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Martes, 25 de enero de 2011

PLASTICA › A PROPóSITO DEL LIBRO ARTES E INDUSTRIAS CULTURALES

El museo en la contemporaneidad

Un libro recién publicado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero presenta los debates actuales sobre administración y gestión de la cultura. Aquí, un fragmento del capítulo dedicado especialmente a los museos.

 Por María Alejandra Sánchez Antelo *

El origen de los museos debe rastrearse en la antigua Grecia, donde eran centros religiosos, espirituales y de erudición. Etimológicamente, la palabra “museo” deviene de mouseion, el templo de las musas.

Los primeros museos modernos, los de finales del siglo XVII, son del tiempo de las primeras ruinas artificiales. Representan esa misma voluntad del hombre moderno: revivir la Historia. Aunque existe una clara diferencia entre el museo y la ruina: mientras el primero responde a un objetivo científico, la ordenación del tiempo, la segunda es expresión de la nostalgia.

El concepto de “museología” y su institucionalización, el museo, surge en tanto categoría ontológica hacia mediados del siglo XIX con una realidad construida desde una identidad específica, lo que le daría un perfil particular a su gestión. El inicio del siglo XX dio a luz lo que se dio en llamar el “movimiento de modernización del museo”, sumamente influyente en Gran Bretaña y Estados Unidos, que construyó un paradigma museístico con un fuerte acento en la educación. Entre los años 1950 y 1960 se dio una nueva revolución en el paradigma en el que la dirección de interés principal de la organización se posa sobre el desarrollo de la comunidad por sobre la finalidad educativa. Nace, a su vez, un nuevo paradigma de la museología en tanto ciencia, lo que tendrá un impacto en la formación de recursos humanos y la gestión del museo. La comunidad no sólo será partícipe de este nuevo paradigma sino también protagonista. Durante la década de 1980, la nueva realidad socioeconómica marca el ingreso al dispositivo museo del concepto de racionalidad organizacional basada en la necesidad de un uso eficaz de los recursos, las más de las veces escasos. Desde su conformación en tanto dispositivo organizacional, los museos han atravesado distintos paradigmas que impactaron en las formas de su gestión y en los diversos enfoques que hoy imperan en cuanto a su definición y función.

Sin embargo, retomando las funciones que según el ICOM (International Council of Museums, organización no gubernamental que mantiene lazos formales con la Unesco), debería llevar adelante un museo –coleccionar, preservar, investigar, interpretar, comunicar–, aquello que en las últimas décadas y desde distintos enfoques se ha resignificado es la forma de agrupar las cinco funciones, lo que reflejaría los distintos puntos de vista sobre el rol social del museo.

Preservar, investigar, interpretar, comunicar sin perder de vista el contexto de inserción de la organización que, si bien no es una de las funciones explicitadas, cumple un rol protagónico en la dinámica y gestión de un museo que puede entenderse como integrado.

Hoy en día, el rol de los museos de arte está en debate; es una cuestión que presenta tantas aristas y posturas como participantes en la discusión. Y ésta se presenta como una disputa compleja, con blancos, negros y una gran gama de grises.

De acuerdo con Hans Ulrich Obrist, curador del Museo de Arte Moderno de la ciudad de París: “Mi museo del futuro trata de estar cerca de aquellos que hacen arte. Incluye capítulos y laboratorios, grandes salones y pequeñas habitaciones, cubos blancos y anticubos blancos. Es una perspectiva enraizada en la complejidad, en lo inesperado, en lo espontáneo y sin planificación”.

Por su parte, el artista y pensador Hans Haacke, desde un costado altamente crítico de la concepción actual de museo y la incorporación de determinado lenguaje más cercano al mundo de la organización empresarial, no concuerda con los avances de las herramientas de gestión y la pretendida desideologización sobre los dispositivos de exhibición de arte: “Dentro del mundo del arte, museos y otras instituciones que organizan exposiciones juegan un papel importante en la inculcación de opiniones y actitudes. En efecto, habitualmente se presentan a sí mismas como organizaciones educativas y consideran la educación como una de sus primeras responsabilidades. (...) El posicionamiento intelectual y moral de una institución se vuelve débil sólo si pretende estar libre de prejuicios ideológicos. Y una institución tal debe ser puesta en duda si rehúsa reconocer que opera bajo ciertas coacciones derivadas de sus fuentes de financiación y de la autoridad a la que debe presentar informes”.

El artista Horacio Zabala afirma que el museo en la contemporaneidad –y, podríamos agregar, los dispositivos de exhibición en general– se presenta como un fenómeno publicitario y mediático, en definitiva, espectacular en la sociedad del espectáculo. Pero, aun incluyendo dicha visión, el museo es algo más: un organismo social privilegiado del cual extraer renovados motivos para vivir intensamente el presente con una condición: ser sensibles a la memoria del pasado.

