Martes, 13 de octubre de 2009 | Hoy
PLASTICA › A PROPóSITO DE LOS VEINTE AñOS DEL CENTRO CULTURAL ROJAS
En la galería del Centro Rojas no sólo sucedió parte de lo más interesante del arte de los años noventa, sino que en el nuevo siglo fue un centro que produjo finales y recomienzos simbólicos en el mapa del arte argentino de los últimos años.
Por Valeria González *
Cuando Gumier Maier dejó su función de curador en la galería del Rojas, lo sucedió en el puesto Alfredo Londaibere, uno de los artistas emblemáticos que había surgido allí. En principio no parecía haberse planteado ningún cambio de rumbo; de hecho durante su gestión volvieron a mostrar varios artistas que ya habían pasado por aquella sala. Sin embargo, de todos los nombre nuevos propuestos por el flamante curador, sólo una artista, Alicia Herrero, fue reconocida como “artista argentina de los ’90” en el libro del Fondo Nacional de las Artes. La consagración coincidió con el cierre del modelo. En la cronología del citado libro, en el año 1997, desaparecen las menciones a la galería del Rojas: la extensa nómina se dedica a los múltiples premios, becas, bienales y exposiciones en el exterior ganados por la generación ya constituida. El Rojas deja de ser percibido en este documento como un semillero de lo nuevo.
El protagonismo que adquirió esta institución en el proceso de conformación de un modelo de arte argentino de los ’90 difícilmente pueda repetirse, en gran parte porque la mitificación que ese mismo relato produjo condena a la prehistoria toda acción anterior (¿quién recordaría hoy las exposiciones de artes visuales realizadas en el Rojas antes de la llegada de Gumier Maier?) y obliga a los sucesores a un necesario posicionamiento retrospectivo. En el año 2002 Fabián Lebenglik fue designado director del Centro. Se trataba de una persona externa a la burocracia estatal y vinculada íntimamente al protagonismo que había logrado el área de Artes Visuales durante los ’90. Además del esfuerzo por tornar más transparente y operativa la estructura institucional, Lebenglik se propuso recuperar esa “época de oro”, convenciendo a Gumier Maier de volver como curador y construyendo una nueva, una “verdadera” sala de exposiciones en el edificio contiguo. La última muestra programada por Gumier Maier a fines de 2003, aun en el antiguo pasillo, se pensó como una auténtica despedida. La acción artística de Jane Brodie consistió en taladrar literalmente sus muros. Esta iba a ser, también, la despedida de Gumier Maier, quien poco después se alejó del cargo. Entretanto, la nueva galería demoró (por motivos externos al proyecto) más de dos años en abrir. Aun involuntario, ese lapso de vacío, de ausencia de un dispositivo de exhibición de arte objetual, resultó significativo, pues empalmaba con un contexto artístico donde la crisis económica y las nuevas formas de protagonismo social emergentes en 2001 habían conducido a una revisión radical del papel de las prácticas estéticas y curatoriales. Durante 2004, se creó en el Rojas, con la colaboración de Roberto Jacoby y el Proyecto Venus, el Area de Sociedades Experimentales, donde se pusieron en práctica las nuevas modalidades de acción –relacionales, situacionales y micropolíticas– características de ese momento. El Area de Artes Visuales recobró visibilidad recién en agosto de 2005 con la creación de la Galería del Poste, un proyecto de la artista Lucrecia Urbano coordinado por la nueva curadora, Eva Grinstein. Como su nombre lo indica, se invitaba a artistas contemporáneos a intervenir el poste de luz ubicado en la puerta del Rojas. La inauguración de la nueva galería sucedió finalmente en abril de 2006, con una pujante exhibición de Valeria Maculan y Noelia Yagmourian, que se medía con las características del espacio, amplio, luminoso, y con un frente vidriado sobre la avenida Corrientes. Las publicaciones, institucionales y periodísticas, concordaron en vaticinar para la nueva galería la continuación, en merecidas condiciones, del legado heroico del Rojas. Sin embargo, coincidiendo con el alejamiento de Lebenglik de la dirección, ésta cayó inmediatamente en desuso. El programa de Artes Visuales quedó concentrado, no en esa vistosa galería a la calle, sino en el proyecto del Poste que se de-sarrollaba directamente en la vereda pública. Amén del “fracaso” de los augurios proyectados sobre la nueva sala, en el fondo este plan de intervenciones callejeras sintonizaba mejor con contexto artístico posterior a 2001.
Desde su inicio mismo en 1989, la sala de exposiciones del Rojas había debido –y debe– compartir su programación con usos puramente utilitarios o eventos institucionales que se intercalaban cada tanto. Como afirmamos arriba, la programación de la galería quedó parada luego de la muestra inaugural. En este contexto, el gesto concreto de algunos artistas de reapropiarse directamente del espacio para realizar muestras de arte resultó sumamente significativo. Arrancaron Hernán Salamanco, Lucio Dorr y Andrés Sobrino en septiembre de 2006; luego tuvieron lugar las exposiciones organizadas por los artistas Fernando Brizuela y Sandro Pereira. Cuando Máximo Jacoby asumió como nuevo curador de la institución, en julio de 2007, reconoció en estas iniciativas autogestionadas la condición de posibilidad de presentación de su propio programa exhibitivo.
Fabián Lebenglik había señalado, al asumir como director, la importancia sociocultural que implicaba la ubicación geográfica del Rojas, “entre los bares cultos de avenida Callao y los negocios populares del Once”, y su intención de reconectar al Centro con el barrio, sobre todo a través de los talleres abiertos a la comunidad. Máximo Jacoby intentó llevar, de alguna manera, este ideal al espacio de la galería. En este proceso, se dio una radical redefinición del concepto de “arte marginal” que había estructurado la labor de Gumier Maier. Entre la muestra de Street Art o arte callejero (julio, 2007) y Tropicalísima (abril, 2008) se produjo un giro discursivo. Si en la primera el texto aludía a la genealogía de una forma de expresión ya legitimada por la institución del arte, y a acciones “frescas y espontáneas”, “desprovistas de ataduras políticas” y que “no marcan diferencias de clases”, en la segunda se afirmó, sin rodeos, una negativa a “sostener la estética del llamado arte contemporáneo, mero cristal legitimador de la clase dominante” en un contexto en que “cada vez son más los habitantes de la ciudad que viven en la marginalidad”. Independientemente de todo juicio acerca de la exposición, destacamos aquí la operación enunciativa que volvía a pedirle al arte no que interpretara sino que fuera capaz de intervenir sobre la realidad. El programa curatorial buscaba resintonizar la herencia del Rojas en un nuevo contexto político.
Esta conciencia retrospectiva culmina en 2009, cuando el área de Artes Visuales decide concentrar sus esfuerzos en una exposición y la publicación de un libro que den cuenta de sus 20 años de historia. Dos lazos cooperativos significativos se producen en este proyecto. La participación activa del Centro Cultural de España en Buenos Aires (Cceba), porque explicita el lugar del Rojas como parte de un entramado institucional; la presencia de quien firma estas líneas, porque revela la confianza depositada en la posible relación productiva entre el Centro Cultural Rojas y la Universidad de Buenos Aires.
(La muestra de los 20 años de la galería del Rojas se presenta simultáneamente en CCRojas –Av. Corrientes 2038– hasta el 14 de noviembre, y en el Cceba –Paraná 1159– hasta el 7 de noviembre.)
* Crítica de arte y docente de la UBA. Curadora de la exposición. Anticipo de un fragmento de su ensayo para el libro catálogo que se publicará al cierre de la muestra, el 14 de noviembre.
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