Viernes, 25 de enero de 2008 | Hoy
CINE › “LOS FANTASMAS DE GOYA”, DE MILOS FORMAN, CON JAVIER BARDEM
A pesar de un reparto que habla un inglés tan diverso como sus orígenes, la realización del director checo se impone por su concepción visual, inspirada en los grabados de Goya.
Por Diego Brodersen
LOS FANTASMAS DE GOYA
(Goya’s Ghosts, EE.UU./España, 2006)
Dirección: Milos Forman.
Guión: Milos Forman y Jean-Claude Carrière.
Fotografía: Javier Aguirresarobe.
Música: Varhan Bauer y José Nieto.
Intérpretes: Javier Bardem, Natalie Portman, Stellan Skarsgård, Randy Quaid, Blanca Portillo.
Proyección en soporte DVD.
Una vez superados los miedos (léase, prejuicios), el nuevo film de Milos Forman, realizado luego de siete años sin ponerse detrás de las cámaras, resulta más atractivo de lo que sus elementos constitutivos podían hacer creer. Tampoco es que el realizador checo desconozca los pormenores del drama histórico; al menos en dos ocasiones Forman se calzó peluquines y trajes de época: con Valmont (1989), la adaptación de la novela de Choderlos de Laclos Las relaciones peligrosas y, más espectacular y exitosamente, con su biopic sobre Mozart, Amadeus (1984). Pero Los fantasmas de Goya estaba sin dudas amenazada por una serie de escollos iniciales, comenzando por el (evidente) hecho de tener como figura titular a un reconocido artista plástico del pasado. No son muchas las películas capaces de hacer de la creación artística algo más que una serie de lugares comunes, particularmente cuando el proceso creativo se desarrolla lenta y pacientemente sobre un lienzo.
Ese punto de partida, sumado al esfuerzo de reconstrucción de época y un trabajo con la fotografía que intenta emular los claroscuros goyescos, acercaba peligrosamente el proyecto a esos terrenos que François Truffaut llamó alguna vez, despectivamente, cinéma de qualité, donde las superficies fulgurantes suelen ocultar las más escuálidas de las esencias. Finalmente, las concesiones a la coproducción, con un reparto de doble nacionalidad hablando un inglés tan diverso como sus orígenes (por supuesto, vieja convención del séptimo arte, algunos de los extras hablan en perfecto español en un segundo plano), tampoco ayudaban a la cohesión final del film. Dicho lo cual, y muy a pesar de todo ello, Los fantasmas de Goya se presenta como un particular acercamiento a una época convulsionada, donde los vaivenes políticos alteran día a día la vida cotidiana de los españoles (no sería la última vez que esto ocurriría, claro está).
El mismo Forman, junto al veterano Jean-Claude Carrière, guionista asociado en la memoria a Luis Buñuel –fue corresponsable, entre otros títulos del director aragonés, de El discreto encanto de la burguesía, Belle de Jour y Diario de una camarera–, tomó como origen del relato algunos hechos verídicos y otros de difícil comprobación histórica. Es que Los fantasmas de Goya no es una biopic desde ningún punto de vista: ni Goya es su protagonista excluyente ni su vida y obra artística ocupan un lugar realmente central en la historia, excepto para ilustrar o comentar ciertos aspectos de la misma. Por el contrario, el film se siente, antes que nada, como una posible lectura a 24 cuadros por segundo de algunas de las obsesiones del pintor, la recreación libre de una época y unos personajes a partir de los rasgos de estilo de las obras de Goya (basta congelar en la mente ciertos planos de la película para descubrir que están calcados de sus grabados más famosos).
En ese sentido, poco importa si la joven interpretada por Natalie Portman, musa y modelo del artista, existió en la realidad, si fue realmente torturada y encarcelada por la Santa Inquisición durante quince años hasta la llegada del ejército napoleónico en 1794. Tampoco parece comprobable la existencia del Hermano Lorenzo (Javier Bardem), quizás el personaje más interesante y grotesco del film, capaz de trocar hábitos y confesiones por el liberalismo agnóstico más extremo. Si a algo se parece el film de Forman es a algunos films mudos de D. W. Griffith, el patriarca norteamericano del melodrama histórico, en particular a Huérfanas de la tempestad, donde las hermanas Gish sufrían las mil y una desventuras en el torbellino de la Revolución Francesa. Aquí también hay una enorme cantidad de vueltas del destino, casualidades, sexo prohibido, sufrimientos a causa de la historia, sublimación artística y sí, también una huérfana. Además de un humanismo muy siglo XX aplicado a una época donde los derechos humanos no formaban parte de cosmovisión alguna.
Los fantasmas de Goya no está a la altura de los mejores títulos del director de Los amores de una rubia (1965) y Larry Flynt (1996), pero encuentra en su falta de rigor y falta de miedo al ridículo algunas virtudes que suelen escasear en las películas “de época” con personajes famosos como protagonistas. Si algo no puede achacársele al último Forman es pecar de solemne.
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