CINE › LOS DUEñOS DE LA CALLE, EL ESPERADO OPUS TRES DE JAMES GRAY
El director de La traición se consolida como retratista de clanes gangsteriles, retomando el tono de su ópera prima.
› Por Horacio Bernades
La tragedia familiar, en el marco de los negocios mafiosos, vuelve a ser el territorio que pisa el realizador y guionista James Gray. A mediados de los ’90, y trabajando sobre esos ejes, su ópera prima, Little Odessa (en Argentina se editó directamente en video, con el título Cuestión de sangre), instaló a Gray, a los 25 años, como exponente de un neoclasicismo que parecía hallar en la obra de Coppola su referente más directo, en momentos en que todos sus colegas querían ser Tarantino. Seis años más tarde, The Yards (en Argentina se estrenó como La traición) lo confirmó como afiatado autor de tragedias familiar-gangsteriles, siempre más cerca de Coppola que de Scorsese. Siete años después (parecería que el hombre es de tomarse esos plazos), este secreto bien guardado del cine estadounidense vuelve a la carga con Los dueños de la calle, una película que hasta tal punto imbrica con las anteriores que pone a su autor frente al fantasma de una temprana repetición.
Presentada en competencia en Cannes 2007 y más valorada por la crítica europea que por la de su país, el opus 3 de Mr. Gray puede verse como nueva versión de su ópera prima, protagonizada por los actores de la segunda. Si en Little Odessa el asesino a sueldo Tim Roth volvía a casa como hijo pródigo, desafiando la expulsión familiar, ahora ese lugar lo ocupa Joaquin Phoenix, que protagonizaba La traición junto a Mark Wahlberg. Que aquí reaparece también, en el papel de su hermano. No se trata esta vez de la mafia de origen ruso en Broo-klyn, sino de otra clase de cosa nostra, en el mismo barrio y más o menos para la misma época. Corre el año 1988. Presididos por el pater familiae Bert (Robert Duvall, en papel que podría hacer mientras baila el tango con su esposa argentina), para los Grusinsky pertenecer a la policía parecería poco menos que un imperativo moral. De allí que la no afiliación a ese clan uniformado convierte en oveja negra al menor de los hermanos, Bobby (Phoenix). Más aún teniendo en cuenta que es dueño de un club nocturno, lleva una vida demasiado irregular para la estricta moral familiar y –pecado de pecados– entre sus clientes se cuentan varios de los más pesados dealers rusos. Esos mismos que su padre y su hermano se obsesionan en atrapar.
Para completarla y supuestamente porque el apellido es demasiado difícil de pronunciar, Bobby se hace llamar Green en lugar de Grusinsky. Encima de todo acaba de ponerse de novio con una puertorriqueña, y no de las que pasan desapercibidas (la bestial Eva Mendes). Siempre excedido de alcohol, sexo y otros estimulantes, frente a Bobby se yergue la figura engominada y ejemplar de su hermano mayor, Joseph (Wahlberg). Pero claro, ya se dijo: ésta es una variante de la fábula del hijo pródigo. Eso quiere decir que todo este tablero dramático y moral va a darse vuelta, en un clima de ópera familiar judeopolaca (si se permiten las extrapolaciones étnicas y culturales). En Los dueños de la calle, la sombra del vecino más famoso de Palermo Hollywood parecería agigantarse, con Bobby como posible fusión entre dos de los hermanos Corleone: el cabeza hueca de Freddo y el providencial Michael.
En cuanto al rechazo que puede generar una historia en la que el héroe se convierte en tal al optar por la policía, más que una toma de partido ideológico debería verse allí la simple consecuencia dramática del film con sus propios postulados. Funcionaría igual si, en lugar de policías, los Grusinsky fueran bomberos, basureros o barrenderos.
Lo que en tal caso le pone límites a Los dueños de la calle es el respeto por las convenciones de género, asumidas por Gray con obediencia casi filial. Lo cual no lo lleva a perder intensidad dramática, por cierto. Con Joaquin Phoenix como frater doloroso, cuando Los dueños de la calle pone quinta parece a punto de prenderse fuego. El símil automovilístico no es azaroso: la película cuenta con una persecución automovilística, bajo una espesa tormenta y con elocuentes ralentis, que podría lucir sin vergüenza al lado de las de Bullit, Contacto en Francia o Vivir y morir en Los Angeles.
La otra gran prova de bravura es la escena en la que Bobby va microfoneado al encuentro con unos gangsters, y éstos lo descubren. Allí, el brutal tiroteo lo ensordece, ensordeciendo también la banda de sonido. Una de esas ideas de puesta en escena que permiten que una película se libere, como en estado de gracia, de las ataduras de cualquier convención.
7-LOS DUEÑOS DE LA CALLE
(We Own the Night) EE.UU, 2007.
Dirección y guión: James Gray.
Fotografía: Joaquín Baca-Asay.
Música: Wojciech Kilar.
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Mark Wahlberg, Robert Duvall, Eva Mendes y Tony Musante.
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