PLASTICA › JORGE SARSALE EN EL CENTRO CULTURAL BORGES
Una veintena de obras que de lejos lucen como rítmicos y caóticos conjuntos de trazos que conforman ejércitos de insectos y vegetaciones invasivas, de cerca, revelan un riguroso sistema de procedimientos obsesivos.
› Por Fabián Lebenglik
De una primera mirada lo que se ve es un conjunto de cuadros de distintos tamaños, aislados o agrupados, y obras de pared, que se destacan por la proliferación rítmica y caótica de infinitas rayas y líneas negras, grises, rojas y color madera, que crean un efecto visual enmarañado, de un ejército de insectos.
Con la cercanía se disipa la indeterminación, porque la obra nos permite (nos invita a) asomarnos al motor de ese ritmo visual, de esa sucesión inagotable, virtuosa, en la que se alternan y combinan cientos y miles de tiras de papeles, con una regularidad, grosor y condición combinatoria que busca la variación continua de una obra a otra, pero que sigue patrones calculados cuidadosamente, como pulsaciones, gracias a los cuales se estructura cada uno de los trabajos de Jorge Sarsale.
Sarsale nació en Buenos Aires en 1952, es arquitecto y se especializó como artista en los talleres y seminarios de Noé Nojechowiz, Luis Felipe Noé, Carolina Antoniadis y Fabiana Barreda, entre otros.
Realizó exposiciones individuales en el país y en EE.UU. y Europa. Participó de muestras grupales nacionales e internacionales como “Futurity” HeriardCimino Gallery, New Orleans (2008); Salón Nacional de Pintura, Fundación Banco Nación, Centro Cultural Borges; “24 Horas soñando”, Muestra Homenaje a Raúl Lozza, Museo Lozza, Alberti, provincia de Buenos Aires (2008); “Pintura sin pintura”, Centro Cultural de España en Buenos Aires (2005); Estudio Abierto Avenida de Mayo (2004) y Harrod’s (2003); Premio Universidad de Palermo, Museo Nacional de Bellas Artes (2003). Ganó una mención en el Salón Nacional de Artes Visuales de 2009; una mención honorífica en el Salón Nacional 2008 de la Fundación Banco Nación; participó del Programa de Residencias Artísticas del Santa Fe Art Institute, Nuevo México (EE.UU., 2008) y del Programa Internacional de Intercambio, Atlantic Center for the Arts, Florida (2004).
Sarsale fabrica en primera instancia texturas complejas que por la obsesión de su ordenamiento generan el espejismo de su desaparición y dan lugar a otra estructura, ostensible, que luce caótica, aunque la idea de ritmo persiste con otro carácter.
Tiras infinitas se tejen, superponen, imbrican, complementan, enredan, apelmazan, pliegan, pegan, ordenan, en una disposición que parece caótica, pero que en realidad responde a un rigor obsesivo y detallista. Una anotación para los registros: lo suyo es notoriamente pictórico, pero no es estrictamente pintura, y allí comienza el juego.
Para ser consecuente con el espacio que lo convoca (en el contexto del proyecto “La línea piensa”, dirigido por Luis Felipe Noé y Eduardo Stupía), el propio Sarsale ofrece una explicación muy breve sobre aquello que le interesa: “Linealmente hablando, me interesa el accidente y la reiteración que llevan consigo encuentros afortunados y malogrados también”.
Sus “reiteraciones”, sin embargo, no vuelven a decir “lo mismo”: responden a las aludidas pulsaciones que van pautando el espacio de cada obra. Allí hay una escritura, una sintaxis, una relación entre tiempo real y movimiento virtual. Y esa escritura también está inscripta microscópicamente en la obra, porque las tiritas de papel o los fondos sobre los que se aplican las tiras a veces están conformados por páginas de la guía telefónica. Y allí se suceden nombres en orden alfabético, números, calles. Entonces, cuando nos acercamos, advertimos que los ejércitos de insectos que de lejos parece convocar esta obra, están hechos de listados alfabéticos. Aquí aparece la primera y material metáfora de sus trabajos.
La obra de Sarsale se organiza en torno de una materialidad precisa, de procedimientos específicos, de una mecánica rigurosa, es decir, de toda una serie de formalizaciones planificadas sobre las cuales el artista se apoya para generar imágenes como efecto secundario de estos procedimientos de reiteraciones y accidentes. En ese cruce productivo entre lo que se repite y lo que emerge inesperadamente, su obra se vuelve evocativa y provocativa.
Los rigurosos procedimientos de Sarsale no sólo funcionan como red en sentido figurado –como sostén de un método de producción, como matriz molecular, como rutina de trabajo, como promesa esquemática de continuidad–, sino también en el sentido simbólico y visual del concepto de red. Lo que vemos es también una red, una maraña de líneas y rayas. Líneas pegadas, aplicadas, o líneas en el espacio, como una viruta que hace combustión visual en el ojo del espectador.
A su vez, el procedimiento es perfectamente perceptible en una segunda mirada, ya que sólo está oculto tras el efecto hipnótico que causa su acumulación espacial y la inicial toma de distancia. A medida que nos acercamos la obra va revelando sola la materialidad de su sintaxis y su estructura.
La mecánica proliferante de su sistema constructivo hace eclosión y desborda (premeditadamente, por supuesto) en las piezas donde las líneas de papel conforman enormes piezas aplicadas directamente sobre la pared. Una especie de vegetación filamentosa que va creciendo en la superficie y el espacio con distintas articulaciones, según cada trabajo. Son obras de diferentes tamaño, pero que llegan a ser muy grandes, trabajadas específicamente para el espacio de exposición, que toman dos planos de pared incluyendo ángulos salientes o entrantes. Son piezas que van por fuera de los límites del marco, que llevan hasta nuevos confines la propia lógica de la proliferación, para sumergirse en cierto juego invasivo que sube la apuesta del aparente descontrol.
Como explica Eduardo Stupía en el catálogo de la muestra: “El menú que Sarsale nos ofrece incluye la expansión sostenida y la modulación de la línea y el color en leves alteraciones de grosor, dimensión, valor y paleta, ajustadas en intervalos muy cortos. El contrapunto de los grandes segmentos convive con una microfísica de elementos regulares e irregulares, cada uno con su vibración autónoma, cada uno como una microscópica miniatura abstracta. Estos, a su vez, conforman retículas lo suficientemente homogéneas como para que sus variaciones sean también apenas detectables, minúsculas, aunque notorias en la atmósfera global de cada cuadro; se percibe, centímetro a centímetro, el emocionante esfuerzo por lograr la mayor diversidad a partir de la más imperceptible diferencia”.
En el espacio del proyecto “La línea piensa” del Centro Cultural Borges, en Viamonte esquina San Martín.
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