PLASTICA › ARTE DE CUBA DE LAS DéCADAS DEL 20, 30 Y 40, EN EL MALBA
Una muestra de 160 obras de la vanguardia cubana permite apreciar el aporte de la isla al arte moderno. Identidad, criollismo, erotismo, negritud, nacionalismo y compromiso en Blanco, Pogolotti, Blez, Lam y Amelia Peláez, entre otros.
› Por Fabián Lebenglik
En el Malba se presenta una exposición sobre la vanguardia cubana que incluye 161 obras (entre pinturas, dibujos, fotografías y revistas) de las décadas del veinte, treinta y cuarenta, que pertenecen en su mayoría al patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana y a la Fototeca de Cuba.
La muestra, titulada “Caminos de la vanguardia cubana”, se centra en la obra de 18 artistas y no sólo ofrece una antología de la vanguardia de Cuba, sino que, en el caso de varios de los pintores, dibujantes, ilustradores y fotógrafos seleccionados (como Amelia Peláez, Wifredo Lam, Marcelo Pogolotti, Carlos Enríquez, Eduardo Abela y Rafael Blanco, entre otros) se presenta una breve antología de cada uno de ellos.
La curadora de la exposición, Llilian Llanes, doctora en Artes por la Universidad de La Habana, es una cubana del mundo, de reconocido prestigio internacional, que se ha dedicado al estudio e investigación del arte de su país, particularmente sobre la arquitectura –tema sobre el cual publicó cuatro libros–. Fundó el Centro Wifredo Lam y dirigió durante quince años la Bienal de La Habana. Se desempeñó como docente de la Escuela de Artes y Letras de su universidad y como vicerrectora de investigaciones y estudios de posgrado del Instituto Superior de Arte de Cuba. Fue jurado de varios eventos internacionales, como el Parque de la Memoria (de Buenos Aires) y de la Bienal de Venecia. En 2006, Llanes presentó la muestra “Cuba Vanguardias” en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y en el Palazzo Bricherasio de Turín.
La selección de obras de esta muestra no busca ser exhaustiva, sino resumir los aportes y principales tesis del vanguardismo artístico de la isla. Uno de los desarrollos temáticos que sirve como punto de partida es el de la imagen de la mujer, porque a través de la pintura de género, altamente codificada a lo largo de la historia del arte, las obras incluidas en la exhibición no sólo resultan reveladoras en términos de la renovación estética y los aportes y matices particulares al género, sino también el proceso de transformación de la mentalidad. En este sentido Llanes explica que “si mediante las distintas formas de abordar la problemática femenina los artistas dan cuenta del creciente protagonismo que alcanzó la mujer fuera de lo doméstico, es en el tratamiento del erotismo vinculado al género donde sus niveles de transgresión se corresponden con el espíritu de transformación introducido por los vanguardistas: un fenómeno que incluye desde los relativamente contenidos desnudos de Joaquín Blez hasta los provocativamente subversivos de Carlos Enríquez, entre los que se destaca su serie de las lesbianas. En ninguno de los dos casos estas manifestaciones fueron pasadas por alto por la pacata sociedad republicana, que llevó a los tribunales a la revista Carteles por publicar las fotografías de Blez y aplicó la censura a las dos exposiciones en las que Carlos intentó exhibir (primero sus dibujos y después sus óleos)”.
A esta impecable observación de la curadora sólo cabría agregar, respecto de la “pacatería de la sociedad republicana”, una nota al pie sobre la pacatería de la moral revolucionaria (tanto de la Revolución Cubana en particular como de otras luchas y procesos revolucionarios) en relación con las conductas y elecciones sexuales. En lo que respecta al desprejuicio, los artistas, escritores e intelectuales, generalmente han estado un paso adelante de las sociedades y los Estados en que les toca vivir.
La experimentación de los artistas cubanos funciona aquí como un sistema de recepción, adaptación y transformación personal de aquello que las vanguardias europeas habían propuesto plásticamente unos años antes.
