CINE › “KABEI”, UNA PELICULA IMPERDIBLE DE YOJI YAMADA
El director de El samurai del atardecer deslumbró con un film de rasgos clásicos que hace foco en la persecución ideológica que caracterizó a la guerra de Manchuria.
› Por Luciano Monteagudo
desde Berlin
Una vez superado el huracán Madonna, que el miércoles alteró por completo el ritmo de la Berlinale, el festival vuelve a la normalidad. Y es el momento de reparar en aquellas películas que suelen pasar inadvertidas, incluso en el marco de la competencia oficial. Es el caso de la estupenda Kabei, del japonés Yoji Yamada, que tiene la rara virtud de ser un film eminentemente clásico, pero nunca fosilizado ni académico. Ante una obra de la solidez y la nobleza de Kabei se tiene la impresión de recuperar un secreto largamente perdido del cine, que parecía haberse ido con los últimos grandes maestros y que tuvo su máxima expresión durante la edad de oro de Hollywood o el apogeo de los grandes estudios japoneses: un cine donde todo el andamiaje industrial está, increíblemente, al servicio de la obra artística.
Director veterano (nació en Osaka en 1931), eternamente vinculado con los legendarios estudios Shochiku, donde desarrolló toda su carrera, Yamada ya lleva realizados 80 largometrajes, entre ellos algunos de los más populares del cine japonés, como los de la serie Tora-san, una saga familiar integrada por 48 largometrajes, por lejos la más extensa dedicada a un mismo personaje en toda la historia del cine (el Antoine Doinel de Truffaut es, en comparación, apenas un grano de arena en el desierto). En los últimos años, sin embargo, lejos de abandonarse al éxito y la rutina, Yamada ha venido haciendo un cine cada vez ambicioso y personal, como El samurai del atardecer (2002) y La espada escondida (2004), visiones crepusculares y nada heroicas de los míticos guerreros japoneses, que también tuvieron su lanzamiento internacional aquí en la competencia de la Berlinale.
Pero el fuerte de Yoji Yamada siempre fue el asordinado melodrama familiar, que en el árbol genealógico del cine japonés deriva del grueso tronco que forman las obras de Yasujiro Ozu y Mikio Naruse, y es en esa tradición que se inscribe ahora su nueva película. Hay, sin embargo, una diferencia o más bien una novedad. El tema que trata Kabei no había sido abordado hasta ahora por el cine japonés: la persecución ideológica con que el régimen imperial reprimía aún la más mínima disidencia con su política militar y expansionista durante la guerra de Manchuria y su alineamiento con el Eje fascista europeo.
Basado en las memorias de Teruyo Nogami (que fue asistente de Akira Kurosawa desde los tiempos de Rashomon casi hasta su muerte), Kabei narra la odisea de la familia Nogami cuando a comienzos de 1940 el padre fue encarcelado por crímenes del pensamiento. Profesor universitario e intelectual formado en la lectura de clásicos europeos, Nogami-san se oponía al militarismo de su país, lo que le valió primero la censura y luego la cárcel, donde murió de hambre y enfermedad poco después del ataque japonés a Pearl Harbor. Detrás de sí, dejó a su mujer y a sus dos hijas pequeñas, que durante la guerra tuvieron que sobrevivir no sólo a las privaciones y a las bombas, sino también al descrédito social que implicaba formar parte de la familia de un traidor a la patria.
Film esencialmente de mujeres solas (y en este sentido más cerca de la tradición de Naruse que de la de Ozu), Kabei, sin embargo, siempre se cuida muy bien de no pulsar por de más las cuerdas del sentimiento. Las circunstancias de esas vidas son ciertamente dramáticas e incluso trágicas, pero Yoji Yamada –con maestría y sutileza– privilegia siempre los pequeños momentos de intimidad, la rutina de esa madre que debe mantener el espíritu alto frente a su hijas que están creciendo sin su padre y en un mundo que se derrumba a su alrededor.
Por afuera de la competencia, en el Forum del Cine Joven, hay paradójicamente otro veterano japonés, Koji Wakamatsu (72 años), que dará que hablar si sus películas llegan al próximo Bafici. Pionero de las películas denominadas pink eiga o de explotación erótica, Wakamatsu también fue el primero en subvertir el género desde sus entrañas, como lo prueban los tres ejemplos del apogeo de su obra que programó el Forum: Secrets Behind a Wall (1965), Go, Go Second Time Virgin (1969) y Ecstasy of the Angels (1972). Crudas en más de un sentido y realizadas de manera casi amateur en un cine tan industrializado como el japonés, las películas de Wakamatsu son también una feroz invectiva contra su sociedad, muy en el espíritu contestatario de aquella época.
El director del Forum, Christoph Terhechte, contó que cuando en 1965 la Berlinale –descartando los envíos oficiales– seleccionó para la competencia Secrets Behind a Wall, la prensa japonesa llegó a hablar de “una desgracia nacional”. Pero el escándalo le sirvió a Wakamatsu para establecer su propia productora, que se convirtió en un núcleo de cineastas radicales y –junto con los primeros films de Nagisa Oshima– en una referencia artística ineludible para el movimiento estudiantil japonés alcanzado por la onda expansiva de Mayo del ‘68. Ahora, Wakamatsu –fiel a su espíritu rebelde– ha traído también al Forum su nueva película, United Red Army, que reflexiona críticamente sobre aquella época y busca las razones que determinaron el fracaso de la utopía.
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