CINE › “EL TREN DE LAS 3.10 A YUMA”, DE JAMES MANGOLD
La adaptación realizada por Mangold sobre el original de fines de los ’50 tiene algunos derrapes –sobre todo en el final–, pero nada tan grave como para condenarla al fracaso.
› Por Horacio Bernades
EL TREN DE LAS 3.10 A YUMA
(3.10 to Yuma, EE.UU., 2007)
Dirección: James Mangold.
Guión: Halsted Welles, Michael Brandt y Derek Haas, sobre relato breve de Elmore Leonard.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Música: Marco Beltrami.
Intérpretes: Russell Crowe, Christian Bale, Logan Lerman, Dallas Roberts, Ben Foster, Peter Fonda, Vinessa Shaw y Gretchen Mol.
Dirigida por el confiable especialista Delmer Daves, la versión original de El tren de las 3.10 a Yuma era un western en blanco y negro de fines de los ’50, tan reconcentrado que su secuencia central no transcurría a cielo abierto, como prescribe el canon del género, sino en una habitación sofocante, donde héroe y villano se trenzaban en pulseada dialéctica y moral. De acuerdo a una tendencia muy propia de las remakes de la época, la nueva versión de El tren de las 3.10 a Yuma opta por lo contrario y suma episodios, motivaciones, personajes y conflictos. Lo cual no la lleva a desbarrancarse –como le sucede, en algún cañadón, a alguno de los jinetes que la protagonizan– pero sí a dar algún resbalón.
Un agobiado Christian Bale asume el papel de Dan Evans, ranchero en aprietos económicos que en la anterior interpretaba ese prototipo del tipo común que siempre fue Van Heflin. Russell Crowe es Ben Wade, pistolero despiadado e inteligente, al que en la versión original Glenn Ford le prestaba unos ojitos en los que casi podía leerse el relumbre de la estrategia. La historia sigue siendo básicamente la misma: Wade y los suyos asaltan, en las proximidades del rancho de Evans, a una diligencia transportadora de caudales. Evans y su hijo mayor presencian el asalto. Por aquello del “no te metás”, el hombre se resiste a intervenir. Pero terminará dando aviso a la ley y escoltando al outlaw hasta su casa junto a un par de alguaciles, como maniobra de distracción. Sabiendo que los miembros de la banda vendrán al rescate, igual deciden trasladarlo hasta la vecina ciudad de Contention. La intención: subirlo al tren que va a Yuma, sede de la penitenciaría de la zona. Eso, siempre y cuando los secuaces lo permitan.
Lo interesante, lo que en su momento resultaba extraño para un género dominado por héroes altruistas y hoy sintoniza perfectamente con el aire de época, es que las motivaciones de Dan son puramente económicas. Está metido en deudas que no puede pagar y el único modo de empezar a hacerlo es cobrar los míseros 200 dólares que la gente del ferrocarril le ofrece, si es que colabora con el traslado de Wade. Por más opuestos que sean, tienen más para compartir el farmer y el pistolero que cualquiera de ambos con los representantes del poder. No importa que se trate de representantes del ferrocarril, hacendados o agentes de seguridad, está claro quiénes son aquí los que están del otro lado. Pero Alice, esposa de Evans (la bonita Gretchen Mol), y, sobre todo, su hijo mayor, William (Logan Lerman), no dan señales de percibir esa hermandad de opuestos, reprochándole al hombre su escaso coraje y, aunque no sea dicho, su mediocridad.
En el único encuentro entre ambos, Alice parece a punto de caer rendida ante el encanto canalla de Wade, contracara de la severa religión del trabajo que profesa el marido. Deseoso de aventuras, William también cae rendido, ante un héroe de acción que colma sus fantasías. Si en la versión original Wade funcionaba como el lado salvaje y Dan como yo racional, pragmático y negociador, ésta tiende a desplazar el eje hacia otro clásico de la psicología, el de la rivalidad padre-hijo. Es posible que las historias previas (la pierna que Dan perdió en la Guerra de Secesión, el trauma de infancia de su rival) resten más de lo que suman, y otro tanto podría decirse de los episodios agregados (la amenaza de los apaches, la construcción de un tramo de vías, la captura y tortura de Wade).
Desde ya que los tiroteos son más largos y sangrientos, con una dosis de perversidad que en la primera versión se mantenía subyacente, y acá aflora sin frenos en el sadismo frío y monstruoso del ladero de Wade (asusta la caracterización de Ben Foster). Dirigida sin distracciones por el muy irregular James Mangold (Inocencia interrumpida, Johnny and June), muy bien actuada (sobre todo por el cada vez más completo Bale y por un Peter Fonda viejo, fibroso y durísimo), con un trabajo de temperaturas de color tal vez demasiado ostentoso de Phedon Papamichael, aun con sus dispersiones esta versión 2.0 de El tren... mantiene la tensión de punta a punta. Es en el remate donde los adaptadores han decidido poner las cosas patas arriba con respecto a la versión original, trocando en tragedia lo que antes era reparación y atribuyéndole a un personaje una inversión de roles que es imposible de creer.
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