Paz Padilla, del Ministerio de Cultura de Bolivia, considera al museo un territorio plagado de tensiones entre quienes deben ser los destinatarios últimos de las exhibiciones: “El problema a enfrentar es el concepto de museo que se maneja entre quienes tienen que ver con su desarrollo. Es una lucha entre las comunidades que quieren ver su patrimonio expuesto en una vitrina para que sea conocido y valorado por el mundo exterior y los conservacionistas que quieren las piezas para que sean utilizadas con fines meramente investigativos y, en algunos casos, para que sean expuestas ante los turistas extranjeros con la finalidad de que se genere algún recurso para solventar a las brigadas de especialistas que ‘estudian’ las piezas. Estos dos conceptos enfrentados vienen demorando el desarrollo de los museos”.

Para la arquitecta y curadora Diana Saiegh, el dispositivo es parte de la sociedad, “la evolución de uno impulsa a la otra, pero falta avanzar y estar abiertos a revisar el tema del continente y el contenido”.

Planteadas tan sólo algunas aristas de la discusión, finalmente, ¿qué define a los museos de arte y sus especificidades? Más aún, ¿cuáles son los desafíos de la gestión –al menos, algunos de ellos– de estos espacios en la actualidad cuando, como pudimos puntualizar, la misma conceptualización de arte encierra de por sí un desafío?

Dentro de la clasificación establecida anteriormente queda por mencionar qué entender por museos de arte: Son museos para la exposición de obras de bellas artes, artes gráficas, aplicadas y/o decorativas. Forman parte de este grupo los de escultura, galerías de pinturas, museos de fotografía y de cinematografía, museos de arquitectura, comprendidas las galerías de exposición que dependen de las bibliotecas y de los centros de archivo.

Según distintos expertos, los museos de arte han evolucionado hacia instituciones públicas abiertas con mayor lentitud que los museos de ciencia e historia. Las connotaciones eruditas, la noción de gusto, las restricciones de entrada, contribuyeron a limitar la participación del público. En las últimas décadas del siglo XX los museos de arte comenzaron a evolucionar hacia la apertura y el carácter inclusivo que la función educativa impone. Este tipo de instituciones debe tratar con dos tipos de público: las asociaciones de amigos, los coleccionistas y donantes –mecenas, aunque no en el sentido legal del término– conformarían el primer grupo. Los visitantes y el público en general, el segundo. Los museos de arte se enfrentan con un reto particular para atraer visitantes, ya que es probable que el público se identifique menos con las artes que con otras áreas de conocimiento como las ciencias exactas. Por otra parte, los museos dedicados al arte pueden provocar controversia y confusión cuando se exhiben obras contemporáneas que resultan desconcertantes para amplios segmentos del público. Es por su marcado origen social de élite, por falta de interés del público, por ser provocador que el museo de arte deberá poner mayor énfasis en su departamento de educación, el cual debiera tener la tarea de transformar en accesible aquello que no se percibe como tal y de formar nuevos públicos que rompan con el prejuicio que los define como un espacio sólo para entendidos. (...)

Podemos afirmar, siguiendo los lineamientos de Regis Debray, que la cultura occidental es predominantemente visual, por lo que las imágenes tienen poder y no son inocentes. Es así que, retomando el rol de investigación, interpretación y comunicación que define al dispositivo, los museos de artes visuales poseen –real o potencialmente– una importancia que excede las concepciones/discusiones que atraviesan su inscripción en el contexto social.

Aquello que los museos ofrecen, sus funciones, las políticas que determinan la selección de las exhibiciones y cómo éstas son organizadas, condicionan aquello que Pierre Bourdieu señala como beneficios simbólicos de la apropiación de una obra de arte. Por su parte, el museólogo Rubén Darío Romani considera que el museo debería poder representar una imagen-Mundo construida a partir de la participación de los sectores sociales en una praxis democratizadora de la gestión del conocimiento y del uso y acceso a los medios de producción material y simbólica de la cultura que representan.

El museo de arte, entonces, navega entre estas dos posibles realidades en su quehacer: aquello que construye simbólicamente en una sociedad con diferencias/tensiones sociales profundas y el rol al que puede aspirar en esa misma sociedad a partir de una mirada crítica sobre dichas tensiones.

A partir del posicionamiento acerca de su rol, las discusiones sobre la incorporación de determinadas herramientas o no comenzarán a plantearse desde universos discursivos distintos y, tal vez, más abiertos y flexibles, que permitan enriquecer el debate acerca de la relación entre los museos de arte y la sociedad.

* Licenciada en Gestión del Arte y la Cultura (Untref). Docente universitaria. Fragmento de su artículo “El museo de arte en la contemporaneidad”, incluido en el libro que acaba de publicarse, Artes e industrias culturales-Debates contemporáneos en Argentina, coordinado por Oscar Moreno; ediciones Eduntref, 276 páginas.

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