PLASTICA › LA EXPOSICIóN DE FERNANDO FAZZOLARI EN LA BARRACA VORTICISTA
Después de una carrera frondosa y muy visible durante las décadas de los ‘80 y los ‘90, en estos últimos años el artista editó una revista y eligió dar un paso hacia el margen, mostrando su obra en lugares menos mundanos.
› Por Fabián Lebenglik
–¿Como surgió esta exposición?
–Cuando comencé con la edición de la primera revista El Surmenage hice una muestra en el Centro Cultural Recoleta: fue en el año 2000. Salieron quince números de la revista. Y ahora sale la segunda época, el capítulo dos. Y la exposición es un diario visual de las vacaciones con mis hijos. Son dibujos tomados en la playa. Dibujos en libretas, en papelitos. Pensé cómo podía exhibir esos dibujos y se me ocurrió plotearlos en grandes telas, con sogas, como si estuvieran dibujados sobre las carpas de la playa. A esa serie de dibujos les agregué unas pinturas que estuve haciendo sobre la playa, desde una terraza, mirando el mar. Y a eso agregué fotografías y luego unas reposeras con dibujos y costuras...
–¿Cuándo y cómo apareció la idea de los dibujos sobre superficies transparentes?
–Trabajé la idea de los transparentes en una muestra que hice hace dos años en el Complejo Cultural de Río Gallegos. Allí surgió, junto con la proyección.
–Tu pintura, tus objetos e instalaciones siempre tuvieron densidad, mucha carga de materia y, ahora, esta nueva obra es muy liviana y simple: no tiene densidad.
–Es cierto. Esta es una muestra de negro sobre blanco: algo así como poner los afectos en su lugar. Tiene mucho de escritura. Es un diario sobre el fenómeno vacacional. Me gustó trabajar también sobre reposeras, como formando parte de esta música. Y además hice una contrarrepresentación de la reposera, con alambres de púa: es una obra sobre el dolor de amar. La exposición es casi un registro.
–Ante el despliegue de tu obra anterior, ahora se ve un repliegue.
–Sí. Es una exposición íntima, familiar. Es un repliegue porque se trata de una muestra endogámica. Es una etapa en que se registra un proceso. Lo veo como un lugar de fortalecimiento. En la medida en que se pueda reconstruir el yo, busco otro camino. Por eso vuelvo a publicar El Surmenage, a juntar gente, a generar ideas en busca de forma, de cuerpo... y allí está el pensamiento. No me gusta la obra como catarsis, ni tampoco quiero cerrar el sentido.
–Hay una relación entre dibujo y escritura. Los movimientos del mar casi están trasladados y transformados en trazos lingüísticos o en una notación musical.
–La obra visual tal vez se funde en escritura. Tengo la fantasía de escribir cuadros. Es el proceso: pérdida de densidad, carácter dibujístico, levedad de la nueva obra... silencio. Todo tiende a la escritura. Estoy buscando precisión, ajuste. Estoy buscando el vórtice: el eje inmóvil, el punto inmóvil. Eso que ayuda a que lo demás se ponga en movimiento.
–Hay un pudor que casi se vuelve disolución de la subjetividad, de una subjetividad que forma parte de otra, mayor.
–Porque la primera persona del singular me pesa. Me siento más cómodo en el “nosotros” que en el “yo”. Necesito del conjunto: tengo la ilusión de lo colectivo, de la familia, los amigos, la política, una subjetividad ampliada. Creo que la obra personal se disuelve en distintos trabajos. Cuando pasaba mi currículum para colocarlo en el sitio de Internet de La Barraca... alguno podría pensar que desde los años ’90 hice muy poco. Pero en realidad estuve haciendo cosas grupales, participando colectivamente, no sólo en cuestiones relacionadas con las artes visuales, también con la poesía, el teatro, la danza, la participación en espacios nuevos. Me corrí de determinados lugares porque hay cosas que no estoy dispuesto a hacer más. Me parece que muchos artistas hoy tienden al puro acto sin reflexión, sin discusión; tienden a la pura satisfacción. Por eso elegí irme a la marginalidad: al Cabaret Voltaire, a Zapatos Rojos, a Estación Halógena; hacer performances... Todas son experiencias colectivas.
–¿Cómo pensás la idea de la playa?
–En principio, para mí la playa es blanco y negro: es contraste fuerte de luz. El horizonte en la playa es tremendo, las rayas del mar se vuelven casi una partitura musical, una escritura. El viento lleva la arena, las carpas se mueven... La playa es notablemente visual, tiene algo hipnótico: el mar, un muelle, los ruidos de las olas, el vapor que levantan. La playa es la generación de un estado de limpieza mental: las huellas del mar en la playa, la humedad de la costa. Cómo se humedece y luego se seca la arena. Es increíble todo lo que sucede en esa nada. En la playa, los matices cuentan. Todo el tiempo la mirada está a disposición. Cuando uno está leyendo, levanta la vista y todo está ahí; cuando miramos la costa surgen situaciones de tensión, la atención puesta en los hijos...
–Hablabas de la muestra como un “registro” y eso puede compararse a la situación del cronista, pintor y dibujante viajero...
–... que tomaba notas, hacía croquis. También al relato de un topógrafo, de un arqueólogo, de un antropólogo. Mucho de todo esto está relacionado con la idea de descubrimiento. La medición, la arquitectura... salvo que en mi caso no hay propósitos. Mi situación es la de registrar un estado de existencia.
–No sólo hay registros en forma de dibujos, también hay registros fotográficos.
–Esta serie de fotos las tomé a la hora del crepúsculo. Son enramadas que proyectan sus sombras sobre la lona de las carpas y tomé una foto de cada carpa. Sin retoques, sin alteraciones: un puro registro fotográfico carpa por carpa.
–Volviendo a los dibujos, ¿qué efecto tiene respecto del dibujo original, la transferencia de un ploteado, sin intervención artesanal de la mano del artista?
–El ploteado aumenta el instante del trazo: magnifica esa urgencia, esa respiración del trazo que se transforma.
–Y por otra parte se superpone la sombra de un dibujo realizado a mano sobre una superficie transparente.
–La sombra del transparente produce un juego de movimiento, de aire dentro de la obra. Hay proyección y la obra deja de ser estática. Todo está en movimiento, en continuo cambio. Es un aire que marca la presencia del viento.
(Hasta el 19 de julio en La Barraca Vorticista, Estados Unidos 1614.)
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