PLASTICA › FUTURAMIC, EL INQUIETANTE LIBRO DE ALDO PAPARELLA SOBRE AUTOS
El cineasta y fotógrafo acaba de publicar un libro con imágenes de autos de las décadas del ’50 y ’60, en el que traza paralelismos con el cuerpo y sugiere una arqueología de la estética y la ideología automovilísticas.
› Por Fabián Lebenglik
Las imágenes incluidas en este libro fueron tomadas en Buenos Aires, Montevideo y La Habana a lo largo de varios años (1993-2007), como complemento y contrapartida de otro trabajo –todavía en proceso– que Aldo Paparella se propuso alrededor de ciertos aspectos de la imagen de casas y edificios.
Mientras hacía tomas del hábitat inmóvil, decidió dedicarse también al hábitat móvil, el auto, como construcción paralela y mimética del hombre.
La mayoría de los autos fotografiados corresponden a las décadas de los ’50 y ’60, aunque hay alguna excepción. Si bien al comienzo Paparella apuntaba la cámara hacia los autos accidentados, después eligió fotografiar la destrucción desde el punto de vista del desgaste que ejerce el tiempo y descartó los autos chocados o accidentados. Prefirió documentar el paso del tiempo en las máquinas, como correlato de ese otro desgaste: el del cuerpo. Paparella invierte el sentido de los fotógrafos forenses y de los peritos de las compañías de seguros, que documentan el estado y los daños de un automóvil con fines policiales, probatorios, legales o comerciales, para internarse en evaluaciones de otra clase, fuera de la ley.
Las fotografías de Aldo Paparella toman los autos como afirmaciones del pasado sobre futuros posibles no realizados. Todo este libro constituye un muestrario anómalo de objetos sobrevivientes y marginados; de viejos futuros que no han tenido lugar, más allá de las utopías compulsivas y persuasivas de los constructores de automóviles. Los autos de Paparella sirven para espiar los descartes del capitalismo, del cual la industria automotriz es un emblema. La lógica industrial del auto es el consumo y reemplazo: cada modelo, supuestamente, adapta, corrige y mejora al anterior, en una larga serie que se propone interminable. Cada modelo es también un modelo de vida. El modelo del auto es el que expresa –más allá de la marca– la ideología, así como el perfil del cliente ideal al que se apunta. La misma palabra “modelo” es elocuente en su cadena de significados y acepciones, porque un modelo no solo es una catalogación industrial, sino un elemento de originalidad registrada mediante una patente, un ejemplo a imitar y en este sentido, también se entra en el campo de las referencias morales. Un modelo es también una teoría, una construcción mental, una suerte de teoría compleja y completa que propone un funcionamiento determinado del mundo. Cada modelo de auto remite siempre a un mundo posible, propone un viaje diferente y genera ideas asociadas. El nombre del modelo, como Kapitán, Impala, Vanguard, Continental, Cross Country, Nomad, Suburban, De Luxe, Club... (algunos de los que aparecen en este libro) es un disparador ideológico.
Paparella con sus fotos rastrea los casos perdidos, olvidados, abandonados por el gran mercado y el consumo. Se trata de una visita al automóvil desde los márgenes. Porque el fotógrafo no elige los modelos tal como eran, con el criterio del coleccionista, sino tal como quedaron, porque la suya es una investigación de la imagen y el sentido. En todo caso se trata de una variante perversa de coleccionismo. En los viejos autos de las décadas del ’50 y ’60 –sobre los que el autor, al mismo tiempo, vuelve con otros ojos a mirar los autos que circulaban durante su infancia– aparecen algunas de las características que ya fueron dadas de baja definitivamente por el consumo masivo. Las parrillas de metal, por ejemplo, resultan un extraño objeto distintivo. Ahora desaparecieron esas parrillas enormes y los grandes faros, que eran emblemas de los autos hasta hace veinte años. Metales y vidrios de los faroles fueron reemplazados por plásticos, más livianos y descartables. Había cierta nobleza en las parrillas cromadas, metáfora de las fauces de la máquina, que ya no se fabrican por cuestiones de costos, de aerodinamia y por causas de la tecnología.
Los viejos modelos de automóviles –y especialmente los que fotografió Paparella– proponen imágenes de un mundo que ya no es, de futuros abortados (Futuramic). Son posibilidades que quedaron en el camino. Los diseños de autos están regidos por el mismo tipo de imperativos que dicta la moda, donde se exigen recambios y novedades. La moda hace desfilar ante los ojos lo que se usará esta temporada a condición de que no se use la temporada próxima.
