Mar 12.02.2008
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CINE › “TROPA DE ELITE”, DEL BRASILEÑO JOSE PADILHA

La guerra en las favelas, a través del ojo de la policía

El film, que compite en la selección oficial, propone una cruda visión de las causas de la violencia en Río de Janeiro.

› Por Luciano Monteagudo
desde Berlin

En Brasil ya la vieron 15 millones de espectadores, 3 millones en salas comerciales y los otros doce en copias pirata en DVD, dos meses antes de su estreno. Desde su primera exhibición en el Festival de Río de Janeiro, en septiembre pasado, la película se convirtió en piedra de escándalo y en centro de un interminable debate mediático, sin términos medios, con defensores y detractores igualmente apasionados. Se trata de Tropa de elite, el segundo largometraje de José Padilha (40 años, carioca), que ayer tuvo su lanzamiento internacional en la competencia de la Berlinale, donde no logró despertar tanta conmoción, sino más bien curiosidad por el fenómeno que provocó en su país.

El motivo de tanta discusión es simple: como Ciudad de dios (2002), de Fernando Meirelles, un film con el que es constantemente comparado, Tropa de elite también se ocupa de la violencia salvaje que reina en las favelas de Río. Pero con una diferencia. Mientras que la película de Meirelles narraba desde el punto de vista de un muchacho nacido y criado en la favela –lo que le otorgaba a Ciudad de dios un sello de inmunidad y corrección política–, Tropa de elite se mete más adentro aún en el barro y elige contar su historia desde la primera persona singular del capitán de un escuadrón de policía entrenado militarmente para combatir allí donde ninguna otra fuerza se anima. El guionista Bruno Mantovani –el mismo, por cierto, de Ciudad de dios– trabajó sobre el testimonio de un ex integrante de esa suerte de SWAT brasileño que abandonó el uniforme, estudió Sociología y ya lleva publicados un par de libros sobre el tema.

“Los policías también tenemos miedo y queremos a nuestras familias”, empieza diciendo el capitán Nascimento (Wagner Moura), en un inquietante monólogo interior que irá pautando todo el film hasta su catarsis final, dos horas después, cuando considera que ha logrado formar un sucesor lo suficientemente aguerrido como para que él se pueda tomar una merecida licencia por paternidad. En el ínterin, el capitán Nascimento –joven, blanco, honrado en la medida en que no roba– no duda en torturar y eventualmente ajusticiar a todos aquellos que él considera están trabajando para los narcos, sean meninos da rúa, estudiantes universitarios de clase media o policías corruptos. “Todo el que ayuda a los traficantes es mi enemigo”, dice sin vueltas.

El realizador José Padilha también tiene sus cosas para decir. “En Río mueren 1200 personas por año a causa de la violencia en las favelas. Y no se puede hablar de violencia en Brasil sin tener en cuenta el punto de vista de la policía. No es un mero detalle, sino uno de los factores centrales del problema”, declaró ayer en la rueda de prensa que siguió a la proyección. A ese razonamiento de Padilha, que dice haber hecho el primer film brasileño sobre el tema con un punto de vista policial, se le podría retrucar que quizá sea una novedad en el cine, pero no precisamente en los medios masivos brasileños –la televisión, principalmente–, donde es verdad que no se expone gráficamente la tortura (aunque se la da por sentada), pero donde la palabra la tiene siempre el poder político y el aparato represivo.

Para defenderse de aquellos que lo identifican con un discurso autoritario, Padilha recuerda que su película anterior, el celebrado largometraje documental Onibus 174 (2002), narraba un resonante caso real a partir de la historia de Sandro do Nascimento –¿metafórico hermano menor del protagonista de Tropa de elite?–, un chico de la calle cuya única educación fue el abandono, la marginalidad y los correccionales de menores. “Con mi película anterior me acusaron de comunista y ahora dicen que soy fascista”, se quejó Padilha aquí en Berlín. Para el realizador, en la base del problema hay una cuestión de orden económico en relación con el tráfico de drogas: “Yo creo que la solución es legalizar la droga, sobre todo la marihuana, porque es la única forma de que se acaben las mafias, como sucedió en su momento en Chicago cuando legalizaron las bebidas alcohólicas, que estaban en manos de los gangsters”.

Si hay algo que no se le puede negar a Tropa de elite –además del alto nivel de su factura técnica– es haber vuelto a poner en la mesa de debate un tema del cual las clases medias brasileñas siempre han querido desentenderse, confiando en que mientras miran para otro lado el aparato estatal o paraestatal hace por ellos el trabajo sucio. Pero de la misma manera que sucedía con Ciudad de dios, se puede llegar a pensar que Tropa de elite termina promoviendo una suerte de turismo en el infierno: el espectáculo de consumo de los pobres matándose entre sí, la cosmética da fome (“cosmética del hambre”), como ya en su momento señaló la investigadora paulista Ivana Bentes, creadora de esa expresión para designar la moda de la estetización de la miseria en el cine brasileño.

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