PLASTICA › EXPOSICIóN HOMENAJE A UN GRAN PINTOR: GORRIARENA SIGLO XXI
El Centro Cultural Recoleta inaugura pasado mañana, con auspicio de Página/12, una antología de obras del gran arista fallecido a comienzos de 2007. Se trata de una selección de 39 cuadros pintados durante los últimos años de su vida.
› Por Raúl Santana *
Entre los debates en torno del arte que se desarrollaron en las primeras décadas del siglo XX, artistas y teóricos de la abstracción emergente, cuestionando la ilusoriedad representativa, han afirmado que la historia de la pintura ha sido la aventura de un cuerpo –la materia– y su sombra lo que se ha erigido a lo largo de centurias como figuraciones. Salvo casos muy excepcionales, la materia habría quedado minimizada para dar protagonismo a las sombras. Con distintos grados de aparición o desaparición del referente se ha desarrollado la saga de la pintura. Eliminar las sombras para darle protagonismo a la materia ha sido el tema fundamental de la aventura emprendida por aquellas abstracciones emergentes. ¿Será cuestión de elegir tajantemente la sombra o el cuerpo o es posible seguir refiriéndose al mundo sin restarle protagonismo y dimensión a la pintura? El dilema planteado ha sido tratado exhaustivamente a lo largo del siglo y en lo que va del XXI por la tarea de innumerables artistas, y no ha sido ajeno a las preocupaciones de Carlos Gorriarena. Su obra se erige como una vital y potente respuesta al problema planteado: si bien para concebir sus obras ha partido casi siempre de fotografías de los medios, jamás ha dejado que el referente opaque su pintura. La incidencia entre su pintura y la realidad aparece a través de la materia directa que hará vivir en la tela formas, signos y tramas secretas, lejos de cualquier descripción, verdad empírica o anatómica, que nos remite desde su mundo de equivalencias visuales al mundo, como si éste alcanzara una conflictiva, luminosa, enigmática o doliente presencia. No es casual que alguna vez, refiriéndose a aquellas fotografías, haya dicho “me actualizan la incoherencia del mundo”. Referencia particularmente notable en aquellas obras de la década del ’70, en las que el objeto elegido era político o, mejor dicho, los efectos que sobre la realidad tiene lo histórico-político. Alejada de cualquier sentimiento celebratorio, la expresividad de esa etapa –momento en que su obra empezaba a tener los más altos reconocimientos– lo incluía en lo que debemos llamar “tradición crítica” del arte argentino.
Gorriarena siempre se reía de la vieja antinomia abstracción-figuración, que todavía tenía vigencia en nuestro medio en la década del ’50, momentos en que comenzaba a hacerse pintor. El se situaba más allá, aclarando que toda pintura tiene que ver con formas abstractas que deben vivir en el cuadro, sea partiendo de un objeto elegido o no.
En 1984, en un reportaje realizado por Miguel Briante a Gorriarena, Macció, Noé, Heredia y F. Maza para el diario Tiempo Argentino, en un momento se suscitó un intercambio de ideas entre Macció y Gorriarena que significó una bella perla. Frente a una pregunta, Gorriarena contestó “Rómulo es el mejor pintor de nuestra generación”. Tal vez abrumado por semejante elogio sinceramente expresado, un poco más adelante del reportaje le tocó responder a Rómulo frente a la pregunta “¿Qué dirías de Gorriarena?” “Que es un pintorazo (...) desde hace unos años está haciendo cosas fenomenales, sobre todo cómo pone la materia, cómo la hace vibrar, es sensacional. Lo único que le puedo criticar, ya que él está aquí, es eso de que se enojó tanto cuando dije que para mí la pintura es un arte del espacio, creo que es porque es un pintor español y los pintores españoles tienen bastante poco sentido del espacio, salvo Velázquez, que aprendió de la pintura italiana, son más bien románticos, cuando ven un hueco meten una cosa.” Macció expresaba una concepción del espacio totalmente opuesta a la de Gorriarena, para quien el espacio jamás es esa caja o escenario que se impuso en el Renacimiento, cuando se consolidaron las leyes de la perspectiva. No está definido a priori, es un resultado posterior al accionar del artista en cada cuadro, es lo ocupado por la materialidad de las figuras, los objetos y el vacío que las contornea. Más que lugar donde campean los encuentros serenos, es lugar de conflictos, de ahí la violencia e intranquilidad que tantas veces expresan sus pinturas, que rechazan la idea del espacio como continuo y homogéneo.
