Sáb 05.11.2005
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CINE › FERNANDO MEIRELLES HABLA DE “EL JARDINERO FIEL”

“En todas mis películas aparece la cuestión social”

El director de Ciudad de Dios filmó en Inglaterra El jardinero fiel, basado en una novela de John Le Carré que denuncia los siniestros intereses que se mueven detrás de la poderosa industria farmacéutica.

› Por HORACIO BERNADES
Desde Rio de Janeiro

“Pude haber usado como material para mi novela el escándalo del tabaco adulterado. Pude haber elegido las compañías petroleras. Pero una vez que entré en él, el mundo de la industria farmacéutica me agarró por el cuello y no me soltó. Como tema dramático, las grandes compañías farmacéuticas me ofrecían de todo: las esperanzas y sueños que tenemos depositados en ellas, su enorme potencial para el bien y su lado tenebroso, manifestado en sus enormes ganancias, un culto del secreto que alcanza niveles patológicos e ingentes dosis de corrupción y de codicia.”
La industria farmacéutica es, en efecto, el gran villano de The Constant Gardener, la novela que John Le Carré publicó a comienzos del siglo XXI, y que transcurre entre Londres y Kenia, donde ciertos laboratorios utilizan como cobayos a buena parte de la población. En la realidad, esa industria es, sin duda, uno de los grandes poderes económicos del mundo occidental. Hasta el punto de que desde comienzos de los años 80 se ha mantenido, durante dos décadas, como el negocio más redituable del mundo entero (puesto que perdió recién en el 2003, a manos del petróleo y la banca). “La excusa con que suele justificarse el alto precio de los medicamentos es la alta inversión que requieren para investigar”, señalaba un artículo aparecido en The New York Review of Books meses atrás. “A pesar de que esa retórica parece irresistible, tiene muy poco que ver con la realidad. La investigación y el desarrollo son una parte relativamente pequeña de los presupuestos de las grandes compañías farmacéuticas, frente a los enormes gastos en marketing y administración. Para no hablar de su relación con las ganancias, que es ínfima.”
Aun sabiendo que se trata de un thriller de ficción y no una investigación periodística, nadie que haya leído la novela de Le Carré se habrá sentido igual cada vez que va a comprar aspirinas a la farmacia. Es posible que lo mismo suceda a partir del jueves, cuando la versión cinematográfica de The Constant Gardener se estrene en Argentina. Allí, el público tendrá ocasión de asistir a inoculaciones masivas de productos aún no aprobados, una población entera convertida en daño colateral y asesinatos lisos y llanos de los testigos, encargados por grandes corporaciones farmacéuticas. El jardinero fiel es el título que llevará en Argentina la versión cinematográfica de la novela de Le Carré, en la que actúan Ralph Fiennes (La lista de Schindler, El paciente inglés), Rachel Weisz (la chica de La momia) y Pete Postlethwaite, entre otros.
Thriller político que es casi más político que thriller, lo más insospechado de El jardinero fiel (que inauguró el Festival de Londres días atrás y a la que en los cálculos previos se baraja como posible aspirante a los próximos Oscar) es el nombre y origen de su director. No es otro que el paulista Fernando Meirelles. Gracias a las varias nominaciones al Oscar que Ciudad de Dios obtuvo hace un par de años, Meirelles vio su escritorio lleno de ofrecimientos de lo que en el mundo del cine (esa otra industria, casi tan poderosa como la de los medicamentos) se conoce como compañías majors. El tema de la película y el deseo de hacer una experiencia en las ligas mayores son las razones que movieron a Meirelles a subirse al barco de El jardinero fiel, según afirma el realizador ante Página/12. Sobre geopolítica (tanto farmacológica como cinematográfica) se extendió Meirelles en la entrevista concedida en un hotel carioca.
–Hasta ahora, usted había dirigido dos películas en su propio país, Domésticas (2001) y Ciudad de Dios (2002). ¿Cómo se sintió poniéndose al frente de una producción internacional de este tamaño?
–En verdad, para los cánones de Hollywood, El jardinero fiel no es una producción de tan gran tamaño. Tampoco es que se trate de un producto de gigantescas aspiraciones comerciales, y posiblemente fue eso lo que me llevó a aceptar el ofrecimiento, una vez que el director inicialmente propuesto para dirigirla (Mike Newell, el de Cuatro bodas y un funeral) abandonó el proyecto, para dirigir la próxima Harry Potter. Incluso, ni siquiera es enteramente “una película de Holly-
wood”, ya que se trata de una coproducción con Inglaterra, con actores y técnicos de ese país.
–¿Cómo fue que le llegó el ofrecimiento?
