donde un avión lo llevará a Washington, su lógico centro de operaciones; allí sus bellas secretarias –los ángeles de Charlie, claro– lo esperan con las novedades del día. Esta veloz secuencia prepara el tono del film, una sátira política basada en hechos tan increíbles como reales.
Lo de increíble es relativo: la historia del siglo XX –y lo que va del XXI– está poblada por decenas de operaciones militares encubiertas en territorios calientes. Precisamente Wilson fue el principal responsable, con una pequeña ayuda de los amigos, de conseguir en Washington el dinero necesario para armar a la resistencia afgana y darle un golpe importante al ya desvencijado -–pero todavía poderoso– sistema militar de los soviéticos. Pero el dinero no es útil sin inteligencia, y es entonces cuando la segunda pata del operativo aparece bajo la forma del agente de la CIA Gust Avrakotos –interpretado en el film por Philip Seymour Hoffman con su habitual don para la comedia solapada–, otro anticomunista consumado que ayudó a Wilson en los detalles político-militares. Finalmente, el terceto de operadores en territorio norteamericano se completó con el apoyo de Joanne Herring (Julia Roberts en la película), una rancia republicana de la derecha religiosa con linaje aristocrático, una fuerte presencia mediática y muchos miles de millones en la cuenta bancaria, de esos que mueven palancas y resortes. La doble triangulación de las armas, siempre fuera de los EE.UU., pudo llevarse a cabo gracias a la intervención secreta de algunos agentes del Mosad y del apoyo logístico de los gobiernos de Pakistán y Arabia Saudita.
Todos estos datos de la realidad histórica conforman el núcleo del libro de no ficción de George Crile Charlie Wilson’s War, en el cual Juego de poder está basado. Lo que diferencia al film del veterano Mike Nichols de tanto thriller político en boga es su tono desembozadamente satírico, cercano al de su proyecto anterior Colores primarios pero con el nivel de comedia elevado un par de potencias. Nichols siempre se sintió cómodo con temas considerados delicados y/o problemáticos, sobre todo en su primera etapa –recordar su primer largometraje, ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, su mayor éxito comercial, El graduado y, ya en los años 70, Conocimiento carnal–, aunque ese componente revulsivo siempre se vio sometido a las convenciones del mainstream. Aquí el guión de Aaron Sorkin, creador y guionista de la serie The West Wing, transforma los entretelones de los hechos en una comedia de costumbres rabiosamente original para los tiempos que corren, aunque su antecedente más directo es, desde luego, el acercamiento de Stanley Kubrick a los peligros de la era atómica con su Doctor Insólito.
Como una cruza entre Forrest Gump y el jardinero Chance, Charlie Wilson va enrollando las madejas de la realpolitik entre el consumo desenfrenado de botellas de whisky, viajes relámpago al exterior y una fe ciega en la necesidad de derrotar a los “rojos”. En el camino varios tópicos de la política internacional son atacados con las armas de la sátira con buen sentido del tempo cómico y unos diálogos sorpresivamente afilados: la relación entre Israel y los países musulmanes, la injerencia norteamericana en el “Tercer Mundo” y, por supuesto, el entrenamiento de los rebeldes afganos, los mismos que ayudaban a John Rambo en su tercera incursión fílmica. (Curiosamente, o no tanto, el único tema que no es siquiera rozado es el ligado al control del petróleo.)
Pero a medida que Juego de poder comienza a relacionar hechos con consecuencias, cuando el cuento del maestro Zen y su discípulo que Gust le dedica a Charlie en la escena final revela lo que ya todo espectador sabe –aunque las palabras Al Qaida u Osama bin Laden nunca son pronunciadas–, el film deja de lado todos los cuestionamientos para jugar el partido de los ingenuos. Es el momento de pasar la aplanadora de la corrección política por encima de la ironía y el desacato. No sea cosa que las acusaciones de extremismo recaigan sobre un film que se pretende irreverente pero que se desnuda, finalmente, como un simpático moderado.
7-JUEGO DE PODER
(Charlie Wilson’s War)
Estados Unidos, 2007.
Dirección: Mike Nichols.
Guión: Aaron Sorkin.
Fotografía: Stephen Goldblatt.
Música: James Newton Howard.
Intérpretes: Tom Hanks, Philip Seymour Hoffman, Julia Roberts, Amy Adams, Ned Beatty.
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