En los primeros años del retorno de la democracia empieza a cambiar el objeto elegido; ahora Gorriarena dirige su poderoso foco a lugares voluptuosos, puntos de encuentro de excitación, frivolidad, vicio y abandono; pasarelas y vidrieras donde la farándula y otros submundos hacen su celebrada aparición mostrándose como en el mejor de los mundos. En su galería de “casos” y “cosas”, el pintor, negándose como siempre a la “inocencia artística”, propone un imaginario ambiguo y enigmático; siente su arte como ese ámbito en el que suceden acontecimientos que tienen que ver con la pintura como laberinto que posibilita otras tramas. Y si en el período en el que el objeto elegido era histórico-político se señalaba hasta qué punto estamos insertos en la violencia, en estas obras irónicas y sarcásticas pareciera decirnos que en los lugares de esparcimiento y voluptuosidad, en la televisiva frescura y espontaneidad de sus personajes, la violencia persiste como mueca decorativa.
Paralelamente, comienzan a aparecer señales de otro sentimiento del mundo; tal como expresó el pintor en una conversación que mantuvo conmigo a comienzos de la década del ’90, publicada en la revista Cultura: “Vos dijiste alguna vez que yo sigo siendo un cronista y lo creo. Pero ahora lo soy sin preocuparme de serlo (ríe). Antes había una preocupación de documentar, de objetivar más mi relación con el contexto. Hoy no tengo ese tipo de preocupación. (...) Pero esto tiene una causa muy concreta: el hecho de que haya pasado a segundo o tercer término la agresión, la crítica (ríe) a uno le resulta más difícil elegir algo para pintar. (...) Si tuviera que ejemplificar diría que las fotos que hoy me interesan las hubiera desechado totalmente diez años atrás”.
Podemos advertir claramente en aquella pintura de los primeros años de la década del ’90 que la negación al fondo, esos planos por momentos brutales, ese rasgado de las figuras que otorga primeros planos todavía más abruptos, sin desaparecer, comienzan a alternar con otro imaginario, donde las figuras, como en el cuadro “Querida nuestro siglo se acaba”, de 1990, manifiestan un lirismo alejado de sus habituales ficciones. La escena hace convivir al espectador con lo familiar que se vuelve extraño, en un clima de serena incertidumbre.
Otro rasgo del nuevo imaginario es que la predominancia del mundo urbano comienza a alternar con inesperados encuentros con la naturaleza. Seguramente sus estadías en el Tigre primero y después en su amada casa “Siete Candelas” de La Paloma, donde hasta su muerte pasó muchos veranos junto al mar, fueron despertando en él un inquietante interés por la tierra, los cielos, el río y el mar, como si el mundo empezara a adquirir nuevas distancias, inexistentes en sus abigarradas visiones de otras etapas.
En el magnífico cuadro “En algún lugar siempre amanece II”, de 2006, que es un indudable autorretrato, retoma la estructura de “Recuerdos del siglo XX”, de 1994, pero ahora con un endemoniado juego de espacios virtuales. Otro juego similar se puede apreciar en “El pintor y su sombra”, de 2006. Hay un cuadro, “El riesgoso camino hacia la nada”, también de 2006, que para los amigos de Gorriarena fue recibido como una conmovedora despedida; una figura de espaldas serena y decidida está comenzando a entrar “en un bosque sombrío”.
La pintura de Gorriarena siempre ha sido un riesgoso camino, aquello a lo que se refería el gran poeta expresionista alemán Gottfried Benn, cuando afirmó: “El mundo de la expresión: ¡esa mediación entre la razón y la nada!”. Palabras que sintetizan admirablemente el camino del artista. Sólo habría que agregar que su obra ha sido destilada insistentemente de las invisibles heridas, a veces cicatrizadas, otras no, que acompañaron la existencia de este gran pintor llamado Carlos Gorriarena.
(En el Centro Recoleta, Junín 1930, del jueves 23 de julio al domingo 23 de agosto.)
* Curador de la exposición. Fragmento editado del texto escrito especialmente para esta exposición.
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