–Anteriormente yo había recibido una gran cantidad de propuestas, pero no terminaban de convencerme. En este caso, tanto la novela de John Le Carré, que me pareció excelente, como el propio tema del poder de la industria farmacéutica (y, en general, de las grandes corporaciones internacionales) me despertaron un gran interés. Por otra parte, si bien es verdad que antes de ésta yo había dirigido sólo dos largos, entre trabajos para televisión y films publicitarios tengo muchísimo celuloide filmado.
–¿Ve alguna relación entre sus películas anteriores y ésta?
–Creo que en todas aparece la cuestión social. Ciudad de Dios era sobre la vida en las favelas, Domésticas sobre el personal de servicio y su relación con los empleadores, y El jardinero fiel habla no sólo sobre el poder de las corporaciones, sino sobre la pobreza en los países africanos. Que es, creo, uno de los grandes temas sociales y económicos pendientes de resolución. De todos modos, debo aclararle que, por más que la cuestión social me interese, mis próximos proyectos apuntan hacia otro lado.
–¿Hacia Hollywood?
–No, todo lo contrario, no se trata de que El jardinero fiel sea un primer paso para ingresar en “la gran industria internacional”. No tengo ninguna intención de mudarme a Hollywood, como pueden haber sido los casos de Alejandro González Iñárritu, el de Amores perros, o de Alfonso Cuarón, que hizo allí la tercera Harry Potter. En mi caso, la de El jardinero fiel es una experiencia que me interesaba hacer. Así como algún día me gustaría filmar “una película de Hollywood” clase A, con mucho presupuesto, decorados, toda la maquinaria industrial. Pero sólo para probar una vez cómo es eso. Una sola vez.
–Entonces, ¿qué clase de futuro se plantea para su carrera?
–Si tuviera que elegir un modelo de carrera, diría que es el de Almodóvar, que por mucho que le ofrecieron ingresar en Hollywood se resistió, y sigue filmando en España películas que tienen financiación extranjera y distribución internacional asegurada. Del mismo modo, mis próximos proyectos espero filmarlos en mi país, de ser posible con aportes económicos extranjeros. Este es mi país, esta es mi cultura y no quiero salir de aquí.
–¿Cuáles son esos proyectos?
–Uno es una película que en principio me había planteado filmar el año pasado, y que postergué cuando surgió lo de El jardinero fiel. Ahora espero retomarla. Se va a llamar Intolerancia 2 y es una película coral, seis historias que transcurrirán en siete lugares diferentes: Estados Unidos, Brasil, Kenia, Filipinas, Emiratos Arabes, China y Roma. Trata sobre la búsqueda de la felicidad, con historias que tienen una relación entre sí, aunque los personajes no lo sepan. Y tengo un segundo proyecto, pero todavía es muy temprano para hablar de él.
–Hablemos entonces de El jardinero fiel. Más allá de lo temático, la continuidad que parece guardar con Ciudad de Dios pasa por el modo muy fragmentado que usted eligió para narrar la historia, con una cámara siempre móvil, muchos cortes de montaje y una textura visual sumamente discontinua.
–Hasta tal punto es así que si hubo una condición sine qua non que yo puse para filmarla, fue que me permitieran hacerlo con el uruguayo César Charlone, que fue el director de fotografía de Ciudad de Dios, y a quien más que un colaborador considero una parte de mi propio trabajo. Filmamos parte de la película en 35 mm y parte en 16 mm. Sobre todo las escenas de carácter más documental, que de hecho las filmé con un equipo muy reducido y sin que la gente se diera cuenta de que lo estábamos haciendo. Así es como se filman muchos documentales, de hecho. Después pasamos todo a digital, para trabajar en ese formato la edición, y finalmente lo “subimos” de nuevo a 35 mm, que es un método de trabajo que cada vez se usa más.
–Daría la impresión de que con esas texturas cambiantes y esas rupturas de continuidad, usted buscaba alejar de la linealidad a una historia que se hubiera prestado a un tratamiento más convencional.
–Así es, si bien lo que me llevó más trabajo fue el guión, que tenía cosas que no terminaban de convencerme, y que fui ajustando mucho sobre la marcha, mientras rodábamos.
–El riesgo de filmar una película “internacional” es siempre el de perder identidad, esa relación con el país y la propia cultura de las que usted hablaba antes. ¿Cómo lo vivió en este caso?
–La identidad es algo que uno lleva consigo. En el caso de El jardinero fiel, además, las condiciones de vida de la mayor parte de la población no son tan distintas de las de mi país, las de una favela, como la que yo venía de filmar en Ciudad de Dios. En tal caso, la miseria, la violencia, la injusticia, son tan duras y chocantes en tu país como en cualquier otro. Después de estar varios meses en lugares como Kenia y Nairobi, le puedo asegurar que las sentía tan mías como en Río de Janeiro o San Pablo.

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