PLASTICA › BIENAL INTERNACIONAL DE ESCULTURA EN RESISTENCIA
La muestra convocó a diez prestigiosos escultores de todo el mundo, que trabajaron en torno de los diez mandamientos. El alemán Stefan Ester ganó el Gran Premio Chaco, por su obra Moisés. Las piezas pasarán a formar parte del acervo cultural de la ciudad.
› Por Oscar Ranzani
Desde Resistencia
La Bienal Internacional de Escultura, que cumplió veinte años de existencia y finalizó el sábado en Resistencia, convocó a diez prestigiosos escultores de todo el mundo, previamente seleccionados (algunos muy jóvenes y otros más veteranos) para que trabajaran “a cielo abierto” en el predio del Domo del Centenario, en torno de los diez mandamientos. Organizada por la Fundación Urunday y el gobierno del Chaco, la Bienal –que cuenta con el apoyo de la Unesco– propuso a los artistas como desafío elaborar una escultura a partir de un tronco de madera de 4 metros por 50 centímetros de quebracho colorado, al que se le podían agregar tres caños de metal. Estas obras pasarán, posteriormente, a formar parte del acervo cultural de Resistencia, que cuenta en sus calles y avenidas con 500 esculturas, uno de los motivos por los que se está proponiendo que la capital del Chaco sea declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad.
“Es un gran honor”, dice escuetamente el alemán Stefan Ester a PáginaI12, minutos después de ganar el Gran Premio Chaco, el máximo galardón de la Bienal. Nacido en Alemania en 1963, Ester se dedica a la escultura desde los 16 años y viajó a la Argentina para construir con madera su Moisés. Su obra está compuesta por dos vigas divididas en diez cortes “que representan los diez rayos de luz que caen hacia la Tierra. Y si uno se fija hay diez círculos, que serían los diez mandamientos ya plasmados en la Tierra”, explica el artista, que suele trabajar con bronce, piedra y hielo. El primer premio de la Bienal se suma a la vitrina poblada por el 1º Premio del Concurso de Esculturas en Nieve de Alemania y el 1º Premio en el Simposio Internacional de Escultores de Alemania, entre otros. Respecto del origen de su obra, Ester señala que Moisés fue “la primera idea que se me ocurrió y no solamente como una forma que yo haya pensado sino que fue el sentimiento que me nació desde adentro para representarlo de esta forma”. La otra gran ganadora de la Bienal es la búlgara Liliya Pobornikova, que obtuvo el Premio del Público y el de los Niños por su escultura Honrarás a tu padre y a tu madre, y que, según explica “representa a la madre como si fuera un ángel”. Respecto de la obtención de los premios, Pobornikova expresa con mucha alegría en su rostro que “es muy especial porque siento que, a través de esto, hago feliz a la gente. No es sólo por mí”.
El tronco trabajado por el joven argentino Juan Pezzani se transformó en una escultura formada por dos partes: una escalera y un pórtico. No tiene título. “Concebí algo que tenga que ver con la ascensión, con lo espiritual, con la superación interna. Entonces, pensé que la escalera era un buen símbolo para hablar de la ascensión, del camino en la vida y de las distintas etapas”, relata Pezzani, y agrega que, además, le agregó el pórtico que funciona “como un espejo donde uno puede mirar pero también empieza a mirarse a sí mismo internamente”. El conjunto representa distintos momentos en la vida de un individuo incluyendo los principales: el nacimiento y la muerte.
Desde Brasil, llegó Cicero D’Avila, escultor de 42 años nacido en San Pablo y que se dedica a este arte desde hace dos décadas. Para construir su obra, No matarás, D’Avila utilizó como disparador su condición de ecologista: “Pienso que el ‘no matarás’ se encuadra muy bien en la temática ecológica. No debemos matar no sólo a las personas sino tampoco a los otros seres vivos, a la naturaleza”, dice el escultor brasileño. La escultura muestra a dos pequeños indios (un niño y una niña) que representan “a los dos últimos sobrevivientes”, cuenta D’Avila, que denuncia que los seres humanos “estamos quemando las flores, haciendo uso indebido de los recursos naturales, llevamos a la naturaleza a una situación crítica”.
Qawak fue esculpida por el peruano Pool Guillèn Bezada, escultor de 33 años que suele trabajar con hierro y mármol y que para la Bienal aceptó el desafío de la madera. “El qawak era el centinela o el guardián de los mandamientos del inca. Y de esa manera relaciono el tema de la Bienal, los diez mandamientos, con el tema cultural de mi país”, explica Guillèn Bezada. Básicamente, la escultura “es como un personaje –dice el escultor peruano–. Tiene la proporción de un ser humano con una especie de corona. El hueco que hay en el medio de la cabeza tiene un significado simbólico: es tanto el ojo del centinela como el del sol. Entonces, es el Dios sol que te vigila.”
Regeneración pertenece al iraní Ali Honarvar. “Yo relacioné los diez mandamientos con la naturaleza ya que ésta es armoniosa y los diez mandamientos tratan de que los humanos lo sean dentro de la sociedad”, puntualiza el escultor. Cada parte de su escultura tiene un significado: la de abajo es la tierra, la de arriba (que es lisa) es el cielo y la humanidad son los relieves. La idea es que todos unidos y ayudándose “pueden llegar al cielo”. Si no están unidos y no tratan de mantenerse dentro de los diez mandamientos se separan y se desarma la humanidad.
El becerro de oro era un falso dios adorado por los hebreos que había sido fabricado por el hermano de Moisés, Aarón, con los aretes que tenía la gente en las orejas. Cuando Moisés baja del monte con las tablas de la ley, vio que la gente estaba adorando al becerro de oro. Entonces, rompe las tablas de la ley y luego destruye el becerro. Inspirado en esta historia, el serbio Vladan Martinovic tituló a su escultura El becerro de oro. El artista señala que “todavía vivimos en este tiempo roto, por así decirlo. En cierto modo, todavía estamos jugando con el becerro de oro. No escuchamos los diez mandamientos”, sentencia Martinovic.
El pilar de los 10 mandamientos corresponde al canadiense Domenico Antonio di Guglielmo. El escultor comenta que su obra se basa en tres aspectos: “Primero, es un obelisco de la época de los egipcios que estaba puesto delante de los monumentos funerarios y que habla sobre la familia. El segundo tiene el concepto de un tótem, una representación aborigen de la familia y tiene muchos símbolos de animales a lo largo del mismo. El tercero es una máscara que todos tenemos”, analiza el artista, que se dedica a esculpir desde los cinco años.
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