Jueves, 27 de marzo de 2008 | Hoy
CINE › NADINE LABAKI, REALIZADORA Y ACTRIZ LIBANESA, HABLA DE SU PRIMER LARGOMETRAJE, CARAMEL
Nadie en Oriente Cercano desconoce su existencia. Ni sus afirmaciones, siempre polémicas: “El Líbano aparece como ejemplo de una sociedad abierta, libre y emancipada, pero eso no siempre es cierto, porque detrás de esa fachada las mujeres seguimos sujetas a muchas coacciones”.
Por Maurice Tourneur
Se llama Nadine Labaki, es libanesa, tiene 34 años y desde hace casi una década, como actriz y realizadora, es una figura del cine en Medio Oriente. En 1998, con apenas 24 años, dirigió el corto 11 Rue Pasteur con el que ganó la Bienal del Instituto del Mundo Arabe de París. Desde entonces, ha venido dirigiendo los videoclips más populares de su región, protagonizó cinco largometrajes, fue becaria de la Cinéfondation del Festival de Cannes y el año pasado presentó su ópera prima Caramel –que se estrena hoy en Buenos Aires– en la prestigiosa Quincena de los Realizadores de Cannes.
–¿Cómo definiría su primer largometraje?
–Diría que es la historia de cinco mujeres libanesas, cinco amigas de distintas edades que, o bien porque trabajan allí o bien porque acuden a él, se reúnen en un salón de belleza en Beirut. Y podría añadir que, en ese mundo tan típicamente femenino, estas mujeres, que sufren la hipocresía de un sistema oriental ante la modernidad occidental, se ayudan mutuamente con los problemas que encuentran en relación con los hombres: el amor, el matrimonio y el sexo. Hoy en día, el Líbano aparece como ejemplo de una sociedad abierta, libre y emancipada. Pero eso no siempre es cierto, porque detrás de esa fachada seguimos sujetos a muchas coacciones, al miedo permanente a las miradas de los demás y a los juicios que hagan sobre nosotros. En este contexto, las mujeres libanesas se consumen por el remordimiento y la culpa. En la peluquería y salón de belleza, mis heroínas se sienten a salvo, porque es un lugar en el que, aunque se las ve desde un ángulo muy íntimo, nunca se las juzga. La mujer que nos depila nos ve desnudas, en todo el sentido de la palabra, porque es un momento en el que no podemos engañar, y poco a poco le hablamos de nuestra vida, de nuestros miedos, de nuestros planes, de nuestros amores, etcétera.
–¿Por qué se titula Caramel?
–El título hace referencia al producto que se utiliza en el Cercano Oriente para la depilación y que consiste en una mezcla de azúcar, jugo de limón y agua, que hay que hervir hasta que se vuelve caramelo. A continuación se extiende esta mezcla sobre una superficie de mármol para enfriarla un poco, y seguidamente se convierte en una pasta que se utiliza para depilar. Pero también Caramel sugiere la idea de lo azucarado y lo salado, de lo amargo y lo dulce, del azúcar delicioso que puede quemar y hacer daño.
–Por ser una primera película, no debe haber sido fácil actuar y dirigir al mismo tiempo...
–Dudé mucho en relación con combinar la dirección y la interpretación en mi primera experiencia como directora, porque, aunque me atraía la idea de actuar, tenía miedo de que pudiera afectar la película. Afortunadamente, me decidí a asumir el riesgo porque eso me permitió dirigir las escenas desde su interior. Como las intérpretes no eran actrices, podía estar cerca de ellas al máximo, sobre todo porque, como quería que cada una de ellas conservara su propia forma de hablar, no les había dado diálogos para que se los memorizaran.
–El hecho de utilizar actrices no profesionales, ¿fue deliberado o una mera coincidencia?
–Yo buscaba mujeres que en la vida real fueran como sus personajes. Tenía una idea muy clara del físico y la personalidad de cada una de ellas, de las palabras que usarían. Tuve que buscarlas por las calles, en las tiendas, en casas de amigas... Eso llevó algún tiempo, pero el resultado es que se ajustan a sus personajes.
–¿Es Caramel una película política?
