Mié 13.02.2008
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CINE › “NIGHT AND DAY”

El coreano que ama la “nouvelle vague”

Dos películas orientales le imprimieron algo de ritmo a la competencia oficial de Berlín: Hong Sang-soo filma París sin clichés turísticos, Johnny To cuenta una historia de carteristas no exenta de pasos de comedia.

› Por Luciano Monteagudo
desde Berlin

No podrían ser más diferentes. Uno es un cineasta de una austeridad y un despojamiento absolutos. El otro, en cambio, parece su opuesto: excesivo, barroco, dionisíaco. Eso sí, ambos son asiáticos, ambos han encontrado la fuente de inspiración de sus nuevos films en la tradición cinéfila de la nouvelle vague francesa y ambos además comparten el hecho de haber levantado por sí solos el nivel de la competencia oficial de esta edición de la Berlinale, que se va a acercando a su culminación, el próximo domingo.

Aunque ninguna de sus películas llegó a las salas de estreno de Buenos Aires, el coreano Hong Sang-soo (Seúl, 1960) es bien conocido por los habitués al Bafici y a Mar del Plata. Entre ambos festivales, casi todos sus films se han exhibido en Argentina y si había quedado alguno en el tintero –La mujer es el futuro del hombre (2004)– se vio el año pasado en una muestra de los Cahiers du cinéma en la Sala Lugones. De una economía expresiva inversamente proporcional a su fecundo talento, Hong perfecciona en su nueva película Bam Gua Nat / Night and Day –estreno mundial ayer en Berlín– ese magnífico cine intimista que sólo él parece capaz de hacer hoy en día. Lo suyo son siempre films de relaciones, pequeños cuentos morales un poco a la manera de Eric Rohmer (la nouvelle vague es una marca indeleble en Hong), pero con un característico acento local y fuertemente contemporáneo, no exento de humor. Aquí Hong retoma esa figura triangular que ha venido explorando en Tales of Cinema y Woman on the Beach –en este caso un hombre y dos mujeres– y la desarticula en todas sus formas y variantes, estudia cada uno de sus lados y vértices, arma dúos, tríos y monólogos hasta que el espectador, finalmente, siente que conoce a los personajes como si fueran sus amigos personales.

La novedad aquí es que Night and Day ha sido filmado enteramente en París, como si Hong quisiera reforzar su filiación cinematográfica. Pero contrariamente a lo que podría suponerse, no hay absolutamente nada turístico en su uso de la capital francesa, limitada a dos o tres calles cualesquiera. Y todos sus personajes son coreanos, como si estuviera rodando en Seúl. El protagonista es un artista plástico que ha dejado su país con una excusa absurda, para alejarse de su esposa, y que una vez lejos de ella, en una pensión que comparte con un grupo de compatriotas expatriados, descubre que la extraña irremediablemente, al mismo tiempo que se enamora como un adolescente de una chica coreana mucho más joven que él. Se diría que es –para utilizar una expresión buñueliana que tampoco le viene nada mal a su nueva película– su “obscuro objeto del deseo”. El disparador de esta fantasía (porque no llega a ser mucho más que eso) es el sensual primer plano de un pubis femenino en L’origine du monde (1866), el famoso cuadro de Gustave Courbet que cuelga en el Museo d’Orsay y que el protagonista descubre azarosamente una tarde de ocio. De estas pequeñas contingencias y sutilezas está hecho este film frágil, delicado, de esos de los que un festival nunca debería prescindir, aunque no siempre son celebrados como deberían por el jurado.

Y en el otro extremo del arco expresivo de esta Berlinale está Johnny To, otro favorito del circuito internacional de festivales (incluido el Bafici), pero por motivos muy distintos. Desde hace un cuarto de siglo, este prolífico director hongkonés, que ya acumula 48 largometrajes en sus espaldas, viene haciendo un cine de género –mayoritariamente policiales– cada vez más exuberante, donde suele dar rienda suelta a un virtuosismo de puesta en escena deslumbrante. Con excepción de su díptico Election (2005) y Election 2 (2006), de una dimensión y gravedad equivalentes a las de la saga de El padrino, de Francis Ford Coppola, el cine de To es rápido, leve, burbujeante. Y se diría que ya desde su título, Sparrow (“Gorrión”), su nueva película en competencia en Berlín, es una de sus obras más ligeras, más aéreas.

La anécdota es mínima, apenas una excusa para que To disfrute haciendo volar la cámara y el montaje. Cuatro “gorriones” –la palabra con que en Hong Kong se denomina a los carteristas– ostentan el dominio total del centro de la ciudad, hasta que la aparición de una mujer bella y misteriosa empieza a complicar sus trabajos y sus días. Detrás de ella hay una historia de amor y de mafia, pero lo que importa en la película no es su trama sino su superficie, brillante y seductora. Queda muy claro que Johnny To admira el clásico Pickpocket (1959), de Robert Bresson, pero en las antípodas del severo maestro francés se lanza de lleno a la exageración y la comedia. Sus carteristas pueden llegar a protagonizar una secuencia que parece digna de Los paraguas de Cherburgo –con una música que cita literalmente a la de Michel Legrand– y se respira en el aire de Sparrow algo de la libertad y el gozo de las comedias de François Truffaut. Una tradición, por lo visto, siempre nueva, siempre viva.

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