CINE › ELIZABETH: LA EDAD DE ORO, CON CATE BLANCHETT
En esta segunda incursión del director paquistaní Shekar Kapur por la vida de Isabel I (siempre protagonizada por la actriz australiana) queda claro que aquello que alguna vez se confundió con revisionismo histórico no es otra cosa que un descarado folletín sentimental.
› Por Luciano Monteagudo
ELIZABETH: LA EDAD DE ORO
(Elizabeth: The Golden Age, Gran
Bretaña-Francia-Alemania/2007.)
Dirección: Shekar Kapur.
Guión: William Nicholson y Michael Hirst.
Fotografía: Remi Adefarasin.
Música: Craig Armstrong y AR Rahman.
Intérpretes: Cate Blanchett, Geoffrey Rush, Clive Owen, Samantha Morton, Abbie Cornish, Rhys Ifans, Jordi Mollà, Susan Lynch.
No deja de ser curioso que esta pomposa celebración de una de las figuras más insignes de la corona británica esté a cargo de dos hijos de sus colonias, el director de origen paquistaní Shekar Kapur y la actriz australiana Cate Blanchett. Ambos ya habían acometido parte de la misma empresa diez años atrás, cuando en Elizabeth se ocuparon de novelar el ascenso de la hija de Ana Bolena al trono y su frustrado romance con lord Robert Dudley, que habría determinado su decisión de rechazar cualquier matrimonio y pasar a la historia como “la reina virgen”. Pero ahora en esta segunda entrega, dedicada a los años de madurez de Isabel, Kapur y Blanchett se esmeran por transparentar que lo que alguna vez se confundió con revisionismo histórico no es otra cosa que un descarado folletín sentimental.
Corre el año 1585. La reina Isabel se enfrenta a todo tipo de intrigas palaciegas, administradas con pérfida eficiencia por su fiel servidor sir Frances Walsingham (Geo-ffrey Rush), quien ya se ocupaba de esos menesteres en la película anterior. La corte semeja una inmensa pajarera, donde cotorrean las más diversas aves emplumadas. Pero la mayor preocupación del reino es la amenaza de guerra que proviene de la España católica, convencida del carácter infernal de esa soberana protestante. Mientras el villano de historieta que es aquí Felipe II (a cargo del catalán Jordi Mollá) soba frenéticamente su rosario y organiza lo que cree será su armada invencible, desde su prisión en Escocia, María Estuardo –la prima católica de Isabel– también teje sus redes, que prometen venganza y sangre.
“Si triunfan los españoles no habrá libertad de conciencia ni de pensamiento”, se preocupa Isabel, como si sus palabras le hubieran sido dictadas por un guionista del siglo XXI. Pero en verdad, sus pensamientos e incluso sus ojos están en otra parte, en la gallarda figura del pirata sir Walter Raleigh (Clive Owen), que llega convenientemente bronceado de su excursión pionera por América. De allí trae un extraño fruto llamado papa y unas hojas “muy estimulantes” a las que denomina tabaco. Aunque sobre todo lo que el aventurero aporta a esa corte de mujeres solas –entre las que brilla una rubia pizpireta (Abbie Cornish) que se ha ganado el lugar de confidente amorosa de la reina– es un cosquilleo íntimo que se traduce en escenas de celos y miradas viperinas.
De un mal gusto autoconsciente como hace tiempo no se veía, todo el diseño visual de la película de Kapur parece inspirado no precisamente en los cuadros y grabados de la época, sino en las tapas de los best-sellers románticos estilo Corín Tellado. Predominan para cualquier ocasión las tonalidades ambarinas, pegajosas como la miel, y el vestuario de la reina (ganador del Oscar, nada menos) parece diseñado por una versión recargada de Eduardo Bergara Leumann. No falta la consabida escena romántica a la luz de las velas –aterciopelada por filtros y efectos– y hasta un plano de esos que ya se creían definitivamente desterrados del lenguaje cinematográfico, aún el más kitsch: la famosa toma imposible desde detrás de las llamas del hogar, para ratificar la pasión que consume a los amantes.
Para cuando se da cuenta que Sir Walter no le presta tanta atención a ella como a su rubia confidente, la reina Isabel sublimará de otro modo sus deseos: se calzará una sensual armadura high tech y arengará a su pueblo para que la acompañe a la guerra contra el invasor español. La masa queda subyugada, no tanto por su discurso –reforzado por una música estridente que durante dos horas consecutivas siempre amenaza con un climax–, sino por sus flamígeras trenzas coloradas al viento, unas extensiones que hasta la mismísima Cristina Kirchner le envidiaría. Viéndola así a Cate Blanchett, montada como una Juana de Arco sobre un brioso corcel blanco, nadie diría que Queen Elizabeth –The Virgin Queen, Gloriana, The Faerie Queen o Good Queen Bess, como también fue conocida– era a esa altura una señora del siglo XVI de 55 años...
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