En el capítulo dedicado a “La mujer como pretexto para la experimentación plástica” se incluyen obras de Jorge Arche, Fidelio Ponce de León, Carlos Enríquez, René Portocarrero, Mariano Rodríguez, Arístides Fernández, Amelia Peláez, Joaquín Blez y Conrado Massenguer.
En el apartado dedicado a “Modernidad, universalidad y nación”, la muestra profundiza en el modo en que los artistas buscaban evocar lo propio, reflexionar sobre su identidad, tematizar la cuestión nacional, al tiempo que daban cuenta de su criollismo, de la negritud y el mestizaje. Y a partir de este aporte identitario, hacer de lo propio una cuestión universal. Así, el tratamiento de campo, la reinterpretación del paisaje y su interacción con la figura humana; la aparición del guajiro y del componente negro y mulato expande e incorpora a la pintura (el dibujo, la fotografía, etc.) cuestiones fundamentales de la composición social, política y cultural cubana.
Sobre este punto, Llanes puntualiza que “el principal desafío del movimiento de vanguardia en Cuba se circunscribió a una sola pregunta: qué era realmente lo cubano. Alrededor de esta cuestión giraron sus dos conceptos básicos: el criollismo y el afrocriollismo, que evolucionaron desde la perspectiva cultural que les dio origen, a la social, en medio de las circunstancias de vida a la que estaban sometidos los hombres y las mujeres de los sectores con ellos relacionados”.
Por supuesto que la incorporación de cada tema al campo del arte no resulta de un proceso lineal, sino que se desarrolla gradualmente, con avances, polémicas, retrocesos y nuevos avances. En muchos casos, cada nueva expansión hacia determinadas etnias, grupos sociales o componentes culturales, se produce en principio como efecto más de una curiosidad que de una verdadera apuesta estético-ideológica.
En esta sección se pueden ver obras de Mariano Rodríguez, Carlos Enríquez, Antonio Gattorno, Arístides Fernández, Víctor Manuel García, Jaime Valls, Mario Carreño, Portocarrero, Peláez, Wifredo Lam y José Manuel Acosta.
El apartado siguiente trata sobre el compromiso social de los artistas y aquí entra no sólo el tratamiento plástico a través de la pintura y el dibujo –resulta extraordinaria en este capítulo la selección de trabajos de Marcelo Pogolotti–, sino también del humor político –en la serie de “El Bobo” de Eduardo Abela–.
Antes que en las vanguardias pictóricas, la expresión más cabal de cubanidad apareció en la música y la literatura. “Lo cierto es que por los mismos años –escribe la curadora–, a diferencia de la música y la poesía, en el ámbito de la plástica la interpretación de este fenómeno cultural no traspasó los estrechos límites de la aldea local. Por lo general, en la abundancia de imágenes hubo una nota demasiado explícita de costumbrismo, muy cercana al exotismo con que el tema era apreciado desde el extranjero. En la pintura, para que el tema adquiriera la hondura poética y la trascendencia de la obra de Guillén, hubo que esperar la llegada a La Habana de Wifredo Lam, en las postrimerías del movimiento.”
La exposición cuenta con un excelente catálogo bilingüe de más de doscientas páginas, que contiene –además de reproducción de las obras exhibidas– un largo ensayo de Llanes, una detallada cronología artística cubana sobre el período 1910-1944, y una sección biográfica de todos los artistas incluidos en la selección.
Entre otras actividades relacionadas con la exposición, mañana a las 18.30, en el Museo, el docente e investigador Roberto Amigo tendrá un encuentro con el público. Y el miércoles siguiente, 21 de abril, a la misma hora, el especialista en estética contemporánea (y doctor en Filosofía) Claudio Ongaro Haelterman dará una conferencia sobre las vanguardias en América latina.
En el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 3 de mayo.
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