–Cuando acabó la guerra (N.d R.: la Guerra Civil entre facciones cristianas y musulmanas del país, con intervenciones de Siria e Israel, que se desarrolló entre 1975 y 1990), yo tenía 17 años y, al hacer esta película, me planteé contar una historia que mirara hacia el futuro y no hacia atrás. Formo parte de una generación que quiere hablar de otras cosas, de historias de amor, por ejemplo, más en relación con nuestros sentimientos y experiencias que con la guerra. Se había visto, analizado, revisado y desmenuzado tanto los acontecimientos, que yo tenía la necesidad de no hablar de ellos. Por desgracia, ocho días después del final del rodaje, tuvimos que revivir unos acontecimientos dramáticos. Entonces tuve un sentimiento de culpabilidad muy fuerte: ¿qué pasa con una película que habla de mujeres, del amor y de la amistad? Para mí, el cine debe tener una misión y ayudar a cambiar las cosas, pero ¿qué podía aportar o cambiar mi película? Estuve tentada de abandonarlo todo, pero al final me dije que Caramel es una forma de sobrevivir a la guerra, de superarla, de ganarla. Es mi revuelta personal y mi compromiso, así que, si tuviera que escribir esta película hoy día, la haría igual. En Líbano todo se ha convertido en un acto político, la política ha penetrado hasta en la intimidad de nuestra vida... Yo creía que me había escapado, pero la realidad de la guerra me ha atrapado. En la actualidad, con las tensiones que reinan en Líbano, Caramel aporta un mensaje: a pesar de la oposición entre las distintas religiones, reactivadas por esta guerra, lo natural es que cohabiten y coexistan. Al menos es como pienso que habría que vivir.
–¿Sus personajes son representativos de la mujer libanesa hoy?
–Diría que, en general, sí. Las mujeres libanesas están obsesionadas por su apariencia, están buscando su identidad entre la imagen de la mujer occidental y la de la mujer oriental... La mujer libanesa siempre tiene la impresión de tener que robar sus instantes de felicidad, la sensación de que tiene que luchar para vivir como quiere, y cuando lo consigue se siente culpable. Yo misma, que soy independiente y que ejerzo el oficio que me gusta, tal y como me gusta, me siento condicionada en lo más profundo de mi ser por las tradiciones, la educación y la religión. La mujer libanesa, tanto la musulmana como la cristiana, vive en una contradicción entre lo que es, entre lo que desea ser y lo que se le permite ser.
–¿La práctica de coser el himen para “recuperar” la virginidad antes del matrimonio es una práctica generalizada?
–Para los musulmanes, como para los cristianos, la virginidad tiene una enorme importancia. Lo cual también es sumamente representativo de la sociedad libanesa. Hay una gran preocupación por guardar las apariencias, y a la vez la obsesión de no estar sujetos o sometidos a ningún modelo rígido. La operación que usted menciona se hace en secreto, pero en buenas clínicas. Y los hombres jamás mencionan el asunto abiertamente. Por lo tanto, no sabemos nunca qué piensan al respecto. Ni siquiera en el caso de los que aparentemente son más amplios de miras, porque ¿cómo sabemos cómo reaccionarían de tener que enfrentarse ellos con algo así en sus propias vidas? Entre la modernidad y la tradición, los hombres están casi tan confundidos como las mujeres.
–¿La homosexualidad sigue siendo tabú aun hoy en día?
–Sí, definitivamente. En la película, Rima no vive su homosexualidad abiertamente. Debe disimular los impulsos que la acometen cuando le lava la cabeza a la bella clienta. Incluso sus amigas, que se dan cuenta de todo, no dicen ni palabra.
–Hay mucho humor en el film. ¿Es una cualidad libanesa o más bien suya?
–La ironía para tomarse en solfa a sí mismo es algo muy común entre el pueblo libanés. Es una manera de tolerar todo lo que hemos pasado. Las mujeres libanesas son verdaderas sobrevivientes. Como buenas árabes, son apasionadas, dotadas de un fuerte temperamento. A la vez, no les gusta dramatizar las cosas; no dejan que las penas o las desgracias las superen. La manera que tienen de defenderse es burlarse de todo. Haber pasado una guerra, como la hemos pasado nosotros, te ayuda a poner las cosas bajo otra perspectiva.
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