CINE › EL OJO DEL MAL, REMAKE DE TERROR CON JESSICA ALBA
Liberada de la pose de blonde bomb, la chica de Sin City y Los cuatro fantásticos es aquí una violinista ciega desde los 5 años, a quien un transplante de córneas le permite ver gente muerta y hasta una suerte de delegados de la Parca.
› Por Horacio Bernades
EL OJO DEL MAL
(The Eye, EE.UU., 2008)
Dirección: David Moreau y Xavier Palud.
Guión: Sebastián Gutiérrez, sobre guión original de Jo Jo Yuet-chun Hui.
Intérpretes: Jessica Alba, Alessandro Nivola, Parker Posey, Rade Serbedzija, Fernanda Romero y Rachel Ticotin.
Sucesora de La llamada I y II, El grito y Dark Water, El ojo del mal es, en lo que va del siglo XXI, la quinta remake de un film de terror asiático que emprende Hollywood. Esta vez se trata de The Eye, una de las más conocidas que diera el reciente cine de fantasmas (2002), seguramente la película más lograda de los mellizos tailandeses Oxide y Danny Pang, estrenada en Buenos Aires hace un par de años. Completando el proceso de importación, la Paramount puso esta remake en manos de dos cineastas franceses, David Moreau y Xavier Palud, cuya ópera prima, Ils (Them, para la versión internacional), había causado buena impresión en festivales y circuitos especializados. Como es de rigor en nueve de cada diez remakes, El ojo del mal es inferior a la original. Sobre todo, por la inevitable sensación de déjà vu que ocasiona a quien haya visto la de los Pang. Y no hay fan del género que no lo haya hecho.
Siguiendo el original a pie juntillas, el guión de Sebastián Gutiérrez (autor de los de Gothika y Snakes on a Plane) mantiene no sólo historia y personajes, sino también casi todas las escenas fuertes. Que a su vez los realizadores reproducen, en ocasiones, plano por plano. Liberada de la pose de blonde bomb cultivada en películas como Sin City y Los cuatro fantásticos, una convincente Jessica Alba (cuyo embarazo de mellizos dio lugar, en la noche de los Oscar, a uno de los chistes más graciosos del muy gracioso Jon Stewart) es aquí Sydney Wells, violinista clásica a quien un accidente dejó ciega a los 5 años. La ceguera le habrá impedido ver películas de terror, porque de haberlo hecho habría sabido que el transplante de córneas al que se somete no podía salir bien. Tras la operación, primero verá extrañas figuras desenfocadas –como les pasa a los espectadores de cualquier sala de barrio en Argentina– y después cosas más raras empezarán a suceder. Incluyendo la visión de gente muerta y hasta de una suerte de delegados de la Parca, que se llevan del otro lado a los condenados.
Lejos de cualquier intención de paráfrasis sobre el tema del mirar, del ver y no ver, la película de los Pang se planteaba sobre todo como ejercicio aplicado a los mecanismos que sustentan un film de terror, recorriendo toda la gama que va de la ligera inquietud al sustazo. Moreau y Palud apuntan a lo mismo, repitiendo incluso el obsesivo trabajo sobre el sonido de la original. Aquí, unos cuantos decibeles más fuerte, cuestión de hacer saltar al público en las butacas. Tal vez lo logren con quien no haya visto la original. Con el resto de los espectadores ocurrirá el efecto inverso: el preanuncio de lo que vendrá (por haberlo visto antes) tomará el lugar de la sorpresa. Y eso no es bueno cuando se quiere agarrar desprevenido a alguien.
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