Vie 25.04.2008
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CINE › EL SECRETO DEL BOSQUE, DE NAOMI KAWASE

La montaña de los recuerdos

La primera película que se estrena en Buenos Aires de la gran directora japonesa (conocida a través del Bafici y el DocBsAs) es de un deslumbrante despliegue sensorial, pero trabaja alrededor de la idea de una dolorosa ausencia interior.

› Por Luciano Monteagudo

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EL SECRETO DEL BOSQUE
(Mogari no mori; Japón/Francia, 2007).

Guión y dirección: Naomi Kawase.
Fotografía: Hideyo Nakano.
Música: Masamichi Shigeno.
Intérpretes: Machiko Ono, Shigeki Uda, Makiko Watanabe, Yoichiro Saito y Kanako Masuda.

Estreno en soporte DVD en los cines Arteplex Centro, Arteplex Belgrano y Dúplex Caballito exclusivamente.

Es verano. Un bosque en la montaña. El sonido de las cigarras atraviesa el silencio. El viento mece las copas de los árboles, hasta tornarlos vivos, amenazantes. En ese laberinto hecho de distintos matices de verde, dos personajes se abren camino, empeñosamente, con obstinación. El que va adelante es un hombre viejo pero fuerte, decidido. No habla, sólo camina sin cesar, cargando una mochila como una penitencia. Cuando parece que va a perder el rumbo se detiene, mira a su alrededor como un poseído, elige finalmente una dirección y continúa su marcha, como un soldado.

Atrás, penosamente, pidiéndole que la espere, que ceda en el ritmo de sus pasos, va una chica joven, magra, en apariencia frágil, pero firme como un tallo de bambú. El es Shigeki; ella, Machiko. Lo que apenas estaba previsto como un paseo por los alrededores de una casa de retiro para ancianos –él como paciente, ella como acompañante terapéutica– se convierte en un viaje sin concesiones, una búsqueda íntima, personal del lugar donde elaborar el duelo por un ser querido, por la tierra que alberga no sólo la tumba de la mujer que amó Shigeki sino también sus mejores recuerdos, que el hombre lleva en sus ojos, sin necesidad de que el cine le preste unos flashbacks. A su vez, Machiko también carga dentro de sí un duelo que aún debe elaborar, y esa montaña la ayudará a hacerlo.

El secreto del bosque es la primera película de la gran directora japonesa Naomi Kawase (Nara, 1969) que llega a su estreno en Argentina, donde en los últimos años se ha perdido el hábito del cine japonés, al menos en salas comerciales. Pero casi toda su obra –que es mucha, entre films documentales y de ficción– se ha conocido gracias al Festival de Mar del Plata, al Bafici y al DocBsAs. Hay en el cine de Kawase una sensibilidad muy especial, a flor de piel, pero siempre seca, austera, ajena a cualquier infección sentimental. Ya desde sus documentales en primera persona, que buscaban la figura ausente de su padre –la ausencia es una preocupación recurrente en su obra– o trazaban el retrato de su abuela, el de Kawase es un mundo familiar, hecho de lazos, de afectos que no se pueden expresar en palabras.

Con su primer film de ficción, Suzaku, que reelaboraba estos temas, ganó la Cámara de Oro a la mejor ópera prima en Cannes 1997. Con Shara (2003) –que en pocas semanas más también tendrá su estreno en Buenos Aires– volvió a Cannes, en competencia. Y ahora con este film –sólido como la montaña que lo alberga, vivo como la naturaleza que lo habita– obtuvo el Gran Premio del Jurado de la edición del 60º aniversario de Cannes. No es para menos. El film de Kawase es de una materialidad poco común: se percibe casi el olor de la tierra, la textura de las hojas de los árboles, el esplendor de la naturaleza, que tanta importancia tiene siempre en la cultura japonesa. Este despliegue sensorial alcanza su apogeo en una de las escenas más inquietantes de la película, cuando después de un aguacero torrencial, interminable, que parece capaz de arrastrar a los personajes, Machiko se despoja de sus ropas mojadas para abrazar con el calor de su humanidad al aterido Shigeki. Allí no caben las palabras, sólo el lenguaje de los cuerpos, entregados a la magnificencia del bosque que los cobija.

Como siempre en Kawase, la cámara –muchas veces en mano– los sigue de cerca, los acompaña como si no quisiera separarse de ellos, comparte sus miedos y sus silencios. El tema del anciano que se dirige a la montaña como último refugio podría hacer pensar en La balada de Narayama (1983), del maestro Shohei Imamura, pero el tratamiento es completamente diferente. Si en Imamura había magnificencia, inmensidad, en Kawase por el contrario hay intimidad, una escala más delicada y femenina, hecha no de grandes gestos sino de pequeños detalles. El cine de Kawase siempre gira alrededor de un vacío, de una pérdida. Y El secreto del bosque no es la excepción: se trata de un laberinto que no tiene otro centro que no sea esa dolorosa ausencia interior.

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