El de Paparella es un ensayo –en el sentido de proponer una tesis– que sigue dos recorridos. Por una parte, a modo de planteo general (introductorio, panorámico y pictórico) sus fotos incorporan el auto como –parte del– paisaje. Pero la serie más completa es la que muestra el apego por el detalle, la que se acerca al automóvil con gesto entre nostálgico, arqueológico y médico. Los autos de Paparella no hablan del presente ni del futuro, sino más bien de hipótesis de futuros pensadas en décadas anteriores: son testimonio de la memoria cultural urbana. El acercamiento del objetivo de la cámara se vuelve intrínsecamente subjetivo. La lente recorre carrocerías como si se tratara de cuerpos. Porque la mirada de Paparella es una mirada que humaniza, devolviéndole al auto el halo de los slogans que imaginaron los primeros fabricantes: “El automóvil está diseñado a imagen del usuario”. El ojo del artista se detiene en establecer una anatomía mecánica. Habría en este punto cierta coincidencia con algunos de los abordajes que hace el escritor inglés James Graham Ballard en su novela Crash (1973), a la que se suma la interpretación cinematográfica que el cineasta canadiense David Cronenberg hizo de esa misma novela, en su película Crash, de 1995. Aunque Paparella no incursiona en el exquisito y mórbido retorcimiento de Ballard–Cronenberg, sí se emparienta con ellos en el tratamiento de la idea del automóvil como continuación/parte/sucedáneo del cuerpo humano.
Los autos de este libro exhiben accidentes incorporados. No el gran accidente –culposo o criminal–, sino la huella de lo accidental en el sentido de aquello que altera el curso regular de las cosas, o que modifica la uniformidad de una superficie. Son autos con Historia y con historias, todas ellas inscriptas en sus carrocerías y accesorios. Toda la serie de fotografías postula un mundo que se deriva precisamente del carácter accidental, de manera que lo excepcional, la falla, el error, el resultado no querido, el desvío, se transforman en núcleo de sentido y avanza hasta convertirse en norma y razón.
Los detalles que muestra Paparella –familiares y profundamente extraños al mismo tiempo– establecen una iconografía del auto como versión mecánica y continuación tecnológica del cuerpo humano. Ojos, bocas, narices, caderas, bigotes, pubis, dientes, mandíbulas, todo un desfile anatómico y mecánico que el fotógrafo singulariza y destaca, en algunos casos acompañando la voluntad de los diseñadores originales y en otros reinterpretando, desde el recorte y el encuadre, las partes del auto, a pesar de los diseñadores.
La familiaridad del gesto de Paparella comienza con esos detalles que nos hacen deducir el todo (en el que esa parte se destaca) o que permiten evocar un dato con la precisión que a veces tiene la memoria: ese auto, ese modelo, ese accesorio. Pero allí también está la extrañeza: sentir familiaridad con un auto –sentir que un auto forma parte de la familia– suena por lo menos curioso.
Los autos que fotografía el artista son a su vez los que circulaban por la ciudad de su infancia y adolescencia. La mayoría de las imágenes de este libro establecen una relación especial con cada auto. Tienen un fuerte componente de intimidad. Es el parque automotor de la memoria; cuando cada coche tenía su personalidad y diseño bien diferenciados, en contraposición con los modelos actuales, más parecidos entre sí y estandarizados. Paparella va en busca de los modelos sobrevivientes, sin agregados, porque busca la huella explícita del tiempo.
La idea del auto como continuación e incluso sucedáneo del cuerpo humano o animal es lo que lleva directamente a la enfermedad y el deterioro del cuerpo de los autos. El paso del tiempo, la corrosión y corrupción de los materiales, fundamentalmente de la pintura y la carrocería, son cuestiones centrales de las fotos de Paparella.
El automóvil sería una continuación mecánica del cuerpo que finalmente sufre de trastornos, deterioros, enfermedades y accidentes similares a los de las personas. Cuando los autos mueren, también van a parar a sus propios cementerios.
El paisaje generalmente abstracto que se enmarca en estas fotos se despliega ante los ojos y es reinterpretado por el observador de acuerdo con la experiencia individual con los autos, generalmente muy familiar, ligada a momentos y recuerdos, íntimos y sociales.
* Fragmento del prólogo del libro de fotografías Futuramic, de Aldo Paparella (Editorial Picnic, 136 páginas), que acaba de distribuirse.
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